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George Floyd, nuevo símbolo de la lucha contra la opresión

Floyd era respetado porque hablaba con la experiencia de alguien que había vivido momentos duros

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Años antes de que un transeúnte filmase con su teléfono los últimos momentos en la vida de George Floyd, el propio Floyd se había filmado a sí mismo.

“Tengo mis defectos y mis errores”, dice Floyd en un video dirigido a chicos de su barrio. Su cuerpo de casi dos metros (seis pies, siete pulgadas) abarca casi toda la pantalla.

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“Pero las balaceras que hay… No me importa de qué barrio eres, deja las armas”.

Floyd era respetado porque hablaba con la experiencia de alguien que había vivido momentos duros. Pero no tenía ni remotamente la estatura que alcanzó tras su muerte a los 46 años, tras una existencia plena y compleja a la vez.

Brilló en los deportes y le ofrecieron una beca parcial para estudiar en la universidad. Regresó a su barrio e hizo varios trabajos antes de pasar cinco años en la cárcel. Cuando salió, decidió enderezar su vida.

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“Cometió algunos errores que le costaron años de su vida”, dijo Ronnie Lillard, amigo y rapero conocido como Reconcile. “Cuando superó todo eso, creo que el Señor le llegó al corazón”.

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La madre soltera de Floyd trasladó a su familia de Carolina del Norte a Houston cuando él tenía dos años. Se radicaron en el Cuney Homes, un complejo de más de 500 departamentos. Barrio tradicionalmente de afroamericanos, subió de estrato en los últimos años. Pero los ingresos siguen siendo la mitad del promedio del resto de la ciudad y la tasa de desempleo casi cuatro veces más alta.

Larcenia Floyd cifró grandes esperanzas en su hijo, quien en el segundo grado escribió que deseaba ser un juez de la Corte Suprema. Floyd brilló como atleta en la secundaria y fue un jugador de fútbol americano atípico.

“Si le decías algunas cosas fuertes, bajaba la cabeza”, cuenta su técnico Maurice McGowan. “No quería pelearse con los demás”.

Impresionó a George Walker, técnico del equipo de básquetbol del South Florida State College. Esa casa de estudios estaba a 17 horas de auto de Houston, pero su personal y su propia madre lo alentaron a que fuese allí.

“Querían que George saliese del barrio, hiciese algo con su vida, fuese alguien”, comentó Walker.

Floyd y otros jugadores de Houston se destacaban por su tamaño y por su forma de manejarse.

“Me hablaba siempre del Third Ward”, dijo Robert Caldwell, amigo y compañero de estudios, aludiendo al barrio de Houston donde vivió Floyd. “Decía que la gente allí era fuerte y sabía querer”.

Luego de dos años en la Florida y uno en la Universidad Texas A&M de Kingsville, Floyd regresó a Houston y trabajó en la construcción y como guardia.

Cuando una vecina fue a la cárcel por vender drogas, Larcenia Floyd se hizo cargo de su hijo preadolescente, Cal Wayne, y encomendó a George que estuviese pendiente de él.

“Le robábamos las camisetas y nos las poníamos. Nos llegaban a los tobillos, de tan grande que era”, dijo Wayne, hoy un conocido rapero que dice que Floyd lo alentó a hacer música.

“Era un superhéroe para nosotros”, expresó.

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Floyd también incursionó en la música y de vez en cuando rapeó con Robert Earl Davis Jr., más conocido como DJ Screw, muy popular en Houston.

Por esa época, Floyd empezó a meterse en líos.

Entre 1997 y el 2005 fue detenido varias veces por cuestiones de drogas y robos, y pasó varios meses preso.

En el 2007 fue acusado de robo a mano armada. Los investigadores dijeron que Floyd y otro individuo ingresaron en un departamento y que Floyd le puso un revólver en el estómago a una mujer. Floyd se declaró culpable y fue condenado a cinco años de cárcel. Salió en libertad bajo palabra en el 2013, ya casi de 40 años.

“Volvió cambiado, más centrado”, dijo un amigo, Travis Cains.

En un concierto de rap cristiano, Floyd conoció a Lillard y al pastor Patrick “PT” Ngwolo, cuyo ministerio trataba de abrirse camino entre los residentes de Cuney. Floyd se ofreció a ser su guía en ese esfuerzo.

Al poco tiempo Floyd estaba instalando tinas de lavar en canchas de básquetbol para bautismos de la congregación Resurrection Houston que Ngwolo acababa de crear. Tocaba puertas y presentaba a Ngwolo, tratando de captar gente para su congregación.

En la calle a Floyd le decían O.G., “original gangster”, en una señal de respeto.

En la clase de Tiffany Cofield en la escuela del barrio, algunos de sus alumnos, muchos de los cuales habían tenido problemas con la policía, le decían que hablase con Floyd si quería entender lo que pasaba.

Floyd escuchaba pacientemente y trataba de explicar la vida en los “proyectos”, como se denomina a complejos de viviendas populares. A menudo hablaba con los estudiantes de Cofield después de clases en alguna esquina.

“¿Cómo va la escuela?”, les preguntaba. “¿Eres respetuoso? ¿Cómo está tu madre?”.

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En el 2014 Floyd decidió buscar nuevos horizontes.

Tenía cinco hijos y muchas cuentas que pagar. Más de una vez terminó esposado cuando la policía se presentó en los proyectos, según Cofield.

“Daba el ejemplo: ‘Sí, agente. No, agente’. Era muy respetuoso”, aseguró la maestra.

Siguiendo los pasos de un amigo, Floyd se radicó en Minneapolis, acogiéndose a un programa de la iglesia que ofrece ayuda a personas que quieren cambiar de ambiente y encontrar trabajo.

En Minnesota consiguió trabajo como guardia en un albergue del Ejército de Salvación y tomó cursos para manejar camiones mientras trabaja como guardia en un club nocturno, hasta que la pandemia forzó su cierre.

El Día de los Caídos en Combate, empleados de una tienda acusaron a Floyd de usar un billete falso para pagar por cigarrillos y llamaron a la policía. Menos de una hora después, Floyd estaba muerto.

Quienes lo conocieron tratan de darle un sentido a su muerte.

“Siento que es un elegido”, dijo Cofield, la maestra. “Esto le pasó por ser quién era, por todo el cariño que tenía por la gente y que la gente tenía por él”.

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