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Columna de Julio Rivera Saniel: Primarias de risa

El descontento era evidente. O por lo menos esa parecía ser la norma en anticipo a las primarias del pasado domingo. Se trataba de una coyuntura trascendental para el país que suponía la necesidad de votar a conciencia. Mejor que nunca. Un proceso que nos urgía a utilizar la cabeza para analizar esos estilos que nos han mantenido anquilosados; anclados a un presente de calamidad. Bastaba con escuchar las llamadas del público a programas de radio o las conversaciones en la fila del colmado entre ciudadanos de todos los partidos. Todos —al menos con la boca— parecían hartos. Cansados del estilo estridente y carente de sustancia de un buen puñado de nuestra clase política. Exigían líderes con ideas innovadoras que rompieran con “lo mismo” para proponer ese “algo distinto” que nos sacara del atolladero.

Pero salvo contadas excepciones, con sus acciones los seguidores de los partidos políticos optaron por muy poco de esa cosa “distinta” y esas “nuevas ideas” que tanto pedían con la boca.

Si algo quedó claro de este proceso es que para la media de los electores que participan en primarias, el ejercicio del voto va de la mano de las carcajadas. Solo eso podría explicar cómo, de entre la amplia gama de candidatos —buenos y malos, regulares, excelentes y mediocres— obtuvieron el mayor número de votos los que visitan con frecuencia casi permanente espacios de entretenimiento, entre los que el segmento de El Guitarreño es el rey indiscutible en audiencia. Allí los invitados se enfrentan al hablar sobre diferentes asuntos en un debate que tiene como propósito entretener y provocar algunas risas.

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Pero no se confunda. No hay nada malo con la risa. La practico a diario y le adjudico una parte importante a la hora de cultivar buena salud mental. Sobretodo cuando la risa es provocada por uno mismo y su propia realidad, o mejor aun, la del país y sus circunstancias que en ocasiones optamos por “endulzar” con algunas carcajadas.  Algo así como reír para no llorar. El problema llega cuando los caminos se cruzan y pensamos que esos espacios con los que nos reímos (y que nos permiten reírnos de nosotros y de nuestra clase política) son una confiable guía electoral. Cuando confundimos simpatía con sustancia; cuando en la borrachera que provocan las carcajadas confundimos los “rostros conocidos” por los “rostros con soluciones”. Eche un vistazo a cómo quedaron configuradas las papeletas legislativas de los partidos Popular Democrático y Nuevo Progresista. Al hacerlo, descubrirá que en más de una ocasión, los rostros de los ganadores coinciden con los de aquellos candidatos que de manera más efectiva y consistente han paseado su cara por espacios de entretenimiento como los del amigo Guitarreño y otros tantos de los que abundan en la oferta televisiva y radial local, y que cumplen con su cometido de hacernos reír.

Claro que en ocasiones, la simpatía y la sustancia -las carcajadas y las ideas- se pasean agarradas de la mano. Pero la pregunta en esta coyuntura es si la configuración de las papeletas legislativas es exactamente lo que el elector reclamaba o -en su defecto-  su resultado en términos generales sirve, simplemente, para morirse de la risa. Espero que al final de la jornada no nos tocará reírnos de nuestra propia desgracia.
 

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