El pasado sábado, un hombre acaparó la atención de todos. En un grito de desesperación se subió a una torre de la Autoridad de Energía Eléctrica en el barrio Jácanas de Yabucoa y amenazó con lanzarse al vacío. Tito Rodríguez se llama.
De inmediato, las redes sociales se llenaron de comentarios de todo tipo. Nada nuevo con ello. A fin de cuentas, las redes se han convertido en esa nueva plaza publica en la que todos opinamos sobre todo. Y así, con el derecho a opinar de todo, llovían las sentencias insensibles y “sabelotodo”. “¿Y por qué no se acaba de tirar?”, escribía una mujer. “Tan estúpido. Si se va a tirar que se tire”, añadía el comentario siguiente. “Será imbécil. Si se tira, no verá la luz ni verá nada”, escribía la señora que comentaba tres párrafos más abajo.
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Según quienes escribían, el hombre de aquella protesta, que terminó desistiendo luego de la intervención de vecinos y la Policía, solo quería “30 minutos de fama”, llamar la atención.
Pero para los vecinos y conocidos del hombre, su amenaza era el producto de la más genuina desesperación. Más de ocho meses sin servicio de energía eléctrica habían conseguido robarle la paz. Igual que a las otras 11 personas de la misma zona que, según la información oficial, habían evidenciado conducta suicida en las pasadas semanas.
Pero a usted, que con toda seguridad, si vive en la zona urbana de un pueblo en el área metropolitana, los reclamos del hombre podrían parecerle exagerados y sin sentido. Claro. Después de todo, para muchos que apuntan a la “changuería” como la raíz de los problemas del hombre de Yabucoa, seguramente tienen luz hace meses o, en su defecto, tienen los recursos necesarios para comprar un generador. Por lo mismo, pueden dar rienda suelta al cinismo o la indiferencia. El hombre, al igual que miles de familias en distintos puntos del país, no puede. Para todos ellos, la desesperación es genuina. La cuñada de don Tito Rodríguez es cuadraplégica y requiere cuidados especiales que se tornan cuesta arriba sin el servicio eléctrico. Y don Tito cargaba no solo su propia desesperación, sino la de su familia y toda su comunidad.
Pero para usted, que ya tiene luz, es posible que lo de don Tito no le quite el sueño. De seguro es una changuería sin importancia.
Como la de doña Julia y don Víctor Bruno. La mujer, paciente de esclerosis múltiple, también necesita cuidados que solo se consigue con el servicio eléctrico.
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Así que, como hasta la pasada semana su barrio en Aguas Buenas no tenía luz, se vieron obligados a usar un generador a son de $400 dólares semanales.
Un genuino hueco en el bolsillo. El vecino de esta pareja se me acercaba conteniendo el llanto porque, a pocos años de saldar la casa en la que inició su familia y crio a sus hijos, está a punto de perderla. El banco no para de llamarlo porque hace seis meses no ha podido pagar. Su negocio familiar, con el que ha mantenido por años a su familia, es en su casa. Esa que no tiene luz. Pero para usted, que me lee después de haberse dado una ducha caliente en su casa, que goza de servicio eléctrico hace meses, esta historia le parece una tontería.
Tan tonta como los reclamos de los vecinos de 10 comunidades en Humacao que, antorchas en mano, reclamaron el restablecimiento del servicio eléctrico en sus barrios. Irónicamente, los lugares inicialmente afectados por los vientos de Irma y María y así, en todas las esquinas del país se repiten historias como estas. Lo hacen mientras el Gobierno reclama estar preparado para enfrentar la próxima temporada de huracanes que inicia en menos de un mes.
Preparados, dicen. Imposible estarlo cuando aún el país intenta recoger los pedazos que aún quedan tirados para buscar recomponerse. En esta ocasión no.
La propaganda y el discurso oficialista podrán intentar proponer una realidad alternativa, algo más cómoda. Pero los hechos no dejan espacio a la duda.
¿Preparados? Usted y yo sabemos que no. Aún no.