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A mal tiempo, buen periodismo

Lea la opinión de Mariliana Torres

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Si hay un evento que necesita del buen periodismo, es la cobertura de fenómenos atmosféricos. Las personas necesitan información fidedigna, clara, precisa y educada.

Todos tenemos miedo a lo que no podemos controlar y, evidentemente, los huracanes y terremotos son esos episodios de la vida en los que a cualquiera le tiemblan las piernas. El que diga que no ha sentido miedo cubriendo un fenómeno como los mencionados está mintiendo. Luego de cubrir huracanes por 20 años me puedo sentar en una silla a observar cubiertas televisivas y digitales. Me di cuenta de la tranquilidad que sentía ante lo desconocido, pues Irma era categoría cinco, se debía a la experiencia.

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Los huracanes Georges y Hugo me dejaron desolada al observar la muerte y el sufrimiento humano que aniquilan el corazón. Los periodistas somos humanos, aunque a usted le parezca que no lo son los que se lanzan a medir el viento, o en medio de la tormenta se empeñan en hacer una intervención con el agua hasta el cuello. Ello es parte del espectáculo televisivo. Los que más me entretienen, porque no están informando, son los del canal del tiempo. Irónico por de más, uno esperaría información con valor, pero en medio de la tormenta sus apariciones muestran sus frágiles cuerpos azotados por el viento mientras gimen. Como diría un amigo productor: “Piensas que te estás botando y realmente lo que estás haciendo es el ridículo”. Hay que comprender que no es necesario exponer la vida a tanto, que con los adelantos, la velocidad de los vientos se puede obtener a través de un cómodo app; que lo que necesitan las personas es información valiosa sobre la trayectoria y  sobre qué deben hacer para reguardar la vida; que el tema más importante es la supervivencia y que luego se atienden los servicios que nos dan comodidad. Las redes sociales probaron ser, tras el paso de Irma, la catarsis perfecta. Todas las quejas, miedos y frustraciones están allí para análisis sicológicos. Pero saben algo, la mayoría de las personas que escribían se sentían solas aun estando rodeadas de sus seres queridos, y eso es muy perturbador. Otros periodistas novatos tenían tanto miedo (lo que es natural) que al no poder expresarlo a sus jefes lo gritaban por las redes. De mi parte yo lo pasé en una especie de refugio temporal creado en el pasillo de mi edificio. Como mi hogar está en un piso 17 y el edificio se mueve con los vientos, debido a la construcción que evita el colapso, decidí bajar al pasillo. Allí me encontré con una verbena de pueblo. Entre el vino y el queso conversamos alejados del teléfono móvil y de las imágenes perturbadoras del televisor para dar paso a una buena conversación. Les hablaba sobre mis experiencias buenas y no tan buenas, y sobre cuánto extrañaba estar con mis compañeros fotoperiodistas en transmisiones maratónicas que sí valieran la pena. Puerto Rico está acostumbrado a enfrentar los huracanes. A Puerto Rico lo hace su gente. Irma desafió todo tipo de pronóstico dejando perplejos hasta los más expertos del tiempo. Supongo que ahora el ciclón será objeto de cientos de estudios de física para tratar de entender el comportamiento de la naturaleza. Irma hizo lo que le dio la gana, y en los periodistas debería incidir en retomar el valor de informar para que los que nos leen, escuchan y ven sepan cómo actuar, prevenir y educar al vecino.

Cuando ocurrió el ataque de las Torres Gemelas, el experimentado periodista Aron Brown sugirió a los periodistas que no especularan y que escogieran con responsabilidad las palabras correctas para poder describir e informar. Sabio por demás, de eso mismo se trata cuando informamos sobre asuntos catastróficos que colocan en riesgo la vida humana. No pegué un ojo toda la noche. Los cristales de las ventanas soportaron milagrosamente el embate. Pudo haber sido peor y todo el mundo lo sabe. Llegó el servicio eléctrico y pude escribir esta columna. La mejor historia del mundo la transmite el periodista responsable y juicioso. Más atención al calentamiento global y sus consecuencias. Evidentemente, las consecuencias nefastas las estamos observando cada día con más fuerza.

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