Esta columna no pretende de manera alguna reflejar la realidad de todos ni ser una generalización de nuestra situación social. Pero sí es, sin duda, una realidad que vemos diariamente, de esas que se convierten, como dice la canción, en “things that make you go HUMM”.
No es desde ahora, es desde siempre que el llanto público apunta a que la cosa está mala. Pero después de María, las cosas apuntan públicamente a estar generalmente peor. Las estadísticas hablan del mal ambiente para la adquisición de bienes, de una baja en ventas al detal y de una desconfianza sin precedentes en el ambiente de ventas.
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¿Se ha preguntando usted alguna vez dónde se hace esa encuesta? Yo sé que Puerto Rico no es San Juan ni el área metropolitana, y que hace falta pasar un buen número de peajes para ver la realidad, pero aún así, ¿dónde hacen la encuesta? Me parece realista que me digan que se van isla-adentro, pueblos de la montaña donde, seguramente y de manera inexplicable, aún no hay luz. Porque he visto pueblos, como Comerío, verdaderamente deprimidos en todos los sentidos.
Pero ¿ha tratado usted de entrar a Plaza Las Américas cualquier día de cualquier fin de semana a cualquier hora? O a cualquier centro comercial, no importa cuál sea. Mi fobia a todo lo que involucra un centro comercial es ya conocido. De hecho, evito a toda costa ir, no por una conciencia extrema sobre el pequeño y mediano comerciante, que pesa bastante en mi ánimo, sino, punto, porque no me gusta la sensación. Me siento como una hormiga en un micromundo, me da taquicardia, camino más rápido de lo común, a veces siento fiebre, me proyecto irritada y fuera de mí. Pero, caramba, por necesidad, a veces no me queda otra que ir. Y oye, para estar pela’os, todo esto está full.
Usted puede decir que, claro, puse mi ejemplo en Plaza Las Américas. OK, les doy esa. Pues vamos a los restaurantes. No quiero entrar siquiera en los restaurantes que requieren de buen poder adquisitivo. Vámonos directo a las cadenas. ¿Cuándo fue la última vez que fue a Chilli’s, a Macarroni, y a otros, y le dieron mesa right away? Casi nunca.
Hace unos días fui a almorzar con una buena amiga a un lugar en Guaynabo, de esos que te clavan por respirar… and then some. Un lunes. Pensé que no habría nadie al llegar. Surprise, surprise. Llegué tempranito y puntual, manía personal y no combatible. Miré a la izquierda y a la derecha: lleno total. La hostess me dijo que la espera era de entre 30 y 40 minutos. ¿Hola? Yo solo quería almorzar. El lugar estaba lleno y los tontos como yo, dispuestos a esperar, se sentaban resignados en una esquina. Había que almorzar ahí.
Rápidamente, le escribí a mi amiga: “Tómate tu tiempo. Este lugar está full y con tiempo de espera, pero tranquila, que según todos los estándares, estamos pela’os”. Ella, una experta del mundo financiero, me respondió con un “¡ja ja ja, exacto!”
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¿Qué significa eso? ¿Que la pelambrera y el lloriqueo generalizado no es real aún para mucha gente que la reclama; que la economía subterránea está full speed y que, probablemente, ella y yo éramos las únicas idiotas reportando correctamente nuestros ingresos? ¿O que esta es la realidad económica que me tocó vivir?
Mi amiga me estableció que, claramente, estamos en un momento de prueba, económica y socialmente. Me da risa porque yo no entiendo mucho de números, pero sí de gustos. Un pela’o toma agua de la pluma. Y como yo, pareciendo un poco fancy, le mete un limón.
Es obligatorio saber que esa realidad de San Juan y de Guaynabo no corresponde al resto de Puerto Rico. Pero esa realidad, después de las encuestas que no se sabe de dónde salen, marcan las estadísticas. En esas, pocos se declaran pobres, chava’os, indigentes… deberíamos todos decir la verdad.