LIMA – Llegó al poder en 2016 jactándose de tener sólidas credenciales empresariales que mantendrían a flote la economía de Perú mientras erradicaba la corrupción endémica. Pero tras presentar su renuncia, Pedro Pablo Kuczynski se unió a una larga lista de presidentes peruanos destrozados por escándalos que han minado la confianza de los votantes.
Acompañado de su gabinete, Kuczynski anunció su decisión de renunciar en un discurso televisivo grabado con anticipación y en el que acusó a los opositores liderados por la hija del exmandatario Alberto Fujimori de haber planeado su salida durante meses, haciendo imposible su gobierno.
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Minutos después salió por la puerta trasera del palacio presidencial en una camioneta de color plomo y con las lunas polarizadas.
Fue un final deshonroso para un gobierno que comenzó con las más altas expectativas.
Cuando el exbanquero de Wall Street salió electo en 2016 fue empujado al timón de lo que algunos veían como un renacimiento del conservadurismo en Sudamérica, donde los votantes mostraban un cansancio con gobiernos de izquierda manchados de corrupción y a los que culpaban por malgastar las ganancias que dejó el auge de las materias primas durante una década.
A nivel local prometió la llegada de inversiones de sus viejos amigos de negocios en Estados Unidos, donde vivió durante décadas y conoció a sus dos esposas. También sorprendió a muchos al criticar duramente al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y al liderar una coalición de líderes de ideas afines para aislar al líder socialista acusado de abusos a los derechos humanos.
Pero lo cierto es que el economista de 79 años comenzó a cojear apenas ingresó por la puerta presidencial. Su partido sólo obtuvo 18 escaños en el Congreso de 130 miembros. Y en lugar de acercarse a los izquierdistas que lo empujaron a la victoria por un estrecho margen sobre su oponente Keiko Fujimori, intentó en vano formar una alianza con una facción disidente del fujimorismo y hambrienta de poder. Sus asesores, de hecho, se quejaron en privado de su terquedad e ingenuidad política.
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“Cuando Kuczynski llegó, todos lo aclamaron como la salvación del Perú”, dijo Laura Sharkey, analista de la consultora Control Risks, con sede en Bogotá. “Pero subestimó completamente la fuerza de la oposición”, añadió.
Fracasó incluso en la economía, un área donde llegaba con los mejores pergaminos, debido a que el crecimiento se ha ralentizado y los proyectos mineros junto a los de infraestructura nunca han despegado.
Pero lo que más indignó a los votantes fue su deshonestidad, una característica que por mucho tiempo caracteriza la política peruana y que había prometido exterminar.
Durante meses, mientras tres de sus predecesores eran investigados e incluso encarcelados por aceptar sobornos de la constructora brasileña Odebrecht, Kuczynski negó rotundamente tener vínculos con la empresa, la cual está en el centro del mayor escándalo de corrupción de América Latina.
Entonces, el partido de Keiko Fujimori presentó documentos bancarios confidenciales de Odebrecht que mostraban 780.000 dólares en pagos a su consultora. Kuczynski dijo que no tenía conocimiento de los pagos, que en algunos casos coincidían con sus años como ministro, y que, en cualquier caso, había pagado impuestos sobre todas sus ganancias.
Para salvar su pellejo comenzó a negociar a puerta cerrada. Un grupo de legisladores encabezados por Kenji Fujimori desafió en diciembre el liderazgo de su hermana en el partido Fuerza Popular y bloqueó sorpresivamente un primer pedido destitución presidencial. Días después Kuczynski indultó a Alberto Fujimori sentenciado a 25 años de prisión por abusos a los derechos humanos cometidos durante su gobierno (1990-2000).
Al final, esa alianza provocó su caída. Fuerza Popular reveló esta semana que filmó en secreto videos de Kenji Fujimori y otros aliados presidenciales que supuestamente trataban de comprar el apoyo de un legislador de la oposición con promesas de contratos públicos de infraestructura.
Kuczynski negó cualquier intento de soborno, pero el daño ya estaba hecho en un país donde los habitantes han quedado marcados por los videos del antiguo jefe de espionaje de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, quien repartía grandes cantidades de dinero a políticos, militares y dueños de los medios de comunicación.
La semana pasada la situación del mandatario se agravó cuando un informe de la Unidad de Inteligencia Financiera, que reporta operaciones sospechosas, indicó que entre 2004 y 2017 Kuczynski había recibido 3,4 millones de dólares de dos consultoras que a su vez habían recibido dinero de Odebrecht.
Sin duda, Keiko Fujimori parece poco probable que pueda llenar el vacío. Una encuesta de Ipsos realizada este mes mostró que mientras que apenas 19% de los peruanos aprueba la presidencia de Kuczynski, solo un 14% tiene una visión favorable del Congreso, donde el partido de Keiko es mayoritario.
Además de la ácida disputa con su hermano, Keiko enfrenta acusaciones de que su campaña presidencial de 2011 recibió contribuciones nunca declaradas de Odebrecht, lo que ella niega.
Para muchos peruanos, los videos clandestinos que tumbaron a Kuczynski son un duro recordatorio de la política corrupta de la era de Alberto Fujimori. En los próximos días, mientras Perú se abre paso a través de una desordenada sucesión presidencial, es probable que esa indignación generalizada alimente los llamados a elecciones anticipadas, tanto para el Congreso como para la presidencia.
“La única institución pública con autoridad moral que queda en Perú es el cuerpo de los bomberos”, dijo Oscar Mendoza, un abogado que estaba de pie frente al palacio presidencial momentos después de que Kuczynski se despidiera de su equipo. “Todo lo demás, cuando lo tocas con el dedo, sale pus porque está totalmente corrompido por la corrupción”, dijo.