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Opinión: Lecciones de una convención de cómics

En el mundo de los cómics se le llama cosplay a lo que el resto del mundo llama disfrazarse.  El verdadero cosplayer no compra su disfraz, sino que lo confecciona o contrata a alguien para que lo haga. Aunque algunos accesorios sean comprados, el valor de la experiencia está en la interpretación que la persona hace del personaje.  
Mis quince años de relación con un caricaturista y escritor de cómics me han hecho casi experta en superhéroes. Estoy acostumbrada a verlos de todas las edades y tamaños en las convenciones de cómics.  La semana pasada, en una que se llevó a cabo en un hotel de Isla Verde, había tres invitados de EE. UU., dos chicas y un chico, todos reconocidos dentro del mundo del cosplay.  Sus vestuarios eran espectaculares.

Pero no les puedo negar que, cuando vi a Aquaman, un joven rubio con un cuerpo escultural, me pregunté: “¿No está este ya como un poco mayor para estar disfrazándose de superhéroe?”. Nada, que de alguna forma lo juzgué, y no de la mejor forma posible.  Pero cuando Aquaman llegó hasta nuestra mesa a conocer a mi esposo Tom, hice lo que siempre tiendo a hacer con gente que me parece interesante: empecé a entrevistarlo. Me dijo que tenía cuarenta y cuatro años, que su novia era una de las otras dos muchachas que estaban disfrazadas y que vivía en Orlando. “¿Y hace cuánto haces esto?”, le pregunté.  Y ahí fue que me soltó la pedrá.

“Lo hago desde hace diez años, cuando mi hijo, que entonces tenía ocho, murió de leucemia. Ambos éramos fanáticos de Star Wars y él decía que iba a pelear contra su enfermedad como un maestro jedi.  Así que yo compré dos disfraces jedi para nosotros y nos vestíamos todo el tiempo en el hospital.  Cuando murió, pedí en la funeraria que me permitieran entrar en la morgue y lo vestí con su uniforme de jedi. Llamé al capítulo local del club de Star Wars y aparecieron seis muchachos uniformados de stormtroopers para hacer una guardia de honor a todo el que entraba a la capilla a ver a mi hijo. Ese día decidí que, si la vida no permitió que mi hijo creciera, entonces yo no iba a hacerlo tampoco”.

¿Qué responde uno a una historia como esta?  Cuando Rick no está disfrazado de superhéroe, es un entrenador personal con una sólida carrera. Pero disfrazarse de Aquaman o Ironman para una convención y, sobre todo, para ir a un hospital a visitar pacientitos de cáncer es su verdadera vocación. Conocerlo me recordó la importancia de no juzgar, porque a veces los verdaderos superhéroes están donde menos nos imaginamos.

 

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