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Columna de Armando Valdés: El debate

El formato. El debate, auspiciado por Metro, introdujo importantes innovaciones. Las preguntas “sí” o “no” obligaron a varios candidatos a tener que contestar sin las acostumbradas ambigüedades de los políticos. Las preguntas dirigidas por un candidato a otro también nos permitieron presenciar interacciones poco vistas en Puerto Rico. Sin embargo, estos elementos novedosos no estuvieron presentes hasta la segunda hora del debate, por lo que muchos televidentes pueden haber perdido interés, con lo que, hasta ese momento, había sido un debate de corte tradicional.

María de Lourdes Santiago. Su enfoque en este debate se centró en probar su pericia y conocimiento de una diversidad de asuntos públicos. Fueron varias las cifras millonarias que mencionaba sin mucho esfuerzo. Para el televidente, la retahíla de números e ideas, comunicadas en un tono a menudo exagerado y demasiado veloz, debe haber sido abrumador. A diferencia de muchos otros candidatos del PIP en el pasado, le faltó poesía y coherencia.

Rafael Bernabe. Su presencia fue inconsecuente. Su discurso de los años sesenta no pega con un público contemporáneo. Y, ante la multiplicidad de candidatos, no sorprendería que el PPT acabe como el PPR en la elección de 2012, cayendo precipitosamente en comparación con sus resultados anteriores y produciendo menos de un voto por colegio electoral.

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Manuel Cidre. En el primer debate me pareció regañón su estilo. Me sorprendió, por ende, que a tantas personas (conocidos míos) les gustara su discurso. Supongo que en el año de Bernie Sanders, el cascarrabias es de repente un arquetipo en boga. En este segundo debate, Cidre lució más relajado y alegre. En vez de solo presentar sus observaciones críticas, comunicó propuestas concretas. En ese sentido, logró su cometido.

Alexandra Lúgaro. En el pasado describí su candidatura independiente como “natimuerta” y “un proyecto de vanidad”. No sabré cuán equivocado estaba hasta el 8 de noviembre —aunque sin duda no será ni gobernadora ni la persona que ocupe el segundo puesto—, pero en este debate al menos mostró seriedad y honestidad intelectual. Dijo que no había dinero para descartar ni el cierre de recintos de la UPR ni la privatización de la AMA, y que, por la misma razón, saldar los préstamos estudiantiles de la juventud puertorriqueña sería un compromiso irresponsable. Ese mismo ánimo necesita enmarcarlo como un atributo de su candidatura, algo así como “yo hablo con la verdad siempre”. De lo contrario, corre el peligro de que la tilden, a lo Melo Muñoz en 1992, como la candidata del “no se puede”. Dicho esto, ver ese nivel de honestidad de un candidato político resultó refrescante.

Ricky Rosselló. No cometió errores ni tampoco impresionó, lo cual para él es una victoria. Sigo pensando que, si uno analiza de cerca lo que dice, son muchas palabras tiradas de forma incoherente que no forman oraciones completas. Pero, aun así, tampoco ofenden. En fin, logró su cometido como candidato que actualmente ocupa el primer puesto en esta elección: no hacerse daño.

David Bernier. Abandonó el estilo más combativo del primer debate. Ante la oportunidad de hacerle una pregunta al candidato del PNP, optó por algo hartamente esperado: el tema de los despidos que había ocupado la atención de los medios toda la semana. Resultó obvio que Ricky tenía una contestación ensayada para esa eventualidad. Así pues, aunque Bernier proyecta mucha tranquilidad y conocimiento, y fue el mejor comunicando lo que él representa y sus valores, no pudo sacar a Ricky de su libreto.

Conclusión. Como evento singular, nadie ganó ni perdió el debate. Pero, para cualquier candidato que no sea el frontrunner, el statu quo de la contienda es perjudicial. Para cambiar la dinámica de esta elección, hace falta jamaquear el palo. Si no, la inercia llevará a las seis campañas hasta el 8 de noviembre sin grandes cambios en las posiciones que ocupan actualmente los candidatos.
 

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