A menos de que seas historiador, profesional o aficionado, o que hayas visto la galardonada película del director Yorgos Lanthimos "La favorita", es probable que no sepas muchos detalles sobre la reina Ana de Inglaterra.
Es curioso porque cuatro de las seis monarcas británicas están entre los gobernantes más famosos y culturalmente más exitosos de su historia.
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Las idas y venidas de María I o María Tudor; Isabel I; la reina Victoria y la actual reina Isabel II son a menudo narradas en libros, relatadas en series de televisión o en la gran pantalla.
Ana y su hermana María II son las únicas relativamente desconocidas.
¿No fue importante?
El reinado relativamente corto de Ana (1702-1714) a menudo es considerado como un paréntesis en la historia.
Eso es un error, sentencia Sebastian Edwards, curador de la fundación Historic Royal Palaces, una organización dedicada a la conservación de los palacios reales, en conversación con la BBC.
"Ella arregló el desastre dejado por los hombres y no recibe muchas gracias ni crédito por ello", precisa.
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El padre de Ana, Jacobo II y VII de Escocia, fue rey durante 3 años antes de ser depuesto en la Revolución Gloriosa de 1688.
"Si estás buscando líderes femeninas fuertes, no podrías encontrar una mejor en un momento de crisis".
Para muestra de ello, un apunte: durante esos 12 años de reinado, Ana vio la unificación de Escocia e Inglaterra, lo que la convirtió en la primera reina de Gran Bretaña de la historia.
Adentro del palacio
"Muchos crecimos comprometidos con una narrativa de que las mujeres fueron excluidas del poder hasta la larga y difícil lucha por el sufragio del siglo XX", escribe Hannah Greig, asesora histórica de la película "La favorita", en la revista BBC History.
"Durante algunos años, durante el reinado de la reina Ana, las mujeres dominaron la arena política".
Y eso fue dentro y fuera de palacio.
Tras observar cómo se desarrollaba la política en la corte, Daniel Defoe, autor de la mundialmente conocida "Robinson Crusoe", declaró que "la nación estaba particularmente celosa de las favoritas" de la reina.
Esas dos "favoritas" fueron Sarah Churchill y Abigail Masham. Ydefinieron la trayectoria del reinado.
Sarah
Cuando Ana llegó al trono en 1702, Sarah Churchill, su carismática amiga y confidente cercana desde la infancia, se benefició.
La reina hizo todo lo posible para que Churchill y su esposo, un héroe de la batalla de Blenheim, fueran promovidos rápidamente a duque y duquesa de Marlborough.
Como reina, Ana le otorgó a la duquesa los puestos más altos disponibles para una mujer en la corte, de manera que Churchill quedó a cargo de la propiedad, la persona y las finanzas de la monarca.
Pero a la duquesa la dominaba su pasión por el gobierno y una poderosa convicción política.
En esa época, el sentimiento partidista estaba desatado, con dos amplias facciones políticas -los Whigs y los Tories- compitiendo por la influencia de la monarca, que tenía el poder de contratar y despedir gobiernos y de vetar políticas.
La duquesa de Marlborough era whig, y usaba su influencia para facilitar o frustrar el acceso ministerial a la monarca, y para persuadir a la reina para que apoyara la participación activa de Inglaterra en la Guerra de Sucesión española.
Pero la reina no era una marioneta, y el papel del favorito de la corte no era una sinecura de por vida.
Pronto, las disputas sobre política y asuntos de Estado abrieron una brecha entre las amigas, y la situación se agravó por la aparición de Abigail Masham.
Abigail
Masham había llegado a la corte bajo el patrocinio de la duquesa de Marlborough, y usurpó su lugar.
En las palabras del duque de Shrewsbury, "podía hacer que la reina se parara sobre su cabeza si así lo deseaba".
Como la duquesa, tenía una fuerte inclinación política… por el partido Tory.
A pesar de la larga amistad, en 1711, la reina despojó a Churchill de todos sus cargos oficiales y, a su vez, la duquesa despojó sus aposentos en la corte de todo lo que contenían cuando se fue.
La controvertida telenovela que fue la relación entre Ana, Churchill y Masham fascinó a los contemporáneos y desde entonces ha intrigado a los historiadores.
Sin embargo, ellas no fueron las únicas protagonistas políticas de la época, y tampoco fue la corte el único escenario en el que las mujeres tuvieron un impacto significativo.
Este fue un período de notable periodismo político, y la animosidad entre Marlborough y Masham fue analizada y avivada en los medios impresos. Y muchos de los que escribían comentarios políticos, y a quienes se les pagaba por hacerlo, eran mujeres.
Mary Astell, la "primera feminista inglesa", escribió libros de consejos que abogaban por el derecho de las mujeres a la educación y desaprobaban la tiranía del matrimonio, todos ellos salpicados con comentarios en apoyo del partido Tory.
La afilada pluma de la "primera periodista política", Delarivier Manley, atacó a los whigs con una prolífica producción de novelas satíricas, ensayos políticos y panfletos.
La obra de la dramaturga Susanna Centlivre los defendió, con obras como "The Man’s Bewitch’d" de 1709, en la que la heroína se libera de la tiranía de un guardián tory y encuentra la felicidad en los brazos de un guapo héroe whig.
Y la palabra escrita no fue el único medio de las mujeres para influir en la opinión política.
Algunas utilizaron su influencia como esposas, hermanas e hijas de ministros o parlamentarios para conocer gente que convenía atraer a una u otra causa política.
Una de los mejores exponentes de esta táctica fue la condesa de Strafford, cuyo centro de operaciones era su hogar en St James’s Square. Unas pocas puertas más allá, Lady Hervey, más tarde condesa de Bristol, se dedicaba a la misma actividad. La diferencia era que la primera apoyaba a los tories y la segunda, a los whigs.
Tal politiquería no pasó desapercibida, y no a todos les complacía.
Al comentar sobre el creciente número de mujeres que ejercían influencia política -y en un claro intento de ponerle freno-, el diario The Spectator advirtió que la "ira partidista" era un "vicio masculino" y que las mujeres atrapadas en ese tipo de enfrentamientos políticos ponían en peligro su delicada belleza.
"No hay nada tan malo para el rostro. Da un tono desaliñado al ojo y una desagradable amargura a la mirada; además de eso, hace que las arrugas se profundicen […] Nunca he conocido a una mujer involucrada en política que mantenga su belleza por más de12 meses".
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