El Gobernador no quiere ver carros “destartalados”. Y con él, en
principio, creo que coincidiríamos todos.
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Me explico. ¿A quién no le gustaría tener los recursos necesarios para comprarse un carrito en condiciones? En Puerto Rico, tener uno -el que sea- es el equivalente a libertad de movimiento. Después de todo, depender del transporte colectivo aquí es una enorme aventura.
En mi caso, en un hogar de clase media trabajadora conformado por una maestra y un comerciante, tener mi propio carro no fue una posibilidad real hasta después de la universidad. Por ello viajé mis cuatro años del bachillerato todos los días desde Río Grande a Río Piedras y de regreso, en una guagua “pisa y corre”. Dependía de ese método de transporte para poder culminar mi educación universitaria y trabajar. Y como sucedió con miles de otros estudiantes, mi vida no perdió valor por ello. Sabía que era lo necesario. Otros, con más suerte, se hacía de su carrito, una carcacha bastante básica que les garantizaba movilidad. Nada lujoso, pero sí funcional. Sabíamos todos que el premio final, la educación universitaria, debía ser el foco de nuestra atención y que utilizar transporte colectivo o, en cualquier caso, un carrito destartalado, era poco importante si servía al propósito ulterior. Otros tuvieron más suerte. Y con ello no hay nada inadecuado.
El éxito, ahora o después, no debe ser penalizado. Tenían vehículos algo más lujosos. El problema, si hay que identificar alguno con las expresiones del gobernador, es que parece sustraerse de la realidad de miles de personas para quienes conducir vehículos en mal estado -destartalados, si se quiere- es una realidad inevitable. No reconocerlo es no conocer las necesidades del país al que se sirve. Y no conocerlas puede ser peligroso porque se corre el riesgo de ignorar sus necesidades.
El segundo de los problemas es que el argumento del Gobernador que apunta a que permitir el tránsito de estos carritos en mal estado afecta al turismo y la imágen de la isla, realmente parecería una excusa para reducir arbitrios a los vehículos de lujo. Una mala excusa para una movida que solo beneficiará al sector de la población que tiene los recursos económicos necesarios para no andar en las carcachas destartaladas de las que habla el primer ejecutivo.
Equiparar o acercar los arbitrios de los autos de lujo a los del resto y procurar que todos paguen lo mismo, sería poner a todos a pagar la misma tasa de arbitrios independientemente de cuáles sean sus ingresos. Y ello en proporción sería hacer pagar más al que menos tiene.
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El tercero de los problemas me parece que es el más grave. Las expresiones del Gobernador ignoran la realidad económica que vive la isla hace casi 20 años. Puerto Rico luce como un país pobre, simplemente porque lo es.
El ingreso promedio de una familia en la isla no supera los $20 mil anuales, la tasa de participación laboral es una de las más bajas dentro de la jurisdicción estadounidense, cerca de un millón de personas vive de la asistencia social y, como si faltara algo más, estamos en medio de un proceso de quiebra. Destartalados. Por diversas razones.
En lugar de querer maquillar nuestra realidad para que parezca que todos tienen la suerte o el éxito de unos pocos, ¿qué tal si comenzamos a promover políticas públicas que traigan dinero nuevo y mejores empleos?
¿Qué tal si en lugar de preocuparnos porque la isla parezca una llena de ciudadanos pobres reconocemos que, en efecto ese es el caso y promovemos un mejoramiento de las condiciones sociales y las oportunidades que permitan que muchos más estén en posición de salir del “destartale” no ya desde la economía informal sino desde el éxito que llega de la mano de una educación de calidad, una economía robusta y buenos empleos?
Ese es el verdadero reto.