Quizás desde el sufragismo y el feminismo de los años sesenta no había existido una cohesión tan poderosa y aceptada por la institucionalidad a nivel masivo como la surgida desde que el reportaje de The New York Times contra Harvey Weinstein destapó una de las cloacas más normalizadas en la industria de Hollywood: el acoso sexual y la coerción basada en el abuso de poder. De inmediato, Alyssa Milano y otras estrellas que vieron acabadas sus carreras por decir no a Weinstein y otros peces gordos se unieron al hashtag #MeToo y contaron sus experiencias. No fueron las únicas. Millones de mujeres —públicas y anónimas— se alentaron a contar que, en algún momento de sus vidas, fueron agredidas solo porque otro tenía más poder, o simplemente por ser mujeres.
Y poco a poco, otros famosos personajes como actores, directores, empresarios, músicos, deportistas y políticos comenzaron a ser señalados por lo que hicieron en el pasado. Fue así que temas como el acoso en el ámbito personal, social y laboral comenzaron a ponerse sobre la mesa.
PUBLICIDAD
“Cacería de brujas”
Pero como en todo cambio estructural, sobre todo en el discurso, siempre surgen las resistencias. Esta vez, potenciadas en la Internet. Miles de mujeres que denunciaron, comenzando por estrellas como Rose McGowan y Asia Argento, han sufrido primero la revictimización de ser culpadas por lo que les pasó, a través de miles de comentarios en el espacio digital, pero también en la vida real. Han sido señaladas por ser demasiado provocativas o demasiado puritanas, por querer “hacer drama”, “llamar la atención” o, simplemente, por “merecerlo”. Algo que no es nuevo. Hasta que vinieron Catherine Deneuve y Margaret Atwood, así como los defensores de Aziz Ansari, —comediante norteamericano señalado por forzar a una mujer a tener contacto sexual con él, a pesar de que, en principio, esto fue consentido— a señalar a este movimiento como una total vuelta al macarthismo, pero esta vez respecto a las relaciones entre hombres y mujeres y al sexo.
Deneuve, quizás desde su posición ontológica, señalaba que estas denuncias eran una vuelta al puritanismo y que ya nadie podía volver a seducir con libertad. Fue rápidamente acallada por miles de mujeres que vieron en este método de seducción furtiva solo opresión. Por su parte, Atwood fue más allá y puso otro punto sobre la mesa: ¿es necesario juzgar al hombre señalado como culpable definitivamente? Comparaba, claro, el movimiento como una caza de brujas. Por otro lado, hay críticos del movimiento que dicen que se ha llegado demasiado lejos y se sostienen con dos ejemplos que circulan en Internet, como el hecho de que no lleguen a contratar a más mujeres en Silicon Valley por acusaciones de acoso o el consentimiento de hombre y mujer en Suecia para tener sexo. Pero, más allá de estos ejemplos, con tantos casos de coerciones y agresiones, estos puntos son más que cuestionables.
“Lo que vemos ahora es un desarrollo notable en la historia de la humanidad, cuando la igualdad verdadera entre géneros se está demandando y ha comenzado lentamente. No es suficiente que las mujeres trabajen con los hombres o en posiciones de poder. Tienen que hacer su trabajo como iguales. A su vez, la excusa de siempre, “los hombres son hombres”, no funciona más. Las mujeres demandan de los hombres ser tenidas en cuenta, ser escuchadas y no creo que eso sea puritanismo, porque las mujeres tienen que estar en su oficina sin ser acosadas y deben ser tratadas con respeto”, afirma a Metro Christine Spynowich, profesora y directiva del Departamento de Filosofía de Queen’s University, en Canadá.
“La lucha es empoderadora para las mujeres y es evidente que, en este cambio, los agresores están renunciando o desapareciendo. Y debe haber un consenso para que esto cambie. Ahora, todos se benefician en un lugar de trabajo si hay una cultura de respeto mutuo”, agregó.
En eso coincide el movimiento TIME’S UP, tan publicitado en los pasados Globos de Oro. En un comunicado enviado a Metro, afirman que, más allá del señalamiento, quieren un “equilibrio de poder e igualdad” y que, de esta manera, más allá de la pose y el uniforme negro, quieren inclusión y representación igualitaria de minorías marginalizadas, así como erradicar para siempre el comportamiento predatorio, el abuso de poder y la vulnerabilidad de las mujeres en el trabajo. Y tienen cómo sostenerlo al afirmar que 1 de 3 mujeres de 18 a 34 años ha sido sexualmente asaltada en el trabajo y 71 % de ellas jamás lo reportan. Ni hablar de las cifras mundiales de violencia sexual: según la OMS, una de cada tres mujeres (35 % de ellas), ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja o terceros en algún momento de su vida.
Tal vez, aún con cifras, el debate se mantendrá con los argumentos clásicos, pero lo que sí es un hecho, es que el tema ya no se puede ignorar, como pasó antes con las víctimas que fueron acalladas o, simplemente, olvidadas en casos que tocan desde Woody Allen, Polanski y otros. Ahora miles de mujeres se unen para compartir experiencias y más allá de los puntos en que otros disienten, es imposible dar marcha atrás, a pesar de los señalamientos cada vez más débiles en una sociedad de mujeres cada vez más fuertes.