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Columna de Julio Rivera Saniel: Ay, ay, ay, Puerto Rico

“So, what do you think about that bail out?” fue la pregunta que me sacó de ese estado casi de nirvana en el que uno se encuentra cuando está de vacaciones. Mi esposa y yo estábamos en algún punto del Adriático cuando, en medio de una conversación informal en un pasillo con una pareja de California, la mujer y el hombre en edad de retiro nos soltaron la pregunta que, pronto descubriríamos, se tornaría en recurrente cuando el interlocutor descubría nuestro origen.

Lo confieso: la pregunta me puso la sangre a hervir de inmediato, sobre todo porque el cuestionamiento partía de una premisa ya asumida como cierta, a pesar de ser totalmente equivocada: Puerto Rico está pidiéndole dinero al Congreso federal a manera de rescate. Entonces, me compuse y, echando mano de mi mejor cara, inicié, junto con mi esposa, la tarea de explicarles por qué su pregunta partía de una premisa incorrecta. Elaboramos alguna información sobre el trasfondo de la crisis, explicamos que la ayuda requerida no supone un rescate económico y, en cambio, se traduce en la otorgación de herramientas, como la quiebra y mecanismos de desarrollo económico. Entonces, la pareja, como sorprendida por la clarificación, nos soltó otra pregunta: “And what do you do?”, lanzó la mujer. “We are journalists”, contestamos como a coro. Su rostro se transformó. “Pues, entonces, los periodistas deben hacer mejor su trabajo”, ripostó como echándole a la prensa a la que pertenezco (la de Puerto Rico) la culpa de su desinformación. “Probablemente tiene razón, pero supongo que se refiere a la prensa de su país. Es esa la que le ha hecho creer a personas como usted que Puerto Rico pide un rescate económico”, respondí. Luego, le hablamos sobre la campaña de desinformación que ha inundado los medios estadounidenses. “Oh, sí. La hemos visto. La de dos retirados llorando por su dinero”. Esa misma, pensé. Y, tras varios minutos de conversación, la pareja se despidió. “I’m glad to know you don’t want our tax money”, nos dijo con una sonrisa de medio ganchete. “And I’m glad to know that now you are well informed”, me despedí con la misma sonrisa que recibía.

Esa anécdota se convertiría en una de las constantes en conversaciones con ciudadanos estadounidenses con los que nos topamos en medio de las vacaciones que ya terminaron. Sostenerlas supuso un gran ejercicio de confirmación de lo que ya intuía a la distancia: la campaña de desinformación y descrédito sobre Puerto Rico, su realidad y sus pedidos es amplia y parece haber alcanzado a una gran mayoría de la opinión pública de ese país sin que nuestro Gobierno, representantes o candidatos a puestos públicos hayan podido ocupar el campo de manera eficaz para combatir la desinformación con información real. Pero, si bien el viaje nos sirvió para despejar dudas sobre lo que se piensa de nosotros allá en el norte (el nuestro, al menos), para mi agrado, el periplo europeo también dejó claro lo que se piensa de nosotros en otras latitudes. Y de ese imaginario me aferro porque nos recuerda cuáles son nuestras virtudes, esas que se nos ahogan en el mar del pesimismo y las malas noticias. Las anécdotas fueron múltiples. Como la de Dean y su esposa, una pareja de Pennsylvania enamorada de la isla y de sus gentes. “La gente de Puerto Rico es un gran activo. Recuerdo que mi esposa y yo estábamos perdidos en algún lugar del este de la isla en nuestro carro alquilado. Eran más de las 10 de la noche y nos atrevimos a parar en una casita. El hombre salió, no entendía inglés, y a esa hora despertó a su esposa para que nos explicara cómo salir del lugar, un gesto que nos sorprendió”. O Alexandra, una joven de Rumania que está a punto de casarse y que, al escuchar que éramos puertorriqueños, soltó con una amplia sonrisa: “Si tuviera que mudarme, lo haría a uno de dos lugares. Puerto Rico es uno de ellos. Adoro a esa isla y su gente”. O la historia de una mujer estadounidense que, al escuchar de nuestra procedencia, nos contó cargada de una sonrisa que iluminaba el salón que “I was born in Puerto Rico” y que vivió en la isla hasta su preadolescencia y que, tan pronto pudo, viajó de regreso para reencontrarse con ese país que piensa suyo y que su hija, que le acompañaba, siempre soñó encontrarse con esa tierra de la que su madre no paraba de hablar, y que, cuando lo hizo, entendió por qué. O la ilusión con la que una joven mesera griega habló de la posibilidad de conocer esa isla en el Caribe de la que se enamoró a lo adivino mientras crecía en la década de 1980 gracias al grupo belga “Vaya con Dios” y su tema “Puerto Rico”. “Ay, ay, ay, ay, ay, ay, Puerto Rico” repite el coro de la canción en la que una enamorada soñaba con reencontrarse con su amante que dejó el terruño. “He wants to make it somewhere in the USA”, decía la canción, para mí desconocida, pero para gran parte de los europeos único o primer gran referente de esta tierra que hoy se encuentra en una gigantesca encrucijada. Con esa mirada me quedo, con la de la esperanza cifrada en nuestro principal activo, nuestra gente. Se acercan grandes pruebas que requieren esfuerzo común y un combate férreo contra la desinformación y el desánimo colectivo. Es momento de que todos aceptemos el reto. Que combatamos la desinformación —enemigo común— y encaremos la lucha recordando quiénes somos y de lo que somos capaces.

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