El barco de pasajeros británico Princess Alice (Princesa Alicia) se hundió en el río Támesis el 3 de septiembre de 1878, en un incidente en el que murieron cientos de londinenses que regresaban a sus hogares después de una excursión de un día a la costa.
La tragedia, que ha caído en el olvido, dominó los titulares de los periódicos de la época y dio lugar a cambios en la industria del transporte marítimo.
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Un barquero saca con un anzuelo otro cadáver del maloliente Támesis, un premio espeluznante que le hará ganar cinco chelines.
Unos días antes, el Princess Alice había sido partido en dos cuando regresaba a Londres repleto de hombres, mujeres y niños que habían pasado el día visitando el condado de Kent.
Se perdieron unas 650 vidas y durante semanas los cuerpos se descompusieron en las aguas contaminadas o fueron arrastrados a la orilla del río.
En la mañana del desastre el sol brillaba y los pasajeros estaban entusiasmados cuando el barco a vapor partió de Londres en dirección a la villa costera de Sheerness, donde los viajeros pensaban pasar uno de los últimos días del verano disfrutando del aire de mar.
Fue un viaje económico: los pasajes costaban alrededor de dos chelines (hoy el equivalente a cerca de US$50).
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La mayoría de las aproximadamente 700 personas a bordo pertenecían a familias de clase trabajadora o de clase media baja.
Los niños regresaban cansados pero felices después de haber pasado el día en los famosos jardines de Rosherville en Northfleet, jugando en la rambla de Sheerness o deambulando por el popular complejo de Gravesend.
A medida que llegaba la noche muchas familias ingresaron al salón del barco o bajaron a sus cabinas.
Fue una decisión que selló sus destinos.
El choque
A Alfred Thomas Merryman, un chef, le habían pedido a última hora que trabajara en la embarcación.
Este padre de cuatro hijos, que tenía 30 años y vivía en Bow, en el este de Londres, estaba ciertamente agradecido de poder ganar dinero extra y además valoraba la rara oportunidad de poder escapar de las sucias calles de la capital.
Aproximadamentea las 19:40, cuando el Princess Alice se acercaba al muelle de North Woolwich, Merryman estaba en la terraza junto a la puerta del salón.
Justo cuando estaba diciendo lo "espléndido" que había sido el viaje, vio un enorme buque carbonero (un barco que transportaba carbón) acercándose a la nave, de mucho menor tamaño.
El Bywell Castle se estrelló directamente en el costado de estribor (derecho) del Princess Alice, que pesaba menos de un tercio que el barco carbonero, de 890 toneladas.
El choque partió en dos al Princess Alice, con un estruendo horripilante.
"El pánico a bordo fue terrible, las mujeres y los niños gritaban y corrían al puente en busca de seguridad", relató Merryman, que fue uno de los pocos sobrevivientes.
"De inmediato corrí hacia el capitán y le pregunté qué hacer y él exclamó: ’Nos hundimos rápidamente, haz lo que puedas’".
"Esas fueron las últimas palabras que dijo. En ese mismo instante el barco se fue a pique".
Como muestra un modelo exhibido en el Museo Marítimo Nacional, los extremos del barco se elevaron en el aire cuando el medio se hundió, precipitando a la gente que estaba en la cubierta al abismo acuático entre ambas partes.
Merryman y otros que estaban en la cubierta cayeron al agitado río, mientras que los desafortunados pasajeros que se encontraban debajo de la cubierta quedaron atrapados.
La zona del hundimiento estaba repleta de toneladas de aguas cloacales que eran arrojadas desde puntos cercanos a donde chocaron los barcos.
El agua burbujeaba por la cantidad de desperdicios y emitía un hedor tan fuerte que incluso el más experimentado de los barqueros tenía arcadas.
Los hombres, mujeres y niños que se revolcaban en el agua tragaban y respiraban bocanadas de desechos tóxicos.
A pesar de que la tripulación del Bywell Castle arrojaba tablones de madera, salvavidas e incluso jaulas de gallinas para que la gente se aferrara, las pesadas ropas victorianas de los que estaban en el agua los arrastraban hacia abajo.
Para muchos, la muerte fue inevitable.
Instinto de supervivencia
Ensordecido por los gritos de los otros pasajeros, Merryman se aferró a unos restos del barco para mantenerse a flote.
Pero cuando unas 20 personas desesperadas también se agarraron, los restos se hundieron.
Empezó a nadar —fue uno de los pocos afortunados que pudieron hacerlo— y se abalanzó sobre una cuerda que colgaba sobre el costado del Bywell Castle.
Lo levantaron y lo llevaron a un lugar seguro junto con otras cuatro personas.
Otros sobrevivientes describieron sentirse abrumados por un instinto de supervivencia.
Un hombre le dijo al Illustrated Police News, un tabloide sensacionalista, cómo tuvo que sacarse de encima a personas que se ahogaban para poder salvarse.
Claude Hamilton Wiele dijo: "Encontré a mi hermano nadando. Ambos somos buenos nadadores y nos dirigimos hacia un buque a vapor".
El empleado de 20 años agregó: "El agua estaba llena de gente… tuvimos grandes dificultades para evitarlos".
"Una mujer me agarró pero me escapé y la vi hundirse como una piedra".
Merryman fue llevado al muelle de South Woolwich tras ser sacado del agua.
"También hubo otros rescatados, pero pocos se recuperaron", relató.
"Un niño murió en mi regazo".
El chef fue una de las aproximadamente 130 personas que salieron del río vivas, pero varios murieron en los días y semanas siguientes, en parte debido a complicaciones por haberse tragado el agua podrida, informó The Times.
Robert Haines, un músico que tocaba en la banda del Princess Alice, también se salvó.
El contrabajista era aficionado a los barcos y se había percatado del Bywell Castle un par de minutos antes de la colisión.
Le pareció que el carbonero se dirigía directamente hacia el barco más pequeño, pero le restó importancia, confiando en que el Bywell Castle alteraría su camino.
El músico estaba a punto de seguir a sus compañeros de banda bajo cubierta para descansar.
Estaba a solo un metro de la proa del Bywell Castle cuando golpeó.
Por una fracción de segundo Haines se congeló, sin saber qué hacer con su voluminoso instrumento.
Pero luego dejó caer el contrabajo y corrió hacia la cubierta.
"En un instante la parte delantera se desprendió de la popa y vi que todos caían como una caja de sombreros", dijo.
"Todos cayeron menos yo".
Haines no sabía nadar pero logró agarrar un salvavidas. Lo empujaron a un bote que había sido lanzado desde el Bywell Castle.
Los hombres a bordo arrastraron a algunos sobrevivientes más del agua, así como a algunos cadáveres, antes de remar hasta la costa.
Otras pequeñas embarcaciones en el río acudieron en ayuda de los pasajeros que se ahogaban, pero la misión de rescate pronto se convirtió en un esfuerzo mórbido por recuperar la mayor cantidad de cuerpos posible.
En cuestión de minutos, niños quedaron huérfanos, esposos y esposas enviudaron y familias enteras desaparecieron.
Días después del accidente los cuerpos seguían apareciendo en la costa, desde Limehouse hasta Erith.
Los cientos de muertos fueron depositados en morgues temporales que se crearon en el este de Londres, en lugares como la fábrica de gas Beckton, el astillero Woolwich, la oficina de la London Steamboat Company y el ayuntamiento de Woolwich.
Las investigaciones
A medida que la terrible conmoción por la tragedia se convirtió en enojo, los familiares en duelo y los políticos locales exigieron respuestas.
¿Por qué chocaron los barcos? ¿Quién tuvo la culpa? ¿Estaba el Princess Alice sobrecargada de pasajeros? ¿Por qué no se salvaron más personas con botes salvavidas? ¿Son mortales las aguas residuales? ¿Era cierto que el capitán del Bywell Castle estaba ebrio?
El día después del desastre, el forense Charles Carttar abrió una investigación, mientras que la Junta de Comercio lanzó otra investigación por separado unas semanas más tarde.
Durante dos agotadoras semanas, un flujo constante de cuerpos y miles de familiares preocupados llenaron las calles de Woolwich, con los familiares examinando los cadáveres con sentimientos de temor y esperanza mientras buscaban una cara que reconocieran.
El forense finalmente aceptó que, debido a que no había una lista de pasajeros, nunca se sabría la cantidad exacta de personas a bordo del barco y, por lo tanto, un número exacto de víctimas mortales.
Durante los siguientes dos meses un jurado de 19 hombres escuchó horas de presentaciones de evidencias (la versión escrita tenía alrededor de 5.000 páginas).
El 13 de noviembre el forense los encerró en una habitación y se negó a dejarlos ir sin que emitieran un veredicto.
Según un corresponsal del Times, en un momento dado 11 miembros del jurado querían presentar un cargo por homicidio involuntario contra los que estaban a cargo del Bywell Castle, pero se necesitaban 12 votos para que se aceptara un veredicto.
A la mañana siguiente, los hombres finalmente se decidieron.
Estos fueron sus principales conclusiones:
- El Bywell Castle debería haberse detenido y retrocedido antes
- El Princess Alice debería haberse detenido y no debería haberse girado hacia popa
- Todos los barcos en el Támesis evitarían colisiones si se aplicaran reglas de navegación más estrictas
- El Princess Alice estaba en condiciones de navegar en el momento del choque, pero tenía tripulación suficiente, tenía más pasajeros a bordo de lo que "era prudente" y no contaba con suficientes equipos salvavidas
Sin embargo, la investigación simultánea de la Junta de Comercio llegó a conclusiones diferentes, a pesar de que había escuchado a muchos de los mismos testigos.
En lugar de argumentar que ambos barcos tenían la culpa, postuló que el Princess Alice no había seguido las normas de navegación y que tenía toda la culpa.
El legado del desastre
Durante años, después de la tragedia, se siguió discutiendo en el Parlamento sobre cómo garantizar que surgiera algún cambio positivo como consecuencia del desastre.
Los londinenses discutieron apasionadamente sobre el legado que dejaría el hundimiento, desde quién era responsable de pagar por los entierros de personas identificadas hasta cómo limpiar el río.
Varios cambios que llegaron después fueron consecuencia del siniestro, como las mejoras en el sistema de alcantarillado, la adopción de luces de señalización de emergencia en embarcaciones de todo el mundo y el nuevo Royal Albert Dock, que ayudó a separar el tráfico de mercancías pesadas de las embarcaciones más pequeñas.
A pesar de la gran pérdida de vidas y de los cambios producidos como resultado del hundimiento del Princess Alice hoy quedan pocas huellas de lo que sucedió aquella fatídica noche.
La ribera cerca del lugar donde el barco a vapor llegó a su fin es silenciosa, solo se oyen ocasionalmente a las gaviotas que graznan mientras dan vueltas en el cielo y el ruido retumbante de la maquinaria de los desguaces al otro lado del río.
El único recordatorio del hundimiento es un poste con un cartel descolorido y con grafiti que está en Tripcock Point, cerca de donde ocurrió la tragedia.
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