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La princesa Diana: 20 años de su muerte

Un día como hoy, hace dos décadas, la muerte de una de las figuras más importantes de la segunda mitad del siglo XX estremeció al mundo

La princesa Diana abrazó un sinnúmero de causas benéficas. / Foto: AP (Joao Silva/AP)

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LONDRES — El funeral de la princesa Diana, realizado menos de una semana después de su sorpresiva muerte en un accidente automovilístico en París, atrajo a más de un millón de personas a Londres. Y millones más lo vieron por televisión.

Casi dos décadas después de su publicación original, The Associated Press proporciona el reporte de los acontecimientos del 6 de septiembre de 1997 de la corresponsal Maureen Johnson.

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Con esplendor eterno, un mar de lágrimas y la ira de un hermano, Gran Bretaña se despidió hoy de su “Reina de Corazones”, mientras un millón de dolientes o más vieron a Diana, la princesa de Gales, dirigirse a su descanso final tras una vida de días de oro, tristeza y demasiado pocos años.

“En todo el mundo ella fue un símbolo de humanidad generosa”, dijo su hermano, Charles.

Pero el noveno conde Spencer también se mostró resentido en su panegírico desde el púlpito de la Abadía de Westminster, fustigando a una prensa sedienta de chismes que habría contribuido a la muerte de Diana y prometiendo impedir que la familia real ahogue a los hijos de la princesa en “deber y tradición”.

Una muchedumbre silenciosa forcejeó para ver la majestuosa procesión que cargaba el féretro de Diana a su funeral en la abadía, que avanzó a paso de “marcha fúnebre” por los corredores de humanidad amontonada en el centro de Londres para decir adiós a una princesa tan adorada como desafortunada.

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AP

Finalizado el funeral, poco después del mediodía, la nación guardó un minuto de silencio en su honor, mientras los ecos absorbían los últimos compases del coro de la abadía, que cantaba “Ven, disfruta las recompensas y coronas que he preparado para ti”.

Una caravana entonces trasladó los restos de la princesa por una ruta de 120 kilómetros (75 millas) a su casa ancestral, Althorp Park, donde una tumba aguardaba en una tranquila isla arbolada en la propiedad.

La carroza fúnebre fue rápidamente cubierta de flores arrojadas por la multitud en duelo. Mientras entraba a Althorp, la policía cerró las puertas de la hacienda, y la familia de Diana la llevó a la privacidad que a menudo había ansiado: un sepelio al que asistieron unos pocos Spencer, su exesposo el príncipe Carlos y sus dos amados hijos. La familia Spencer dijo que no se proporcionarían detalles del entierro.

Carlos y sus hijos salieron de Althorp cerca de las 6 de la tarde (hora local), dijo la policía. Se cree que iban a Highgrove, la residencia de Carlos en Gloucestershire, en el oeste de Inglaterra.

Dentro de los elevados muros consagrados de la Abadía de Westminster, miembros de la realeza vestidos de negro, hileras de celebridades relucientes, y cientos de personas comunes cuyas vidas sintieron su toque humano se habían congregado para escuchar palabras de elogio y oración para Diana, quien murió el domingo pasado a los 36 años en un accidente automovilístico en París por el que muchos responsabilizan a los acechadores paparazzi.

“Aunque era una princesa, era alguien por quien, de lejos, nos atrevimos a sentir afecto”, dijo el decano de Westminster, reverendo Wesley Carr.

Pero junto con su propio peán de amor y oración, el hermano de Diana pronunció una crítica a los medios, en un panegírico que generó un largo aplauso en la abadía y en todo Londres, donde cientos de miles vieron el funeral en enormes pantallas.

“Ella habló incesantemente de irse de Inglaterra, principalmente por el trato que recibía de los periódicos”, dijo el conde Spencer, de 33 años, en tono de rencor apenas controlado.

Spencer también aludió a los difíciles años que pasó su hermana en la familia real, que le quitó a Diana el título de “Su Alteza Real” cuando se divorció el año pasado del príncipe Carlos.

Ella era “una persona de nobleza natural que fue desclasada, que demostró en el último año que no necesitaba un título real para generar su estilo particular de magia”, señaló.

El conde prometió proteger a los hijos de Diana, el príncipe Guillermo, de 15 años y segundo en línea al trono británico, y el príncipe Enrique, de 12, de la prensa y de ser consumidos por “el deber y la tradición” de la realeza.

Entre los tristes tonos de Bach, Verdi y Purcell en la abadía, los 2 mil dolientes también oyeron un sereno himno pop de Elton John, el amigo de Diana, quien interpretó una canción que hizo llorar a sus hijos.

“Adiós rosa de Inglaterra”, cantó, “… tu vela se apagó mucho antes de lo que lo hará tu leyenda”.

Las ceremonias de hoy, un día en el que esta nación paró como lo haría por la muerte de un verdadero monarca, ayudarán a crear la leyenda de Diana.

Seis relucientes caballos negros habían tirado de un armón de artillería con el ataúd por los bulevares y avenidas de la ciudad bajo la fresca luz del sol. Caminando lentamente atrás, en la última de las tres millas de recorrido, estaban sus adorados hijos con las cabezas inclinadas; su padre, el príncipe Carlos; su abuelo, el príncipe Felipe; y el conde.

Cientos de representantes de fundaciones benéficas que Diana apoyó les siguieron detrás, algunos en sillas de ruedas, otros con trajes de enfermera.

El féretro estaba envuelto en la bandera real y coronado con lirios, tulipanes y rosas blancas, y una corona de flores por cada uno de sus hijos y su hermano. Una tarjeta colocada sobre el ataúd decía simplemente “Mami”.

AP

Sollozos y gritos de “¡Diana!” se escucharon. Algunos en la muchedumbre lanzaron flores mientras el cortejo pasaba. “Nadie te puede lastimar ahora”, decía una pancarta. “Sólo siente el amor”.

Mientras el cortejo pasaba frente al Palacio de Buckingham, antes de que los hombres se unieran a la procesión, la familia real, encabezada por la reina, inclinó sus cabezas.

La policía calcula que mucho más de un millón de personas se alinearon en las aceras y llenaron los parques de Londres para ver el réquiem en pantallas de TV. Pero el silencio reinó; apenas lo rompieron unas cuantas veces el ruido de los pasos y el triste doblar de la campana.

Otras innumerables personas alrededor del mundo vieron por televisión cómo el pueblo británico enterraba a la hija del conde y antigua maestra de kindergarten que se convirtió quizás en la mujer más fotografiada sobre la Tierra.

En los seis días desde la muerte de la princesa, ha habido una efusión extraordinaria de aflicción pública. La increíble popularidad de Diana, que fue un fastidio para la familia real en vida, resultó una lección ahora en su muerte.

“Ellos (la realeza) deben acercarse más al pueblo para sobrevivir”, dijo Doreen Duffell, quien se unió a una apesadumbrada muchedumbre antes de la procesión. “Di era la única que mostraba expresión en su rostro. Las expresiones de los otros casi nunca cambian”.

Ese mismo sentir llevó a la reina Isabel II el viernes a romper el protocolo real al pronunciar su primer discurso televisado en vivo desde los primeros días de su reinado de 45 años para rendir homenaje a su ex nuera, a quien describió como una “persona extraordinaria” cuyo recuerdo sería atesorado.

La propia Diana había dicho que su mayor aspiración era ser “una reina en el corazón de la gente”. Y el sábado, las multitudes la coronaron y muchos dolientes se pegaron simples barajas en el pecho.

Entre los 2.000 invitados reunidos para el funeral de 45 minutos estuvieron la primera dama Hillary Rodham Clinton, realeza de toda Europa, amigos famosos de Diana del mundo del espectáculo y la moda  –incluyendo astros del cine como Tom Cruise y Tom Hanks, y el cantante de ópera Luciano Pavarotti– y muchos otros que conocieron su bondad.

Las cámaras de televisión fueron operadas bajo instrucciones de no mostrar a la familia real durante el servicio.

La mezcla de lo viejo y lo nuevo en la iglesia real –música coral solemne, el himno favorito de Diana “I Vow To Thee My Country” y la canción de Elton John, originalmente escrita para Marilyn Monroe y editada para Diana– fue un reflejo de su vida y pasiones.

Hugh Mulligan, un corresponsal especial de la AP que estaba adentro de la abadía, dijo que recordó la cobertura de la boda de Carlos y Diana en la Catedral de San Pablo al ver diseñador David Emanuel llorar abiertamente ante la canción de John.

Entonces, en 1981, Diana emergió de un carruaje de cristal con un vestido de tafetán color marfil que él diseñó, con una cola de 7.6 metros (25 pies), para casarse con Carlos y convertirse en la princesa de Gales. El día de hoy fue igual de glorioso, con la multitud en las calles y los rayos del sol colándose por los vitrales, pero las campanas emitían un canto fúnebre desde sus altas torres.

Ese matrimonio de “cuento de hadas” entre una joven incómodamente hermosa recién salida de la adolescencia y un príncipe 12 años mayor que ella se fue deteriorando año tras año. Diana se quejó de que él era frío y la familia real insensible. Los amigos de Carlos decían que ella era una esposa malhumorada y difícil. Ambos admitieron con el tiempo que tuvieron relaciones extramaritales.

Pero mientras tanto, la radiante princesa de espíritu libre había conquistado seguidores por todo el mundo, gente que admiraba su estilo y valor.

En el año que siguió a su divorcio, que la reina había exigido, Diana parecía estar reconstruyendo su vida. Entonces, el domingo pasado, todo terminó en las retorcidas ruinas de un Mercedes sedan en un túnel de París, cuando murió con su nuevo novio, Dodi Fayed, y su chofer mientras huían a alta velocidad de los paparazzi.

Muchos culparon a los fotógrafos. Posteriormente los forenses informaron que una prueba de sangre reveló que el conductor estaba legalmente ebrio.

Al menos seis fotógrafos y un motociclista de prensa están bajo investigación formal en París bajo posibles cargos de homicidio culposo y de no ayudar a las víctimas de un accidente.

Aún hasta el final, la fama obstinó a la ex Diana Spencer.

Originalmente se esperaba que fuera sepultada en la iglesia del pueblo de Great Brington, cerca de Althorp Park, donde descansan 20 generaciones. Pero en vez se eligió un lugar dentro de la propiedad por temor a que la aldea fuera infestada por excursionistas y turistas.

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