Es casi seguro que los demócratas, que controlan la Cámara de Representantes de Estados Unidos, obtendrán la semana entrante los votos de sus miembros para iniciar formalmente un proceso de juicio político contra el presidente Donald Trump.
Hace 21 años, fue una cámara dirigida por los republicanos la que votó a favor de acusar al entonces presidente Bill Clinton. Ese también fue un voto mayoritariamente partidista, pero las divisiones entre los partidos eran más borrosas en 1998.
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Las diferencias hacen del actual proceso de juicio político un caso clínico de cómo los demócratas y los republicanos se han transformado en campos ferozmente divididos en las últimas dos décadas. Cada partido tiene muchos menos moderados en la cámara baja. Además, la capacidad de Trump de amenazar las carreras políticas de los republicanos que lo desafíen sólo exacerba las divisiones.
Dos de los cuatro cargos de juicio político contra Clinton no prosperaron: algo que los líderes de los partidos hoy en día preferirían evitar por temor a poner de relieve las divisiones. Los cuatro cargos a Clinton suscitaron la oposición de los propios republicanos, alcanzando un máximo de 81 en una votación. Ese es un número impensable de deserciones en la actualidad.
“Obviamente fue partidista, pero no tan intensamente partidista como hoy”, dijo el representante Peter King, republicano por Nueva York, uno de los cuatro republicanos que se opuso a todos los cargos del juicio político a Clinton y el último miembro restante de ese grupo en el Congreso. “Así que básicamente se puede argumentar con la conciencia, se puede decir que reflexionaste”.
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En las próximas votaciones sobre el juicio político a Trump, los demócratas esperan el apoyo de todos sus miembros, excepto de unos pocos, dos o a lo sumo cinco. Los líderes republicanos no prevén deserciones de ninguno de sus afiliados.
De la misma manera, se esperan pocas deserciones de cualquiera de ambos partidos cuando el Senado dirigido por los republicanos realice el juicio propiamente dicho, probablemente en enero, para determinar si debe destituir a Trump. Nadie espera que los demócratas reúnan la mayoría de dos tercios del Senado, que es necesaria para la remoción. Una de las acusaciones es que Trump abusó de la ayuda militar de Estados Unidos y de una prometida reunión en la Casa Blanca, codiciada por los líderes ucranianos, para presionarlos a que anunciaran investigaciones a los enemigos políticos demócratas, para provecho personal del presidente. La otra es que Trump obstruyó la investigación del Congreso.
La mayoría de los demócratas desestimaron las acusaciones de los republicanos, de que Clinton le mintió a un jurado de acusación y a otros sobre su relación con la pasante de la Casa Blanca Monica Lewinsky.
“La Constitución es realmente para proteger a la nación contra el abuso del poder presidencial. Cualquier marido puede mentir bajo juramento sobre una relación extramarital. No se necesitan poderes presidenciales para hacer eso”, dijo en una entrevista el viernes la representante Zoe Lofgren, demócrata por California, quien se opuso al juicio político de Clinton y sigue en el Congreso.
Clinton era un presidente ampliamente popular que estaba al frente de una nación en auge economico, y las encuestas demostraron que el juicio político tuvo poco respaldo de los votantes. Eso le dio a los demócratas pocas razones para apoyar el intento de destituirlo e hizo que muchos republicanos lo pensaran dos veces antes de apoyar el juicio político.
Eso ayuda a explicar por qué 81 republicanos se opusieron a un cargo contra Clinton. Los otros tres cargos obtuvieron 28, 12 y 5 votos negativos del Partido Republicano. No más de cinco demócratas apoyaron alguno de los cargos contra Clinton.