En 1976, el científico y escritor Richard Dawkins acuñó el vocablo meme. A pesar de que en este siglo ha sido apropiada por los cibernautas para representar las imágenes con texto superpuesto —a menudo jocosas— que circulan de una unidad móvil a otra, todavía la palabra mantiene algo de su significado original. Desde el punto de vista estrictamente teórico, un meme es una unidad de información cultural que se transmite de un individuo a otro y que se comporta como un virus, propagándose dentro de una población.
En Puerto Rico, el meme de la corrupción se ha extendido por todo el país y a todo nivel de nuestra sociedad. Un estudio reciente de la Comisión de Derechos Civiles nos provee un retrato de la multiplicidad de instancias en las que nos enfrentamos con la deshonestidad individual y colectiva.
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Así pues, vemos que la evasión contributiva es un mal que se refleja cada año cuando se acerca el 15 de abril. Si bien esto es inexcusable, como país debemos evaluar si la evasión no es ocasionada por la gran carga que se le impone a menos de una tercera parte de la población, la cual sostiene la operación del Estado para el resto de los que aquí habitamos. Si malo es no cumplir con su responsabilidad contributiva, igual de corrupto es el aprovechamiento de ayudas y subsidios que se supone sean un resguardo temporero y no un medio permanente de supervivencia.
En el cuerpo del sector empresarial también reside esta insidiosa enfermedad. Lamentablemente, nuestra prensa de negocios, con pocas pero destacadas excepciones, sirve principalmente para promover el lanzamiento de alguna franquicia estadounidense o como sección de sociales para los residentes diurnos de la Milla de Oro. Faltos de ese escrutinio, mucho comercio en Puerto Rico se sale con las suyas: bancos cerrados por los préstamos que les hicieron a los amigos de sus directores, compañías cuyos ejecutivos se quejan del mantengo —salvo del que reciben para que no zozobren sus propias finanzas— y consumidores desprovistos de remedios para exigir que se les cumpla con los servicios o bienes por los cuales pagan.
Y sí, en la política está muy presente también este meme de la corrupción. Sin duda, el costo y la duración de las campañas tienen el potencial de despertar, en aquellos cuyas conciencias son débiles, ese germen. No acepto, sin embargo, que el sistema electoral haga de la corrupción una inevitabilidad, toda vez que sería aceptar que ningún puertorriqueño tiene siquiera un ápice de moral cuando se enfrenta al canto de sirena del capital.
Integrantes de ambos partidos han sido culpables. En el caso del PPD, el último periodo en el que germinó la corrupción dentro de sus filas fue en la década de 1980. Como resultado de esa experiencia, el entonces gobernador Rafael Hernández Colón legisló la creación del Panel del Fiscal Especial Independiente, y sus sucesores inmediatos en la presidencia del partido, Melo, Héctor Luis y Sila, entronizaron en la colectividad ideales de pulcritud y gobierno limpio. Muchos de los que hoy ocupan puestos en el Ejecutivo y escaños en el Legislativo se pulieron en esas campañas, en la alcaldía de San Juan y en la gobernación de Sila, y hasta hoy llevan consigo ese meme de probidad.
En cambio, el último brote de corrupción pública en el PNP se dio en la época de Pedro Rosselló. De ese hervidero surgieron figuras como Luis Fortuño, cuyo gobierno aún esta semana estaba generando noticias por los alegados actos ilegales de una funcionaria en el Departamento de la Familia; Pedro Pierluisi, cuya incumbencia en Justicia no produjo una sola convicción por corrupción pública durante el periodo más oscuro en la historia reciente del gobierno de Puerto Rico; y, por supuesto, Ricky, cuyo único mérito para ser candidato es el vínculo con su padre.
El meme de la corrupción está muy vivo en ellos.
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