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"Si todas las mujeres fueran buenas, las cárceles de mujeres estarían vacías": Felipe Pigna, el historiador argentino que retrata a las latinoamericanas que lucharon contra el poder establecido

El historiador más influyente de Argentina se declara feminista, pero no ahorra críticas a las corrientes "extremistas" de la lucha contra el machismo. Acaba de publicar un libro sobre mujeres latinoamericanas que se enfrentaron al poder de los hombres para defender sus derechos.

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Felipe Pigna, quizá el historiador vivo más reconocido de Argentina, se declara feminista.

"A mí me pone muy orgulloso hablar del tema femenino", le dice a BBC Mundo en su estudio del barrio Caballito, en Buenos Aires.

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"Creo que la dignificación de la mujer dignifica al hombre", asegura sobre el rol de los hombres en la lucha en contra del machismo.

Como en otros países de la región, el tema de las desigualdades de género está en el primer renglón de la agenda política y social en Argentina.

La despenalización del aborto, que se votará el 8 de agosto en el Senado, se ha convertido en un símbolo de la causa feminista.

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Autor de "Mujeres tenían que ser" y de dos libros sobre Eva Perón, Pigna —de 59 años— acaba de publicar "Mujeres Insolentes" (de editorial Planeta), una serie de biografías breves de mujeres latinoamericanas que se enfrentaron al poder de los hombres para defender sus derechos.

Pigna, sin embargo, no tiene reparo en hacer crítica de algunas ramas del movimiento feminista.

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No está de acuerdo con aquellas mujeres que creen que los hombres no pueden participar en la lucha, por ejemplo, "porque al hacer esa dicotomía le estamos haciendo un favor al sistema, que sabiamente nos ha puesto en una pelea entre hombres y mujeres".

Su repaso a la historia de luchadoras feministas latinoamericanas le da perspectiva al debate actual.

En tu libro se lee que muchas de las mujeres enfrentaron con violencia las violaciones de sus derechos. ¿Es la violencia necesaria para plantar cara al machismo?

Depende del contexto y de cada caso. El libro habla de gente que violenta porque fue violentada, como las mujeres originarias.

Pero también habla de gente que no ejerció ningún tipo de violencia y se dedicó a la ciencia y que fue insolente en tanto que estudió medicina en un momento en que las mujeres no ingresaban a la universidad.

¿Por qué una parte del movimiento feminista cree que la violencia tiene que ser parte de su discurso?

Primero creo que esos extremismos son minorías.

Pero además creo que la violencia no tiene que ser parte del discurso porque hemos visto que no ha funcionado. Argentina es un testimonio de esto.

Creo que el uso de la palabra es mucho más efectivo, como se vio en estos meses en el debate sobre el aborto, en el que muchos diputados, algunos por convicción y otros por oportunismo, cambiaron su voto después de una deliberación.

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Otra de las cosas que uno ve en su libro es que el reclamo por la igualdad de derechos no tiene nada de nuevo.

Es el propósito del libro. Una de las cosas que yo hago es ir a colegios y foros con niños donde ellos me hacen preguntas. Y la pregunta que me hacían muchos —porque claro, ellos están viviendo esto— es si esto (la lucha feminista) tiene historia.

Por eso el libro está en clave infantojuvenil.

Yo les contaba que las mujeres siempre han tratado de cambiar esta situación. Les ponía el ejemplo de las griegas que estaban excluidas de la política: no votaban ni participaban de las asambleas.

Sin embargo, la literatura griega está llena de protagonistas mujeres, como Lisístrata, que convoca a las mujeres para que nadie tenga sexo para que los hombres dejen de maltratarlas.

¿Por qué crees que se ha generado la idea de que la lucha feminista es solo actual?

Por un lado tiene que ver con que la historia ha sido escrita por hombres.

Pero por otro, con que solo recientemente la lucha ha adquirido un carácter de que ya no tiene vuelta atrás, de que ya no se puede tapar y que ya incluso los medios conservadores lo tienen que cubrir.

Las mujeres que tú perfilas en el libro son todas luchadoras de una causa buena, pero ¿hay mujeres malas en la historia?

Por supuesto. Lo digo siempre. De hecho es una actitud tremendamente machista pensar que alguien es bueno solo por ser mujer o que por ser mujer y tener la capacidad de concebir es buena.

Si todas las mujeres fueran buenas, las cárceles de mujeres estarían vacías o no habría existido Margaret Thatcher (ex Primer Ministra de Reino Unido).

Hay mucha gente mala y es inherente a los seres humanos.

Las mujeres del libro son luchadoras que llevan a cabo su lucha, pero al final casi siempre terminan mal: las matan, las degüellan, fracasan...

Es lo que les pasa a los rebeldes, a nuestros héroes. Mira cómo terminó (Simón) Bolívar: perseguido, olvidado, cuestionado, en plena guerra civil. San Martín termina en el exilio.

El poder no perdona a los que le molestan y ellas (las mujeres del libro) son todas insolentes que han molestado al poder o a la pacatería de su tiempo.

¿Si en la aborto no llega ser aprobado el 8 de agosto estaríamos ante un escenario igual, un fracaso de la lucha feminista?

Va a ser un dolor muy grande si eso pasa.

Estaríamos en presencia de una irrepresentatividad, donde el Senado no estaría cumpliendo su función de representar, sino respondiendo a una cuestión más corporativa.

¿Crees que es un ejemplo de que la historia a veces avanza y a veces retrocede?

Sí, pero no me sale decir algo en sentido conformista.

Les podríamos decir eso a las mujeres que están luchando por la aprobación, pero no va servir de nada.

Otra cosa que llama atención de tus perfiles es que las mujeres que estaban luchando por derechos hace 100 años lo hacían en términos muy parecidos a los actuales.

Claro. Mira el ejemplo de los primeros periódicos feministas, que acá fueron pioneros. El periódico "La voz de la mujer" (publicado entre 1896 y 1897) tenía como eslogan "Ni Dios ni patrón mi marido" y no es que estaba en contra del amor, sino del matrimonio como institución.

Pero esto no solamente está presente en sectores radicales como este, sino que la mujer argentina fue, por ejemplo, la primera que introdujo el tema de la niñez en la política: problemas como el trabajo infantil o los abusos infantiles no estaban en la preocupación de los políticos.

Y que hace 100 años esos problemas se pusieran en evidencia es realmente extraordinario.

Extraordinario y a la vez se puede ver como algo triste, porque de alguna manera no se avanzó mucho.

Claro, es que no hay nada más triste que la actualidad un texto histórico.

Cuando Bolívar dice "he arado en el mar" (una frase de derrota) te dan ganas de llorar. Y están los textos de (independentista argentino Manuel) Belgrano diciendo que se necesita un industria sólida y que no nos podemos endeudar más de la cuenta.

Es increíble, da orgullo tener a una persona tan clarividente, y que sin embargo no se haya leído ni se haya tenido en cuenta…

Es emocionante tener semejantes padres fundadores, pero triste tener una clase dirigente que hizo todo lo contrario.

Eso también muestra que los cambios de fondo son lentos.

Claro, porque son cambios que tienen que darse de manera individual, en la subjetividad de cada persona, y ya se ha probado que los cambios de carácter obligatorio no se dan.

No sirven los sistemas autoritarios que te modifican la vida y te dicen lo que tienes que hacer.

La gente tiene cada uno su espíritu, sus ideas, y la vida no se puede reglamentar.

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Ya que los cambios son lentos y que luchas como éstas se han mantenido por cientos de años, ¿crees que vamos estar discutiendo lo mismo dentro de 100 años?

Espero que no e intuyo que no, porque está el elemento de la urgencia de las nuevas generaciones.

El sistema capitalista, ultra comunicado, ultra globalizado, vive de la urgencia. La urgencia de "quiero ver las noticias", de "quiero ver el celular".

Se están acortando las paciencias y cuánto va a tardar un cambio se determina por cuánto dura la simpatía por un modelo político.

Las redes sociales, si bien adormecen, y te llenan de pelotudeces, y te marean, también cortan la capacidad de espera. Antes la gente esperaba meses por una carta.

Vamos al tema de la insolencia, que es central en tu libro.

Insolente es un término que usaban mucho los conquistadores para referirse a los indígenas.

Y después se usó mucho con insultos como "este mocoso insolente, "esa niña insolente", acompañado de una amenaza tipo "vas a ver lo que te voy hacer".

A mí siempre me gustaron los insolentes, me caen bien. Y creo que la insolencia es algo importante en este momento de tanta obediencia y tanto redil y tanta ovejita.

Por eso se requiere insolencia para acabar con el patriarcado; si no sos insolente no vas a acabar nunca con el patriarcado.

Porque el patriarcado es todo lo contrario: dar órdenes, lo establecido, el "cómo te atreves, insolente" dicho por un tipo muy importante, el mismo que dice "usted no sabe quién soy yo", una expresión que habla de una desigualdad, de una jerarquía malentendida, vista desde un punto de vista económico o de parentesco.

Y esto no tiene que ver con destruir la familia, porque yo creo que la familia es una institución muy importante, noble, necesaria. Pero la familia no tiene que ver con el patriarcado: el patriarcado es "se hace porque yo digo". No es lo mismo.

Es interesante que precisamente en Argentina —ese país donde la frase "usted no sabe quién soy yo" suele ser respondida con un "y a mí qué mierda me importa"— se esté dando esa lucha feminista antes que en otros lugares.

Eso es maravilloso. Es lo que a mí siempre me enorgulleció de Argentina. Que nadie pueda maltratar a un camarero. Cosas que sí ves en México, en Colombia, en otros países.

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No en vano Argentina siempre fue pionera en términos de derechos. El primer país con mujer presidenta, el primero con voto femenino.

Tanto el radicalismo de la primera mitad del siglo XX como el peronismo de los años 50 nos dejaron un gran legado de derechos que hay que defenderlo.

Es algo que tenemos que cuidar.

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