El otro día estaba haciendo fila en la gasolinera cuando escuché a dos hombres hablando. Uno de ellos parecía tener una lesión en el hombro. “Chico, ¿qué te pasó? ¿Fue el huracán?”, preguntó el amigo. “No, qué va”, contestó el otro. “Tengo la clavícula rota por culpa de una mujer que me metió en un problema”. Una mujer lo metió en un problema. Estoy segura de que él no tuvo nada que ver con el problema.
El incidente me recordó una ocasión en que le comenté a la mamá de un amigo acerca de la linda familia que su hijo había logrado construir. El comentario de la mujer fue: “Sí, ojalá que no venga otra mujer a meterse en el medio”. O sea, que si el hombre se fuera a empatar con otra mujer algún día, sería culpa de la mujer. Me dio la impresión de que esta madre siempre va a ver a su hijo como la “víctima” de sus circunstancias. De hecho, no mucho tiempo después de esa conversación, una mujer “se metió en el medio”, y la pareja terminó divorciada.
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Hace poco en una entrevista, alguien me preguntó qué cosa era lo que más me molestaba de la gente. Y no titubeé al decir que lo más que me molesta es que la gente no asuma responsabilidad por sus acciones y sus vidas. Una de las características más importantes de las personas felices es que toman responsabilidad por sus errores y las consecuencias de ellos. Pero para llegar a ese paso se necesita desarrollar introspección, esa capacidad de mirarnos por dentro con honestidad y sin juicio, y decir: “¿Saben qué? Ya estoy suficientemente grandecito (o grandecita) para estar responsabilizando a otros por mis errores y mis malas decisiones”.
Nadie te mete en un lío si tú no lo dejas. Y ninguna persona “se mete en el medio” para destruir un matrimonio si ninguna de las dos partes lo permite. Yo escojo tomar responsabilidad por mis acciones porque hacerlo me permite crecer y tratar de restituir de alguna forma el daño que pueda haber hecho. ¿Qué escoges tú?