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Opinión: ¿Dónde se ve usted en cinco años?

Lea la opinión de Dennise Pérez

Estoy bloqueando en este momento el resto de mi entorno porque no es, de manera alguna, el mundo profesional del que pretendo hablar, donde la mesera pregunta informalmente a una colega si la falda debe ser más corta.

Me senté con la expectativa de escribir sobre la pregunta que hacen potenciales patronos y que a mí, personalmente, me saca eternamente por el techo. Pregunta maldita de muchas maneras.

He ido a pocas entrevistas de trabajo en mi vida, gracias a Dios, y siempre he girado sobre mi récord y mi experiencia, apostando a mí y dudando a la vez, cosa que todos me dicen que es normal.

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Pero hace un chin más de 20 años, cuando fui a una entrevista para ser reportera, un sicólogo industrial me hizo una pregunta, por primera vez, que me ha corrido incesante por la interna y externa parte del cerebro:  “¿Dónde te ves en cinco años?”

¡Demonios! A decir verdad, en ese momento, aunque tenía claras y definidas mis aspiraciones profesionales, no había pensado en “de ahí a cinco años”. Pero cuando me hicieron la pregunta por primera vez, me sentí súper libre porque, al ser novata, solo tenía que, humildemente, aspirar a más, como siempre dicen, en el nombre de Dios y de mi familia. Recuerdo haber dicho la primera vez algo por lo que el sicólogo pestañeó varias veces: “Yo quiero decirle la persona que no quiero ser en cinco años”, le dije nerviosa. Y tuve un pequeño electrochoque mental porque no pensé jamás ni en la pregunta ni en mi contrapregunta en preparación a esa entrevista.

“Adelante”, me dijo.

“Quiero haberle quedado bien a la empresa al contratarme. Dudar siempre, confirmar siempre. Y cuando me sienta demasiado conforme, molestarme”. El sicólogo, que tenía fama de problemático en la industria, me preguntó si tenía algo más que decirle, y yo, dos veces pasmada, le dije: “No, que tenga buenas tardes.  Estoy a la orden”. (What? ¿Buenas tardes? ¿Estoy a la orden? ¿De dónde salió eso?) En respuesta, el doctor me dijo que podía irme. Y me asusté, porque de todas mis aspiraciones esa era la más deseada en ese momento, y decirme “vete” podía significar cualquier cosa, incluido no saber más nada de él.

Seguí mi vida por unos días y, prácticamente, descarté  volver a saber de ese señor. Me di por vencida no sin antes torturarme todos los días de mi vida posterior por la bendita pregunta de los cinco años. Hasta que un buen día, me llamaron de la gerencia, con una voz que recuerdo perfectamente, pidiéndome que me presentara al día siguiente con no sé que papeleo. Colgué la llamada y, aunque había significado que estaba contratada si cumplía el papeleo, yo seguía pensando en la bendita pregunta de los cinco años.

Me pregunto cuánta gente tiene respuesta a la pregunta dichosa esa de los cinco años, una que suene correcta y no ofenda al interlocutor. Mucha gente que se entrevista quiere ser jefe del entrevistador, pero no lo dice, porque cuáles son sus chances después del atrevimiento. Pero, fundamentalmente, no todo el mundo sabe exactamente qué quiere en cinco años.

Cuando luego de casi dos décadas me preguntaron otra vez qué planes tenía en cinco años, pensé en mi primera respuesta. Aplicaba igual.  “Quiero haberle quedado bien a la empresa al contratarme. Dudar siempre, confirmar siempre. Y cuando me sienta demasiado conforme, molestarme”.

Ahí me di cuenta de que la pregunta no pasa de moda, que no sé si pasa los criterios de sicología industrial o de contratación correcta, pero me parece que el ser determinante de un empleo, a estas alturas, dice mucho.

Hoy yo sé dónde me vislumbro en cinco año. ¿Sabe usted? Dígame

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