WASHINGTON — Hace exactamente un año, Donald Trump ganó las elecciones presidenciales. Pregúntele y él le dará lujo de detalles.
Trump lleva diez meses en la presidencia y todavía sigue pensando –algunos dicen que obsesionado– con la elección que lo llevó a la Casa Blanca. Incitado por amigos y algunos noticieros, no ceja de criticar a su rival Hillary Clinton y de presumir de la magnitud de su triunfo.
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“Fue una gran victoria, una victoria que hizo feliz a mucha gente”, dijo Trump el martes en Seúl, segunda escala de una gira por cinco naciones asiáticas.
Incluso llegó a declarar a la prensa que planeaba “una gran fiesta” para conmemorar la victoria electoral, pero sus colaboradores indicaron que no habría nada formal para recordar la ocasión.
De todos modos, no hay dudas de que Trump sigue pensando en su elección, una fijación que según sus amigos refleja su ego y también constituye un mecanismo de defensa. Trump les ha dicho a allegados que no se le reconoce el mérito de su triunfo sobre Clinton. Y algunos amigos aseguran que está consciente de que numerosos elementos de su propio partido Republicano esperaban que perdiera y no soportan la idea de verlo en la Casa Blanca.
“Su obsesión con la elección deriva del hecho de que nunca fue aceptado por el establishment”, opinó Christopher Ruddy, amigo del presidente y CEO de Newsmax. “No le muestran la deferencia típica de un presidente”.
Trump ganó con amplitud la votación del Colegio Electoral, pero obtuvo casi 2,9 millones de votos menos que Clinton.
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La inseguridad de Trump sobre su status es magnificada por las acusaciones de los demócratas de que llegó a la Casa Blanca en parte por la interferencia de Rusia en las elecciones. La investigación del papel ruso merodea la Oficina Oval y varios funcionarios están siendo llamados a declarar por el fiscal especial Bob Mueller. El ex presidente de la campaña electoral de Trump Paul Manafort fue acusado formalmente de varias irregularidades la semana pasada. Trump respondió exhortando a los legisladores republicanos y al Departamento de Justicia a que investiguen posibles lazos de Clinton con Rusia.
La Casa Blanca niega que Trump esté obsesionado con la elección. Su portavoz Sarah Huckabee Sanders dijo que el mandatario se enfoca en el hecho de que “la bolsa de valores alcanzó niveles récord, el desempleo es el más bajo en 17 años y (la agrupación Estado Islámico) está en retirada”.
La victoria electoral, no obstante, sigue siendo el logro político más importante de Trump, que luego de casi un año en la presidencia no ha logrado cumplir ninguna de sus ambiciosas promesas de campaña.
Algunos republicanos que frecuentan la Casa Blanca aseguran que la obsesión de Trump con las elecciones no es tan fuerte como al principio, cuando aprovechaba cada acto y cada encuentro privado para vanagloriarse de su triunfo. Dos colaboradores de legisladores republicanos dicen que Trump todavía habla del tema ocasionalmente, pero no con la misma frecuencia que antes. Y parece haber dejado de distribuir mapas con copias del mapa del Colegio Electoral, como hizo al principio.
Todos los informantes mencionados en este artículo hablaron a condición de no ser identificados porque no estaban autorizados a comentar conversaciones privadas.
De lo que no hay duda es de que Trump tiene una fijación con Clinton. Ha hecho hincapié en las revelaciones de que la campaña de Clinton le pagó a una firma para que preparase un informe con afirmaciones no confirmadas de lazos entre la gente del magnate y Rusia, y no para de hablar sobre un libro en el que la ex presidenta del Partido Republicano Donna Brazile saca algunos trapitos al sol.
Funcionarios de la Casa Blanca aseguran que los antecedentes de Clinton son una de las razones por las que la gente votó por Trump. Amigos del mandatario como Roger Stone lo alientan a que siga atacando a su antigua rival y cuentan que Trump se siente empujado a insistir en el tema al ver lo mucho que la cadena Fox News habla de Clinton.