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Opinión del Padre Orlando Lugo: Código civil, sí, por favor

Lea la columna de opinión del Padre Orlando Lugo

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Ya lo decía el escritor y filósofo inglés Gilbert Keith Chesterton: “La intolerancia puede ser definida como la indignación de los hombres (seres humanos) que no tienen opiniones”. Las opiniones son un derecho inalienable en una democracia. Molestan, y deben molestar. No obstante, como piensa el director de la escuela de filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya de Lima, Perú, la opinión no puede ser tampoco “una carta blanca para la violencia, insultos, prejuicios y simplificaciones”. Esas actitudes, mas que fomentar el sano intercambio de ideas, terminan destruyéndolo.

Cuidado con confundir una opinión con una seudoopinión. Esta última afirma, explica Ruiz de Montoya, “que no tiene por qué dar razones” para pensar de una u otra forma. Además, “demanda respeto a lo que (no) le gusta”. La violencia, insultos, prejuicios y, sobre todo, las simplificaciones que se han vertido en los medios de comunicación en torno al propuesto código civil, parecen estar motivadas por asuntos políticos e ideológicos, mas que por la justicia social y legal.

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Debatamos con honestidad intelectual algunos de los hechos: el código civil actual fue promulgado hace 88 años. Desde su aprobación, ha sufrido innumerables enmiendas. La propuesta, que ahora está bajo la consideración de la Cámara de Representantes, es producto del análisis de al menos tres facultades de derecho en la isla, y de más de 20 años de estudio por una Comisión Conjunta Permanente establecida mediante la Ley 85-1997, según enmendada. Ha sido discutida en más de 13 vistas públicas solo en la Cámara de Representantes, y fue publicada cibernéticamente para el estudio personal de juristas del patio. El Partido Popular Democrático (PPD), el 4 de marzo de 2020, radicó un informe opinando sobre la medida.

La intolerancia es fruto de opiniones sin fundamento. Podemos estar de acuerdo o no al estado de derecho que propone el nuevo código civil. Pero debemos tener claro que la opinión verdadera es aquella que no nos encierra en un gusto egoísta, sino que nos invita y compromete a construir juntos un sentido común verdaderamente inclusivo.

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