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Columna de Rafael Lenín López: Apagón

Hace una semana estábamos a oscuras. El panorama lucía incierto tras un apagón comenzado el día antes por una situación no determinada y que había ocurrido en la central Aguirre de Salinas. 

A esta hora, hace siete días, tras la primera noche sin luz, la desesperación comenzaba a apoderarse de los puertorriqueños. Las primeras horas fueron las de la confraternización obligada y la del tripeo romántico de que podíamos volver a ser gente.  Quince horas más tarde, ya la cosa no lucía tan simpática. Comenzaban los lamentos, la proclamación de que Puerto Rico estaba en una categoría inferior a la tercera y la corredera a las gasolineras ya se observaba ante el apocalipsis. Lo peor de todo para muchos no era la ausencia de los acondicionadores de aire, sino ver cómo se reducían las barritas de la carga de nuestros teléfonos celulares. No por el peligro de no poder llamar a un familiar, sino por el caótico escenario de no poder acceder a Facebook.  En las casas, las reuniones familiares —en aquellas con planta eléctrica— se hacían menos placenteras. Los ruidos de algunas en el vecindario comenzaban a ser insoportables y, lo peor de todo, la incertidumbre reinaba.

Una semana después, no muchas cosas han cambiado, aparte de que tenemos luz.   Todavía no hay certeza de qué fue lo que pasó. Hoy el Senado comienza un proceso investigativo que, de entrada, ha sido cuestionado y no es legitimado por la UTIER.  Y, a mi juicio, el sindicato tiene razón en muchos de sus planteamientos.

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Aunque para un sector del país el mensaje de Jaramillo pueda sonar trasnochado en cuanto al tema de la privatización, su argumento sobre las razones para que ocurriera este apagón suenan poco refutables. Y es que el Gobierno ha sido errático en manejar la crisis de la Autoridad de Energía Eléctrica desde mucho antes de este episodio. La reestructuración de la corporación pública a cargo de Lisa Donahue se ha realizado a espaldas del país, sin la transparencia que requiere el proceso sobre el cual hemos incurrido en un gasto monumental que no nos podemos dar el lujo de hacer sin ton ni son.  Durante la pasada emergencia, los directivos de la AEE lucieron erráticos al momento de explicar las razones que la provocaron.  El señalamiento de la UTIER de que un descuido intencional desembocó en esta pasada crisis luce ser uno sólido, ahora sostenido con la decisión del martes que retrasa la construcción de un puerto para el suplido de gas en Salinas.

El Gobierno, específicamente la Rama Ejecutiva, ha dado la impresión de tener poca urgencia en atender el tema de la Autoridad de Energía Eléctrica y tratar de salvar su modelo corporativo actual, cuando la ley de la autoría de Eduardo Bhatia ha sido ignorada en muchas de sus disposiciones por La Fortaleza.

Hay que estar pendiente de cómo este descuido intencional —que, según señala la UTIER, es para provocar la privatización de la AEE— repercute en la discusión inicial que tendrá mañana en Nueva York la Junta de Control Fiscal federal.

Lo cierto es que la privatización en la generación de la energía no la parece despintar nadie, pues los dos principales candidatos a la gobernación defienden ese principio en sus programas de Gobierno.

Mientras tanto, nuestro sistema eléctrico sigue vulnerable. Por ahí se acerca Matthew, la Junta Fiscal y las elecciones. A la AEE, Dios la coja confesá.

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