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Columna de Julio Rivera Saniel: La Junta del bochorno

Junta o no junta. Ese es el dilema en el que se debate el país en tiempo reciente. Un dilema en el que, es muy probable, tengamos muy poco que decir al final del camino, se reconfirmaría —para aquel que aún cobija dudas— la naturaleza de subordinación política de nuestra relación política con los Estados Unidos. Se trata de la famosa Junta de Control Fiscal o su versión light” la Junta de supervisión fiscal.

Cualquiera de sus dos versiones parte de una premisa bochornosa y humillante. La afirmación de que los puertorriqueños somos incapaces de tomar decisiones correctas sobre nuestras finanzas. Que lo que somos no es suficiente para autorregularnos y “entender” la diferencia entre lo que está bien y lo que no lo está. ¡Imposible que así sea! ¿O acaso los nacionales de Puerto Rico tenemos una deficiencia genética que nos convierte por obligación en incapaces? La evidente respuesta es no.

Pero sin lugar a dudas, el camino que nos ha traído hasta este presente de crisis está lleno de incapacidad e ineficiencia. Aquí es preciso forzar un gran detente. Lejos de asegurar que se trata de defectos intrínsecamente relacionados a nuestra identidad como pueblo, a la hora de hablar de ineficiencia e incapacidad es importante adjudicar responsabilidad a quien la merece. Y en esta coyuntura, la ineficiencia e incapacidad han sido evidenciadas por ninguna otra que nuestra clase política. Esa cuyos integrantes viven en un interminable juego de sillas en el que toman turnos  en el poder solo para perpetuar su pequeñas agendas (ideológicas y partidistas) y, en ello, han sacrificado nuestros mejores intereses. Esa clase política que ha echado por la borda al país como animal de sacrificio de un ritual de alabanza al propio ego y la victoria electoral como prioridad ante el interés por la victoria del país.

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Por lo anterior, es preciso que nos detengamos a las puertas del futuro proceso electoral y decidamos si queremos perpetuar el fracaso que ha promovido nuestra clase política. Si aceptamos, que como consecuencia de su estupidez, se piense siquiera en la posibilidad de que somos incapaces de reconocer lo que nos conviene y lo que no.

Como país probaremos que tales afirmaciones son ciertas, solo si permitimos la perpetuación de ese modelo estéril de ideas huecas, promesas populistas y batallas estériles.

Ya va siendo hora que probemos que quien nos piensa incapaces se equivoca y que podemos romper la racha de ineptitud que nos ha colocado al borde del precipicio.
 

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