Hablar de “crisis” no es cosa nueva para los puertorriqueños. Después de todo, hemos vivido bajo alguna modalidad de ella por los pasados 20 años. Déficits presupuestarios, cierre de Gobierno, endeudamientos colosales y una corrupción rampante han creado las condiciones para que vivamos la madre de las crisis. Por no hablar del hecho de que Irma y María nos dieron el golpe de gracia para terminar de echar por la borda lo que nos quedaba. Pero a todo lo anterior debe sumarse la Junta de Supervisión Fiscal. Hace precisamente un año, el economista Premio Nobel de literatura Joseph Stiglitz advertía a los puertorriqueños y al mundo que hacerle caso a las recomendaciones de la Junta nos llevaría barranco abajo. Aquella percepción de miles de ciudadanos que casi rogaron por el establecimiento de ese organismo congresional, “oh, gran salvador de los cielos y la tierra”, ya se anticipaba equivocada. No. La Junta no se encargaría de hacer pagar a la clase política por sus pecados. No, la Junta no pondría la casa en orden tomando como punto de partida los intereses de los ciudadanos. Lo haría con la misión de que Puerto Rico volviera cuanto antes al mercado de bonos; al juego de la deuda.
En uno de sus escritos con fecha del 28 de febrero, Stiglitz advertía que el plan fiscal impulsado por la Junta que asegura supervisar, pero que en realidad controla, llevaría a la isla “de mal a peor” y nos sumiría en una “economía de guerra civil” parecida a la de Venezuela. Una suerte de muerte por ahogamiento a la espera de una resucitación por milagro. Un año después, parecería que nos acercamos peligrosamente al cumplimiento de las profecías de san Stiglitz. Si me lo preguntan, la fecha del caos será julio, con el comienzo del nuevo año fiscal. Las entrevistas realizadas a alcaldes de todos los partidos durante los pasados meses me han dado la pista. Líderes municipales de Camuy, Cayey, Comerío, Yabucoa o Arecibo han asegurado que el plan de la Junta, que les quitó $175 millones para el presente año fiscal y que les volverá a quitar una cifra similar para el año fiscal que comienza en julio, tendrá el efecto de dejarlos sin dinero. Por ello, los que no han reducido su jornada laboral vislumbran hacerlo. Y los que la lo han hecho hablan de escenarios más caóticos plagados de despidos o nuevos impuestos. Pero no es su culpa; o por lo menos, no del todo.
Los municipios no solo han visto cómo se les han eliminado y eliminarán millones de dólares de su presupuesto, sino también cómo las remesa del CRIM, uno de sus principales ingresos, se reducen cada vez más. El caos llega en verano. ¿Lo ve venir? Si no, le explico. ¿Qué cree que pasará si todos los municipios que han anticipado despidos de empleados o cierre de operaciones cumplen con su pronóstico? ¿Imagina un escenario con cientos de personas hoy empleadas por los municipios que se quedarían sin trabajo de la noche a la mañana? Y si decenas de municipios cierran, ¿qué pasará a partir del verano con servicios como el recogido de la basura, asfaltado, mantenimento y servicios municipales? ¿Lo imagina? El caos llega en verano. Y lo peor de todo es que, miro, miro y no veo cómo lo evitaremos o, peor aún, alguien que haga algo para evitarlo.