“Qué Qué”

Criar en tiempos de crisis

Lea la columna de opinión de Dennise Pérez.

Esta no es una columna política. Tampoco es una parodia ni una lectura liviana de nuestra cotidianidad.

Es una reflexión de los acontecimientos de las pasadas horas, desde la perspectiva de una madre relativamente nueva de un hijo de 11 años.

Tenía una columna de cotidianidad lista para entregar cuando cambié de opinión porque me parece que no estamos para chistes.

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Desde temprano la semana pasada estuve hablando con mi esposo sobre las manifestaciones del 1.o de mayo. La mayoría de las conversaciones fueron frente a nuestro hijo, lógicamente. El que suele preguntar todo el tiempo y que ve a su madre pegá eternamente a la radio AM, no parecía caer en cuenta de lo que venía. Nos preguntaba por qué iba a ocurrir eso, y mi esposo y yo le intentábamos explicar. Siempre insertamos nuestra opinión personal, pero siempre concluíamos explicándole que las manifestaciones son un derecho hermoso. Y él seguía comiendo o jugando. El bottom line era permitirle crear su propia opinión de las cosas, que también es un derecho hermoso y subestimado, además de fundamental para mí, que me siento libre y empoderada desde siempre.

Ya el domingo yo iba sintiendo la tensión, la odisea de decidir si lo enviaba a la escuela, cómo operaríamos como familia en medio del conflicto, esperando noticias del colegio que tomó dos decisiones diferentes el mismo día sobre el asunto y, personalmente, preocupada por mi gente, como preparándonos para un huracán.

En medio de todas esas preocupaciones, mi hijo solo pensaba en que el día libre era un triunfo a su autonomía, a sus horas de sueños, y que le ganaba un día más para tomar un examen. Quizás de manera imprudente en cada ocasión lo bajé del chiste inocente para llamarle la atención seriamente.

El lunes, él se quedó en casa; yo me levanté a trabajar a las 3:00 a. m., fui y vine mil veces. Y estuve a tiempo para ver los videos de los acontecimientos. Lo observaba mientras él miraba la tele y me dio mucho sentimiento cuando viendo las imágenes de manifestantes encapuchados, rompiendo y destruyendo a su paso, dijo: “¡Qué charros!”.

Wow.

¿Cómo explicarle a un niño que esa no era la idea de manifestación de la que yo hablaba?

No soy ingenua. Siempre supe que era una posibilidad inminente.

De algún modo esperaba que hubiera algo de mí presente en ese reclamo del pueblo trabajador. Porque yo también lo soy. Fui unionada, delegada, me he levantado por casi tres décadas a trabajar, cubrí y sufrí la huelga de la Telefónica… Solidaria. Mi esposo nació en una dictadura militar, marchó en medio de toques de queda, literalmente, en medio de un cacerolazo que terminó en la huida vía helicóptero de un presidente latinoamericano.

Como padres, no nos son ajenas las luchas, pero, como padres, no nos interesa el ejemplo de la violencia. De acuerdo, históricamente, se han dado batallas sociales que se han logrado con enfrentamientos y disturbios. Pero esta es otra época. No podemos darnos guille de pertenecer a este siglo y no poder hablar.

Qué difícil es criar en tiempos de crisis.

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