"Nosotros huimos como pudimos, pero ellos se quedaron. Eran cinco, cinco de los míos se quedaron bajo las cenizas"
Francisco López Pozuelos dice que no quiere pensar que están muertos, que todavía no hay nada seguro y que nada le hará cambiar de opinión.
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Pero a medida que pasan los días, las esperanzas se desvanecen.
El pasado domingo, una columna de humo y polvo tóxico se desplomó desde lo alto del Volcán de Fuego hasta el caserío donde vivían, en la comunidad de El Porvenir, en Guatemala.
"De pronto todo se nubló y no se veía nada, nada. Era como una neblina muy grande y olía muy feo. El pelo se nos puso duro y la ropa también", cuenta a BBC Mundo.
Fue entonces cuando le dijo a su esposa y a sus hijos que tenían que salir de allí.
"Ellos no querían, porque son cabezones. Lo que pasa es que nosotros estamos acostumbrados a que el volcán no se esté tranquilo, pero yo sabía que esta vez no era igual".
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Pero pronto vieron que la lava comenzaba a borbotar, que el volcán comenzaba a bramar y a regurgitar piedra hirviente y que un río de lava amenazaba con descender hasta allí.
La huida
Salieron solo con la ropa que tenían puesta hacia una carretera cercana.
Caminaron, corrieron como podían, mientras una nube oscura cubría el pueblo donde vivió y sembró la tierra su familia por generaciones.
"Pero mi hermano, mi sobrino, su esposa y sus dos hijas no pudieron salir. Las niñas tenían 12 y 14. Si no lograron salir, se quedaron enterrados en la ceniza".
Dice que no tuvieron cómo avisarles. Trataron de llamarlos por teléfono, pero no se lograron comunicar.
Ahora, cuando llaman, un contestador automático responde que el número no está disponible.
"Me duele pensar que yo estoy vivo, que pude haber hecho algo por ellos, avisarles, pero huimos nosotros y no los ayudé".
López habla a veces de sus familiares en pasado. Repite una y otras vez que no va a aceptar que están muertos hasta que se lo digan. Pero en ocasiones lo vence la resignación.
"Me ha tocado llorar en estos días. Yo no quiero creer que están muertos, pero allí está todo destruido", comenta.
La nueva vida
Él y su familia fueron evacuados horas más tarde de una carretera cercana al caserío en las faldas del volcán.
Ahora duermen en un albergue improvisado en el poblado de Alotenango, donde todavía las cenizas oscurecen el día.
Allí, en medio de una plaza, algunos sobrevivientes han montado un monumento con velas para recordar a los familiares que quedaron atrapados en sus comunidades.
Son unos más entre las decenas de guatemaltecos que perdieron contacto con miembros de su familia desde que el pasado domingo el Volcán de Fuego vomitó lava y muerte sobre algunas de las comunidades más pobres de Guatemala.
Pero para muchos, como López, la supervivencia en las nuevas condiciones es un nuevo desafío.
"Estamos vivos y eso es lo que importa. Pero yo no sé qué tiempo nos van a poder tener aquí y ahorita ya nosotros no tenemos nada. Yo no sé qué nos vamos hacer", dice.
¿Y ahora qué?
López afirma que le preocupa qué sucederá en unos días, cuando el revuelo inicial pase. A dónde irán, qué será de ellos.
"Nosotros lo perdimos todo. Cuando vi que aquello estaba llegando, lo dejé todo abandonado a la voluntad de Dios".
Por ahora, dice que lo único que le importa es saber dónde está su familia, que solo quiere saber si están vivos y si no, al menos poderlos enterrar "como Dios manda".
"Al menos poder llorarlos como se debe", añade luego.
"Mi esposa se pasa el día preguntando en la listas de evacuados y de víctimas para ver si tenemos noticias de ellos, pero nada".
Dice que quiere regresar a su caserío para ver qué pasó, pero no tiene cómo y el paso está cerrado.
Hasta ahora, las autoridades de Guatemala solo han podido identificar 18 de los 69 muertos.
Pero los números son inciertos.
Varias comunidades quedaron totalmente sepultadas y la lluvia, el calor que sigue emanando de la lava o la falta de condiciones climatológicas o de personal dificultan las tareas de rescate.
Nadie sabe a ciencia cierta cuántas personas vivían en estas comunidades en las faldas del volcán.
Por eso, probablemente, el número real de muertos se quedará escondido para siempre bajo la lava.
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