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Abanderada de Chile para Río 2016 confesó que fue abusada por su padrastro

La maratonista Érika Olivera, quien fue elegida por votación popular para ser la abanderada de Chile en los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, confesó haber sido abusada sexualmente durante 12 años por su padrastro.

A los 40 años y a las puertas de su quinta participación olímpica, en una entrevista con el diario El Mercurio detalló que fue violada por su padrastro, un pastor evangélico.

“Debo haber tenido cinco años la primera vez que me abusó. El dormitorio estaba empapelado con un papel mural rojo. Empezó mostrándomelo como un juego, con caricias y después fue avanzando. Esa primera vez no entendí lo que pasó, era una niña. Él siempre decía que eso nadie lo tenía que saber”, explicó Olivera, madre de cinco hijos.

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Las violaciones, según su relato, ocurrían todos los lunes, cuando su madre salía a participar en actividades de la iglesia y ella volvía del colegio: “Era el día más horrible. Me acuerdo caminando hacia la puerta. Nada más tenía que llegar y aceptar. Mientras yo no me pude defender, él hacía lo que quería conmigo”, contó.

Cuando Érika Olivera cumplió 12 años, cuando ya practicaba atletismo, tuvo el valor para contarle a su madre el abuso que sufría. El padrastro se enteró y, bajo amenazas, la obligó a decirle a su mamá que era mentira lo que le había contado.

A medida que crecía, que ya no podía ser sometida tan fácilmente, su padrastro comenzó a chantajearla: “Para ir a una carrera o salir a un entrenamiento, tenía que aceptar lo que él me decía (…). Si alguna vez oponía resistencia, no había plata para nada en la casa, no le pasaba plata a mi mamá”.

La atleta contó además que intentó asesinar a su violador con unas semillas venenosas, pero pudo lograr su cometido: “Este hombre tomaba mate y se las metí ahí, esperando que se muriera, pero obviamente no pasó nada”.

A los 18 años, dedicada de lleno al atletismo, la deportista se armó de valor y se le plantó: “Me levantó la mano, yo se la sostuve y él me forzó más. Me puse agresiva, me defendí y le dije que no me volviera a hacer eso nunca más. Desde la calle le grité: viejo de mierda. Mi mamá vio todo esto. Para mí fue un gran paso. Él no volvió a violarme. Fue la última vez”.

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