"Mientras conducía por la calle Kensington de Londres, el semáforo se puso en rojo y pensé: ’Amarillo’, puedes aún pasar; ’Rojo’, significa alto, fuera del terreno."
Ese fue el momento en que al árbitro inglés, Kenneth George Aston, se le ocurrió la idea de utilizar las tarjetas amarilla y roja en los partidos de fútbol.
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La beligerancia en el campo de juego al inicio de la década de los 60 había llevado a este deporte a una situación incontrolable. En más que un partido se libraba en la cancha una guerra a muerte que terminaba con lesionados en el hospital sudados de odio.
Símbolo de aquello fue el Mundial del 62 en Chile.
"La Batalla de Santiago"
En el partido inaugural entre la Unión Soviética y Yugoslavia hubo golpes y hasta jugadores fracturados.
Algo similar ocurrió en el partido de Alemania contra Italia; en el de Checoslovaquia contra España (donde el arquero quedó inconsciente por unos minutos tras recibir una patada en la cabeza); y en el de Argentina contra Bulgaria (con varios jugadores gravemente lesionados).
Como si eso fuera poco, Chile e Italia se enfrentaron en el partido que pasó a la historia como "La Batalla de Santiago". ¿Violencia desaforada? Sí.
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Patadas, puñetazos, y hasta policías en la cancha. La selección chilena ganó 2 a 0, en un partido cuestionado duramente por su arbitraje, a cargo de Kenneth Aston, el mismo que, impactado por la brutalidad en la cancha, terminaría inventando el sistema de tarjetas que fue estrenado en el Mundial de México de 1970.
"En Santiago me limité casi a contar los puntos de las maniobras militares del campo, mi función no recordó para nada las tareas de un árbitro", dijo.
La furia en otro idioma
Aston dejó de arbitrar en 1963 y pasó a ser miembro de la Comisión de Árbitros de la FIFA en 1966 (de la cual fue presidente de 1970 a 1972).
Desde esa posición le tocó enfrentar nuevamente un escándalo cuando se enfrentaron Argentina e Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de 1966.
El árbitro del partido, el alemán Rudolf Kreitlein, tuvo que salir escoltado por la policía británica luego de expulsar al capitán argentino Antonio Rattín en el minuto 36.
Kreitlein cobró una falta a favor de Inglaterra, Rattín protestó y fue expulsado.
"Me miró con mala intención. Por eso me di cuenta de que me había insultado", dijo Kreitlein. El problema es que ni el árbitro entendía español, ni el argentino hablaba inglés o alemán.
Rattín se negó a abandonar el terreno de juego, argumentando que no entendía lo que el árbitro le decía. El partido estuvo detenido más de diez minutos hasta que un traductor saltó al césped de Wembley y le explicó a Rattín lo que estaba ocurriendo, provocando la furia del argentino.
"El fútbol es una obra dramática"
Probablemente hoy alguien opinaría que para insultar a otro no es necesario hablar el mismo idioma. O que entender un gesto de expulsión tampoco es un problema de palabras.
Pero cuando la furia enceguece, es mejor que las reglas estén absolutamente claras y las amonestaciones a los jugadores por parte del árbitro no sean verbales.
Aston, que en ese momento era responsable de todo el arbitraje, empleó su capacidad negociadora para tranquilizar al expulsado capitán argentino y evitar la suspensión del encuentro.
A esa altura, el inglés tenía claro que había que crear un mecanismo para disuadir las agresiones y sancionar a los rebeldes.
Y, aparentemente, un semáforo le dio la respuesta.
El técnico murió el 23 de octubre de 2001 a los 86 años, reivindicando su pasión por el fútbol.
"El fútbol es una obra dramática en dos actos, con 22 actores sobre el escenario y un director de escena: el árbitro", dijo en una ocasión.
"No existe guion, nunca se sabe como terminará, pero lo más importante es divertirse y divertir."
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