La guerra de los sexos ha sido una buena excusa para evadir las discusiones que deberíamos tener a nivel nacional desde hace décadas. Programas de juegos de hombres contra mujeres, discusiones polarizantes y comentarios agresivos de troles en las redes y en medios digitales, la insistencia en decir que el feminismo es lo mismo que el machismo [rolling eyes]: todo nos lleva a un campo de guerra estéril que no guarda una relación real con el mundo que vivimos. Luego, nos confrontamos con el mundo político y pareciera que ahí también nos quieren poner a jugar las nenas contra los nenes sin importar la calidad del discurso, la historia de trabajo de las personas candidatas o las propuestas que traen de cara a las elecciones. Pero eso es más sutil… y más peligroso que los programas de juegos. ¿Existe una guerra de los sexos a nivel político? Realmente no. Lo que nos tenemos que preguntar en este momento histórico es: ¿más mujeres equivale a mejor política? ¿Qué necesitamos para tener un país más justo y equitativo?
Y aquí es cuando nos obligamos a mirar los ejemplos más recientes de nuestra política isleña: Wanda Vázquez, María Milagros Charbonier, Nayda Venegas, Migdalia Padilla, Brenda López y Rossana López. Mujeres, mujeres, mujeres. Obstáculos permanentes para los derechos de otras mujeres y los derechos humanos en general. Una búsqueda rápida en la web nos da la historia de sus ejecutorias. Desde desmantelar la Oficina de la Procuradora de las Mujeres hasta promover proyectos de ley contra nuestros derechos sexuales y reproductivos o imponer un Código Civil que será el dolor de cabeza de todas nosotras por los próximos 100 años. ¿Más mujeres, mejor política?
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Miremos otros ejemplos de mujeres en la política. Y acá menciono solo a mujeres que ya han ocupado puestos públicos. María de Lourdes Santiago, Velda González… esperen. Resulta que la lista no es tan larga. Si sumara funcionarias no electas, añadiría a María Dolores Fernós (primera Procuradora de las Mujeres) y a Idalia Colón (exsecretaria del Departamento de la Familia). Otra búsqueda rápida nos permitiría ver las cosas que el país les debe pero que muy probablemente no les agradece. Porque para el país, mentado así como un ente monolítico, las mujeres no son todavía un punto prioritario de la agenda. Sin embargo, gracias a algunas de estas otras mujeres es que tenemos una ley contra la violencia en relaciones de pareja, proyectos de desarrollo económico con perspectiva de género, comunidades que lograron ver de cerca lo que es el desarrollo comunitario inclusivo y sano. La lista de sus aportaciones, a pesar de ser tan pocas, es larga y significativa. Han salvado vidas. Han abierto puertas.
En 2006 un análisis del presupuesto del gobierno comisionado por la Oficina de la Procuradora de las Mujeres- cuando existía de verdad- reveló que menos de un centavo de cada dólar se utilizaba para el desarrollo y bienestar de las mujeres de Puerto Rico. Tomen nota: 2006. Hace 14 años y mucho antes de que la deuda pública y las medidas de austeridad se convirtieran en la excusa perfecta para dar la espalda a una agenda de equidad social para nosotras las mujeres y para el país en general. Hoy en 2020, el número de mujeres en la Legislatura puertorriqueña ronda el 14%. Sin embargo, somos el 53% de la población y el 53.3% de personas votantes. ¿Por qué no se invierte en nosotras ni siquiera un chavo de cada peso del gobierno?
En los cuerpos políticos en los que se discute y aprueba el presupuesto, no hay voces que representen nuestros intereses. Tampoco hay voces que impulsen políticas públicas que vayan más allá de las típicas leyes de violencia de género y empresarismo. La Legislatura y la Rama Ejecutiva siguen actuando como si las mujeres fuéramos de la casa y de ningún otro lugar.
¿Por qué somos solamente el 14% de legisladoras y de esas tenemos 0% de representantes genuinas de nuestros intereses?
La explicación es larga y esta columna corta. Hoy no da tiempo de hacer el análisis completo. Pero la respuesta corta la encontramos en una palabra: desigualdad. La desigualdad que construimos a diario desde los espacios públicos como escuelas, iglesias, medios de comunicación y agencias de gobierno hasta nuestros hogares. Cada vez que alguien le dice a un niño que no llore y que sea machito, un pedacito de ese corazón inocente se atrofia. Cada vez que a una niña se le dice machúa porque le gustan los deportes, se le cortan las alas para eso y para cosas más grandes. De ahí la ausencia de mujeres en la política y de ahí la necesidad de algunas políticas de aliarse con valores que las degradan a ellas y al resto. De ahí la cantidad de políticos varones que son incapaces de mantener debates racionales y respetuosos. De ahí que las personas votantes aplaudan a los agresores de la política y se desconfíen de quienes se presentan con valores de equidad y de justicia. Así nos han construido. Pero siempre podemos deconstruirnos. ¿Cierto?
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En nuestro mundo político partidista existe un esquema de valores bastante perverso que juega con el miedo y la desinformación del colectivo. La buena mujer, la que se define desde una perspectiva de familia, hogar y maternidad pareciera estar reñida con las mujeres libres y luchadoras. La realidad es que no es así. De todo hay en el vergel de Doña Ana. Las mujeres, todas, somos simplemente personas. Lo único que esas personas que somos las mujeres llegamos a un mundo donde otra gente predefine nuestro destino a base de estereotipos. Es como nacer en el distrito 12 de los Juegos del Hambre (Hunger Games) y saber que nunca llegarás al Capitolio porque no es parte de las reglas del juego.
Pero la buena noticia es que si algo hemos hecho las mujeres a través de la historia es romper las reglas y entrar en los sitios a los que nos dicen que no podemos entrar. En estas elecciones hay muchas mujeres candidatas a puestos electivos. ¿Será que lograremos superar el 14%? ¿Será que lograremos al menos un 5% de representación real? Recuerden, este cuatrienio tuvimos 0% de representación real.
¿Más mujeres, mejor política? Para poder contestar que sí, hay que reevaluar las premisas que usamos a la hora de hablar del tema y preguntarnos: ¿Qué proponen estas candidatas que nos piden el voto a otras mujeres? ¿Proponen equidad? ¿Son capaces de entender el origen de la violencia hacia nosotras y se comprometen a erradicarla? ¿Pueden ver cómo nuestras estructuras sociales y económicas hacen más pobres a las mujeres? ¿Trabajarán para que más mujeres puedan aspirar a puestos públicos en el futuro? Hablemos de una ruta de las mujeres hacia una vida plena, segura y de equidad. Porque la ruta de las mujeres, a través de la historia, se ha caminado a conciencia y en este tramo, es más importante que nunca tener como destino una aspiración de equidad.