Desde hace años, por las calles de la ciudad ese era el runrún, pero los rumores no son noticia. No se tenían todos los elementos necesarios para ser divulgada. Es decir fuentes informativas palpables y una mujer dispuesta a hablar y declarar cansada del atropello. El rey a sus súbditos le advertía: “El que hable pierde su trabajo”. Y como este país está inmerso en un marismo, todos callaban por miedo, rendían respeto, bajaban la cabeza a su paso y le seguían como el cuento del flautista de Hamelín. Pero, en esta ocasión, el cuento no terminó como la famosa fíbula. Aquí se ha desenmascarado a un personaje que parece estar más embarrado que el pueblo y sus deudas. ¿Más que la deuda gubernamental? Sí, porque aquí se trata del honor, la moral y la verdad. Tres componentes que todo persona decente aspira a tener en su vida.
A los periodistas se nos hace muy difícil publicar historias exclusivas, porque necesitamos el respaldo del patrono que en muchas ocasiones podría no darse. La mayoría de las víctimas son temerosas y la falta de transparencia de las agencias a entregar documentos públicos disloca el compromiso con la verdad. Sin embargo, soy de las que pienso fielmente que siempre la verdad sale a relucir, aunque comience como un rumor y no salga de la boca de un periodista. La verdad siempre se sabe. Supongo que usted mismo lo ha comprobado con los asuntos cotidianos.
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Lo que está sucediendo en Guaynabo con su alcalde no se debe despachar a la ligera y mucho menos banalizar la situación. Se ha dicho de todo, pero, más allá del chisme o rumor revelado, se trata de un caso donde una mujer es víctima y dicha conducta constituye delito. Que si se se llegó a una transacción y se debe pasar la página, pues piense por un momento si usted fuera la víctima independientemente del género. Hay que ser muy valiente para denunciar este tipo de situación donde una subordinada indica bajo juramento que tal situación ocurrió. Usted se sorprendería de la gran cantidad de casos que se transan en los tribunales para evitar los escándalos. Y mucho más cuando la víctima es un hombre y teme hablar a viva voz lo ocurrido por costumbres machistas. Lo que deberían aprender las víctimas de delitos de violencia de género y sexuales es que las acciones de ese tipo de conducta jamás se callan y mucho menos cuando hay intimidación. Todo aquel que teme perder su reinado trata de intimidar, pero al final la verdad siempre se sabe.
Esta semana estaba escuchando al distinguido estudioso de los fenómenos de la comunicación Jesús Martín Barbero, quien critica severamente el proceder de los medios de comunicación que entrometen la cámara para solo hacer un espectáculo, dejando a un lado la mesura y el sufrimiento de la víctima con tal de aparecer en las encuestas. Martín Barbero sugiere una mirada periodística enfocada más en las ciencias sociales para poder comprender las relaciones sociales que se dan entre los individuos y los acontecimientos que conforman noticia. Sugerente su comentario en esta coyuntura novelística. Es necesario como dice Marín Barbero, sobre todo cuando las redes sociales se comen los medios tradicionales de periodismo armonizar el periodismo con las ciencias sociales. Así se puede contar mejor los acontecimientos para que las personas cegadas por la ignorancia puedan entender lo que está pasando. Las figuras que se supone nos dirijan nos desilusionan. Más allá de lo grandioso que fue o pudo haber sido, de repente se sucumben al melodrama sexual de pura telenovela. Los medios de comunicación tienen el deber de contar la verdad, dejar a un lado los rumores y decir lo que está pasando no importa el sujeto. Es una pena que no todos los espectadores y los políticos lo entiendan. Ello es trágico. No poder identificar el delito y la gravedad de la situación es gritar a viva voz la ignorancia.