Doña Luciana Maldonado Fontánez era una mujer de campo. Tenía una finca de seis cuerdas de terreno en las que sembraba con sus propias manos plátano, café y frutas. Era una mujer fuerte.
Casi en la fecha del primer aniversario del paso del fenómeno atmosférico pudimos conocer el relato de su hija, Yolanda Ivette Soriano, durante una visita a Kissimmee, Florida, aunque la boricua de 46 años reside en Chicago desde hace más de tres décadas.
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En la distancia, sin embargo, los vientos de María arremetieron con toda su fuerza en su propio ser. Yolanda fue una de las miles de puertorriqueñas y puertorriqueños en la diáspora que sufrieron la imposibilidad de contactar a sus familias luego del impacto del ciclón, hasta que una de sus hermanas por fin pudo llamarla.
“Dice que se fue por el highway, por el expreso, y todo el mundo se arrimaba así al a orilla del highway y ahí era donde único conseguía recepción. La primera vez, me llamó del teléfono de un extraño, porque ella estaba tratando de recibir señal y no pudo, y al ver que el señor estaba hablando le dijo: ‘Por favor, ¿me presta el teléfono cuando termine?’, y la dejó usar el teléfono. Me dijo: ‘Estamos bien, estamos vivos. La casita de mami se fue, la casita de mami se cayó, pero estamos bien, estamos vivos’”, relató.
En medio de la falta de comunicación, a Yolanda –natural de Humacao– le resultaba imposible contener la angustia y el desespero. Se encontraba lista para viajar a Puerto Rico en cuanto apareciera el primer vuelo disponible, pero otra llamada de su hermana fue un golpe extendido de la furia de María.
“El 9 de octubre, me llamó mi hermana, me dijo que mamita no soportó el calor, la desesperación, y cuando le dijeron que ya su casita no estaba, mi hermana dice que ya ella no quiso comer, y le decía a mi hermana: ‘Ese negro está ahí para’o’, mi papá, ‘Y él vino a buscarme. Yo no sé, pero yo me voy’”.
“Ese día, mi hermana dice que ella la sentó en el balcón. Cantó, desayunó, se bebió su tacita de café y le dijo a mi hermana: ‘Ay, nena, yo tengo dolor de estómago, acuéstame’, y cuando mi hermana la acostó, dice mi hermana que ella empezó a sudar, y mi hermana la soplaba, y mamita dejó de respirar y se nos fue. En ese mismo instante, mi hermana me llama: ‘Mami se nos fue, mami se nos fue”.
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“A mi mamita no le pudimos hacer autopsia porque no había electricidad. La tuvimos que enterrar de un día para otro porque no había neveras; ni una flor, porque no había flores, no había nada”.
Yolanda Ivette Soriano
En su certificado de defunción, relató Yolanda, el médico certificó la muerte de Luciana como un ataque masivo al corazón. “El mismo agobio, el susto, porque ella se asustó mucho el día de la tormenta. Ella entristeció al punto que le dio un ataque al corazón y murió”.
Yolanda pudo abordar el próximo vuelo a Puerto Rico. Diez horas después de la muerte de su madre, su cuerpo aún yacía en la cama en la que falleció.
“Tuvimos que, con dolor, llevarla hasta donde la morgue la alcanzó para trasladar el cuerpo de mi mamá”.
De los 13 hijos de doña Luciana, ocho no lograron llegar a tiempo desde los lugares donde residen para estar presentes en el entierro de su madre, dada la dificultad que había entonces para conseguir boletos de avión.
“A mi mamita no le pudimos hacer autopsia porque no había electricidad. La tuvimos que enterrar de un día para otro porque no había neveras; ni una flor, porque no había flores, no había nada”.
Desde los ojos de Yolanda, Puerto Rico lucía como “una zona de guerra”. Sumida en el dolor ante la pérdida de su madre, la ahogaba también todo lo que presenciaba.
“Yo nunca pensé ver a mi isla de esa forma”, afirmó. “En los rostros de las personas se veía su desesperación, su aborrecimiento, su cansancio, fue algo tan difícil para mí”.
“Nosotros enterramos a mi mamá un sábado. El domingo por la madrugada, mi sobrina, que tenía ocho meses de embarazo, entra en labour (parto). Arrancamos pa’l hospital. El más cercano era el de Caguas. Todos los hospitales de Humacao estaban cerrados”.
En el hospital HIMA San Pablo en Caguas, relató Yolanda que a su sobrina la dejaron en una sala de espera desde las 7:00 de la mañana, aproximadamente, hasta la 1:30 de la tarde. En el estacionamiento había camillas. “Había una señora entubada, en life support, en el parking”.
“Mi sobrina con dolores… Esperamos tanto. Cuando finalmente la entran, no encontraban latidos del corazón del bebé… El bebé murió, el bebé murió”, relató. La traumática experiencia se extendió hasta las 9:00 de la noche, aproximadamente, cuando la mujer tuvo que dar a luz a su hijo —el primero de un matrimonio joven— sin vida. El dolor persiste.
Ante la situación que vivía –que vive– Puerto Rico, y las secuelas del más potente huracán que ha tocado tierra boricua en la historia moderna, Yolanda decidió llevarse a su familia a Chicago durante el periodo navideño.
“Era lo único que me iba a hacer sentir un poquito mejor después de perder a mami, and I know (y yo sé) que eso era lo que ella quería que yo hiciera”, contó.
“Mi mamá era de campo, le encantaba sembrar. Ella tenía una finca de plátano, de café, de todas las frutas que podías imaginar. Mi mamá tenía seis cuerdas de terreno y las seis las sembraba ella solita. Era el ser más fuerte que yo pude haber conocido”.