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De Castro Font: “soy una persona muy distinta a como era hace 6 años”

Jorge de Castro Font cumple hoy 60 días de restricción domiciliaria, por lo que ya tendrá la oportunidad de salir a trabajar.

La cárcel es un castigo verdaderamente fuerte, dice el exsenador Jorge de Castro Font durante una extensa conversación con la agencia Inter News Service (INS) en su apartamento en Hato Rey, donde completa su sentencia.

Precisamente hoy cumple los 60 días de restricción domiciliaria que se le impuso al salir y, en lo adelante, se le permitirá salir a la calle a ganarse el pan dentro de un horario estricto hasta extinguir las penas estatal y federal en el año 2019.

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Se busca indagar cómo sus años de presidio han cambiado, si algo, los rasgos que lo condujeron a la cárcel. Su pelo ya no tiene el negro reluciente que solía lucir, ahora salpimentado de canas, aunque continúa usando gel, para fijar y lustrarlo.

De vez en cuando sufre las consecuencias de haber tenido una úlcera provocada por la mala calidad de la comida en 64 meses de reclusión y 10 cárceles distintas.

Sigue mirando directo a los ojos a las personas, aunque no sube tanto la ceja izquierda en señal de prepotencia. No querrá decirlo, pero hay más docilidad en su carácter.

En las décadas de 1990 y de 2000, cuando fue representante por el Partido Popular Democrático (PPD) y luego senador por el Partido Nuevo Progresista (PNP), a De Castro Font lo apreciaba con fanatismo una parte de la gente y con ese mismo fanatismo la otra parte lo detestaba. Sus actitudes, muchas veces prepotente, reconoce, no le causaban ningún tipo de remordimiento. “Les molestaba el estilo”, dice a la agencia INS, minimizando el asunto.

“He hecho un análisis de mi carrera política, de mi estilo, de mis actitudes” a raíz de su confinamiento y ahora es más autocrítico.

“Las circunstancias eran muy distintas”, antes “controlaba” el Senado, y poco antes de terminarse el cuatrienio las acusaciones federales habían reducido a escombros ese poder, y terminó lavando ropa interior en el lavamanos de las cárceles, limpiando duchas, inodoros.

Los políticos deben tener “más cuidado con quienes se asocian y más cuidado en la manera en que mueven el dinero recibido de las campañas políticas”, manifiesta a manera de lección aprendida.

La hora que fijó para la entrevista coincide con el almuerzo e insiste en que nos sentemos a la mesa: un bistec, de buena calidad, encebollado, con amarillos que, por tener el aceite muy caliente, se queman. El entrevistado pica uno a la mitad y muestra que todavía se pueden comer. La sazón de la carne es correcta y los trozos de cebolla, blanca, abundantes y crujientes. Le ha sacado partido al tiempo en que estuvo destinado al servicio de cocina.

En la entrevista no se le pregunta sobre el proceso judicial. Este fue público y se parte de que todo ocurrió como ocurrió, aunque el exsenador tenga cierto reparo a algunas acusaciones, “como la exageración de la extorsión”, pero no hay nada que quiera impugnar y es de aquí en adelante que ha decidido rehacer una vida que en algún momento estuvo bien encaminada, aunque en 2001 la gobernadora Sila Calderón utilizó todo su poder para impedir que De Castro Font se convirtiese en el presidente de la Cámara de Representantes.

Una de las hijas de Jorge, que vive con él, llega, saluda con amabilidad, va de un lugar a otro, recibe unas peticiones de su padre, y aun saliendo nuevamente, el otrora poderoso político, padre típico, continúa recitando las instrucciones, inclusive cuando el golpe suave  de la puerta anuncia que ya se ha ido.

“Soy una persona muy distinta a como era hace seis años, después de estar preso tanto tiempo, en el sentido de mi tolerancia, mi paciencia, mi comprensión. Más atento al detalle, de las cosas que eran insignificantes antes. Hay otras cosas que ahora yo las dejo pasar”, confiesa.

Pero otra cosa es el momento en que todo se torció. Y De Castro Font identificó ese momento, y las graves consecuencias que tuvo, personales y políticas.

“Yo acepto mi errores de asociación y mis errores de haber utilizado el dinero que levantaba (en las campañas políticas) para cosas personales”, manifiesta con el deseo de que eso quede atrás, junto a la sentencia que extingue.

La mala comida, grasienta, de baja calidad, repetitiva, el mismo hamburger, el mismo pollo sin sabor, ‘pellejú’, ya hubiese sido castigo suficiente y la úlcera será la memoria que se lo recuerde, y piedras en el riñón, y algunos quistes que le extrajeron. Mejores días los tuvo en el Centro de Detención Metropolitano de Guaynabo, en la sección de testigos federales, donde al menos le daban arroz con habichuelas, aunque fuese todos los días.

De Castro Font no se quedó con nada por dentro. Lo que sabía sobre actos de corrupción lo reveló al FBI (Negociado Federal de Investigaciones) pero, o no dio pruebas suficientes, o no se pudo corroborar con otros testigos, si los hubiese, o no le creyeron.

El exparlamentario dice que prefirieron mirar para el lado, tampoco eran “chernitas” a los que apuntaba.

Mejor suerte no corrió en la cárcel. Solo “hablas con el (confinado) que te habla” y no se dejó afectar por “los problemas de la gente en la calle” porque nada podía hacer para resolverlos. “Hoy me siento con un control mental y físico que no tenía antes”, dice. Pero no porque las cárceles rehabiliten, “hay que hacer cambios radicales” para que eso ocurra.

No busca vengarse por el tiempo que pasó en la cárcel y a la que no debió ir solo, asegura. Si bien, su historia será contada en su momento en un libro, en el que espera revelarlo todo. No para ajustar cuentas, aclara. Los que debieron juzgar los hechos ya lo hicieron. Entonces, y está de acuerdo, será para que se vea la complejidad de la condición humana.

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