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Columna de Julio Rivera Saniel: Y el impago, ¿Con qué se come?

El impago llegó. Después de años de advertencias hechas por economistas, primeras planas alertando a los ciudadanos y casi un cuatrienio en el que sectores dentro de la oficialidad lo advirtieron en reiteradas ocasiones, ocurrió lo anticipado. El Gobierno, que por mucho tiempo actuó como el vecino embrollón que ha vivido comprando lo que no puede a fuerza de tarjetazos y préstamos a la financiera, se quedó corto de chavos y sin crédito para volver a embrollarse. De seguro que usted conoce a alguno o tal vez ha vivido así, como nuestro gobierno. Como pensando que la última la paga el diablo. Que gana $1,000 al mes, pero, por aquello de aparentar, se gasta $1,500 para, en lugar de un Yaris, comprarse un Lexus. Ese que más temprano que tarde tendrá que pagar. Pues así estamos.

La semana arrancó con la confirmación del impago por boca del gobernador, en un mensaje acompañado de las razones y el recordatorio de que nuestra suerte fue echada por quienes nos han gobernado por las pasadas décadas. Pero eso ya lo sabíamos. Claro que una deuda de más de $70 mil millones de dólares no se acumula de la noche a la mañana. Claro que los exgobernadores son culpables de heredarnos el presente sombrío protagonizado por el endeudamiento y la falta de dinero para cumplir nuestros compromisos. Pero recordárnoslo no es suficiente. El anuncio del impago debió haber llegado cargado de respuestas. De esas que disipen las dudas de una ciudadanía que en muchos casos aún no comprende el alcance de la situación fiscal del país, pero que está cargada de incertidumbre.

Si el Gobierno impaga, como ya ha sucedido en más de una ocasión, ¿cuál es el plan? ¿Qué sucede si —tal y como se perfila— el Congreso de Estados Unidos se lava las manos y no permite la aprobación de herramientas de desarrollo económico? ¿Qué pasa si la Casa Blanca de Obama continúa haciéndose de la vista larga pasándoles “la cuenta” a los republicanos? ¿Qué haremos? ¿Alguien lo sabe? Al día siguiente del mensaje sobre el impago, el gobernador aseguraba no entender por qué se cuestionaba cuál era su plan. “Es público”, afirmaba. Sin embargo, a pesar de esa afrmación, poco se conoce sobre lo que el Gobierno hará para evitar el caos si el Congreso no actúa, más allá de la frase “renegociar la deuda”. ¿Eso cómo se hace? ¿Cuán avanzado está el proceso? ¿Cuánto tardará? ¿Cuáles son los riesgos?  ¿Con qué se come esto?

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En medio del mar de incertidumbre se asegura que se ha antepuesto el bienestar del país, los “servicios básicos” y la continuidad del Gobierno sobre el pago de la deuda. Entonces, ¿cuál es la definición del Gobierno de “servicios básicos” en tiempo de crisis? ¿Se afectarán servicios? Si es así, ¿cuáles? Porque, si el dinero no da, es lógico que se resguarden algunos servicios y otros deberán ser revisados o incluso sacrificados.

Hoy lo único claro es la ausencia de dinero y la posibilidad de que la isla viva un nuevo capítulo de impago en julio, cuando vence una deuda de casi $2 mil millones de dólares. Sabemos que hay una crisis. Lo que el Gobierno no parece haber entendido es que la reiteración de la existencia de la crisis no es el equivalente a la comunicación eficaz de su política pública para atenderla.

En momentos de crisis como los que la isla enfrenta, es imperativo que el Gobierno produzca respuestas. Pero, sobre todo, que mueva a la esperanza. Que con sus actos no solo comunique que estamos a punto de caer por el abismo si no se toman los pasos adecuados, sino que debe ser capaz de articular cuáles serán sus pasos para evitar que caigamos barranco abajo. El mensaje del gobernador y el tono lúgubre que le fue impartido, lejos de guiar al país en dirección de la certeza y la esperanza, ha tenido el efecto de empujarnos aún más a la sombra de la incertidumbre y la desesperanza. Y un país sin esperanza corre el peligro de colgar los guantes. Un liderato eficiente debe ser capaz no solo de hacernos reconocer la magnitud del caos, sino que también debe mover a sus ciudadanos a la acción, al esfuerzo concertado y combativo por la defensa del interés común. Solo así lograremos salir de esta en la que nos hemos metido.

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