Columna de Hiram Guadalupe: Una crisis provocada

Por lo general, los puertorriqueños detestamos los apagones. Nos irrita sentir limitado nuestro quehacer cotidiano por falta de electricidad. Se va la luz y las quejas se exacerban. Entramos en caos como si el mundo fuera a acabarse.

En respuesta a la insatisfacción que nos provoca la carencia del servicio de energía eléctrica, lanzamos culpas a mansalva y abrimos un fuego cruzado contra la ineptitud del Gobierno, al que señalamos, con mucha razón, como principal responsable del abandono al que han lanzado a la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE).

Mas hay quienes en su molestia no pierden tiempo para estirar la indignación y demonizar a todo el servicio público, tirando lodos injustificados contra los trabajadores de gobierno.

Es en ese momento cuando los argumentos contra la supuesta ineficiencia gubernamental, en este caso, los que truenan contra la AEE, son aderezados con un toque de ideología neoliberal, aprovechando el momento para impulsar propuestas para privatizar la generación de energía como una alternativa dizque salvadora.

Quienes así opinan pasan por alto que la AEE es un importante activo de Puerto Rico, imprescindible para su desarrollo económico, lo que hace necesario salvaguardar su carácter social, y eso solo se logra bajo la tutela de una entidad pública y no en manos privadas.

Debemos tener claro que, tras el apagón de la pasada semana, hay una AEE que ha sido víctima de un constante descuido intencional de parte de gobiernos del Partido Popular Democrático y Partido Nuevo Progresista. Ambos, sin exclusión, han actuado negligentemente al negarse a dotar a la agencia de los recursos necesarios para el mantenimiento de sus líneas de distribución y transmisión, plantas y centrales de generación.

Ambos gobiernos han echado al abandono a la AEE sumergiéndola en una profunda crisis financiera. Se trata de un deterioro inducido que no solo queda cristalizado en la enorme deuda que arrastra la corporación pública y en el abandono al mantenimiento de su infraestructura, sino también en la falta de equipo para sus trabajadores, el descuido a la flota vehicular y en la reducción sistemática del personal capacitado que brinda servicios.

Todo parecería que, como una agenda muy bien zurcida, desde la alta dirección de la corporación pública se ha trazado una conspiración con políticos e inversionistas para ahondar el deterioro de la agencia y viabilizar así la ruta para abrir la generación de energía al libre mercado.

Mientras más productores de energía hayan, dicen, mejor será el servicio. Alegan que la privatización es la única vía para tener una generación de luz “altamente eficiente”. Falso.

El deseo de los inversionistas solo está fijado en asumir control del proceso de generación mediante un acuerdo de compra preestablecido con el Gobierno, quien arrastrará el costo del proceso de transmisión y distribución. Es un negocio desigual en el que la mejor tajada se la otorgan al sector privado.

Privatizar la generación energética es entregar a intereses privados la parte más rentable del proceso de producción de luz y que, en nuestro caso, son representados por consagrados militantes de partidos políticos, quienes, a cuesta del chantaje de donativos a campañas electorales, impulsan las agendas de inversión de sus clientes.

Cierto es que la AEE tiene que renovarse, pero la alternativa no puede ser entregar el único recurso valioso que nos queda como país a terceros. Hay que apostar a la capacidad de nuestra fuerza trabajadora y profesional para enderezar el rumbo de la AEE; democratizar la agencia; exigir una verdadera reestructuración de la deuda a los bonistas; eliminar los contratos leoninos de Lisa Donahue; diversificar las fuentes de combustible para la generación energética; modernizar las seis unidades generatrices; y reclutar el personal que hace falta para elevar la eficiencia en el servicio.

De que podemos, podemos.

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