No quiero agobiar a nadie con datos estadísticos. Primero, porque no soy fanática de los números y, segundo, porque no tengo datos científicos a la mano que sostengan mi planteamiento. Me baso solamente en la experiencia y en los cuentos que escucho a diario.
Llevo días pensando en la vagancia y en la ética del trabajo. Todo el mundo habla de una crisis económica, pero a veces pienso que no a todos les ha llegado la crisis. Hay mucha gente haciendo malabares y raspando la olla —vamos, levantemos la mano—, pero hay muchos que actúan como si nada y, encima de eso, tienen la “frescura” de jugar con sus habichuelas con mucha frecuencia, sin pudor ni cargo de conciencia.
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Quizás fue mi crianza. Nací y me crie en un hogar en el que papi jamás, pero jamás de los jamases, faltó al trabajo. No es que no lo recuerde; es que nunca ocurrió, garantizado. Gracias al Señor, siempre tuvo salud —superimportante— pero, más que todo, siempre tuvo ética del trabajo y vergüenza en la cara. Treinta años trabajó en una compañía de gaseosas y nunca faltó. Jamás escuché a papi llamando a la compañía e inventando un cuento. Jamás vi a papi corriendo a buscar un “certificado” de salud para justificar una ausencia, ni explotando gomas, ni averiando el carro. Y conste que el Volky estaba de madre (él insiste en que estaba perfecto). El único día que no fue a trabajar fue el día en que la empresa cerró y en la casa había un ambiente de funeraria de campo, literalmente.
Entonces se me hace bien difícil escuchar lo que a todas luces son excusas baratas de la gente para no trabajar. No entiendo cómo la gente puede excusarse de un día de trabajo por mensaje de texto. Hello, ¡por mensaje de texto! He visto a jefes recibir mensajes de texto de sus empleados en los que se excusan de ir por una semana a cinco minutos de entrar a trabajar. ¿En serio te acabas de enterar ahora de que tienes bronquitis y me fastidiaste todo un turno por una semana?
¿Y qué me dicen de la gente que informa el 1 que estará fuera por enfermedad desde el mismo día hasta el 15 por enfermedad? ¿En serio? ¿Cómo sabes que estarás mal tanto tiempo, que te va a durar todo por dos fines de semana consecutivos y que no hay chance de que se te quite antes? ¿Cómo es que tienes bronquitis a las 7 a. m., pero nunca te vi ni toser ni estornudar anoche?
Eso pasa en todos lados, pero con particular dramatismo, por ejemplo, en el mundo gastronómico. Sin pretender quemar a nadie, mi esposo ha trabajado en esa industria siempre. Y a mí siempre me ha llamado la atención que él recibe los mensajes más bizarros a las horas más locas. Es increíble. A las 2 a. m. puede escribirle un cocinero que vio hasta las 11 p. m. lo siguiente: “Chef, se me quedó el carro. No llego mañana”. “Chef, tengo cita en el tribunal a las 9 o me meten preso”. ¿En serio? ¿No sabías esta noche que tenías cinco meses atrasados de pensión? “Chef, mi suegra no tiene pon al trabajo y tengo que llevarla”. Coño, pero y tú, ¿no tienes que llegar también al trabajo para pagar la pensión y que no te metan preso a las 9?
Yo de verdad no me atrevo. Yo he cogido el teléfono para excusarme por texto y me sudan las manos hasta que se me cae. He abierto el email para excusarme y no puedo producir ni la línea del “asunto”.
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La fuerza de cara es importante. El orgullo del trabajo bien hecho es mucho más. Y a mí me sigue sonando en la conciencia el ejemplo de mi padre. No se falta. No se jode con el trabajo. No se inventa.
En el mundo de la crisis fiscal, todos tenemos que asumirla. Si no te haces indispensable, no te quejes. Si te enfermas de hoy pa hoy, no esperes que te comprenda. Si no estornudaste ayer, no esperes que te crea los mocos hoy.