Nequela Whittaker fue la temida líder de una pandilla en las calles del sur de Londres. Ahora trabaja con jóvenes en esas mismas calles para tratar de evitar que sigan ese mismo camino, especialmente las niñas. Esta es su historia.
"Me llamaban Mouthy (Bocona)", dice Nequela describiendo su nombre callejero.
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Se ganó el apodo siendo adolescente por su arrogancia y su costumbre de involucrarse en peleas.
"Realmente sabía cómo humillar o ’darle cuerda’ a la gente", dice. "Mi reputación por pelear era bien conocida. Durante mucho tiempo me encantaron los conflictos".
Para cuando cumplió 14 años, Whittaker ya había sido arrestada por delito de lesiones corporales y lesiones corporales graves.
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"Salvaje"
"Era una salvaje", cuenta. "Vi a amigos asesinados, gente herida. Peleas masivas. Apuñalamientos. Tiroteos que ocurrían frente a mi".
"Tienes a gente que te sigue, tu pandilla. Y haces cualquier cosa, robar, patear las puertas de la gente".
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A medida que pasaban los años la joven se involucraba en cada vez más problemas. Pero dice que era muy difícil escaparse de ese mundo.
"Una vez que entras allí, no puedes salir. Tienes que pensar en lo que pensarán tus pares cuando les digas: ’estoy arrepentida. Esta no soy yo’".
Nequela creció en un barrio del sur de Londres con su mamá y hermanos. Cuenta que fue una niña normal y obediente.
Su mamá quería que aprovechara todas las oportunidades así que aprendió a tocar el violín, tomó clases de actuación y atletismo. Pero Whittaker asegura que eso la hacía sobresalir entre los demás.
"Yo era diferente y en ese entonces eso no estaba bien visto".
"Dos tipos de personas"
Durante el largo trayecto en autobús que debía realizar para llegar a su colegio se volvió blanco de un grupo de niñas de otra escuela que la molestaban y humillaban.
"Me llamaban ’bicho raro’, ’piernas peludas’. Se burlaban de mi violín, de mis zapatos y vestimenta. Eso no era mi culpa, era todo lo que mi mamá podía comprar".
Hablar de esto todavía le causa malestar. Durante más de un año, Whittaker ignoró a las niñas hasta que finalmente no pudo más.
"Decidí que había dos tipos de personas en este mundo. La gente que soporta todas las cosas que te arrojan y la gente que no lo hace. Yo no quería ser esa persona a la que siempre están molestando día tras día".
La joven comenzó a usar el dinero que su mamá le daba para las clases de violín para comprar marihuana y venderla en la escuela. Y formó una pandilla de niñas.
"Cambié de pronto y me convertí en la agresora: ’Vamos a vengarnos de esas niñas ahora’"-
Su pandilla golpeó a dos de las niñas de la otra escuela.
"Fui por una de ellas una semana y por la otra la semana siguiente. La golpeamos. Era por la humillación que había estado sintiendo desde hacía tanto tiempo".
Y ¿qué sintió? "Poder", responde. "Fue algo como: ’Bien, ahora soy alguien. Mi voz va a ser escuchada. Las calles están despiertas y están escuchando’".
"Pasé de ser la oveja negra a la persona en el trono. Me dio el sentimiento de pertenencia que había estado buscando".
Sentido de pertenencia
Whittaker piensa que la necesidad de pertenecer es un factor que lleva a los jóvenes a unirse a las pandillas. Y ciertamente ese fue su caso.
Su padre abandonó a la familia cuando ella tenía sólo dos años.
"Mi papá era adicto al crack. Un tipo adorable, pero todos tenemos algo que amamos en la vida y desafortunadamente lo de él era la adicción a las drogas", cuenta.
Y al ser una joven lesbiana nunca se sintió totalmente aceptada por su madre.
"Mi mamá es una persona maravillosa, pero pertenece a la vieja escuela y tenía mucho de sus raíces tradicionales caribeñas y durante muchos años yo nunca sentí que perteneciera en ese círculo debido a mi sexualidad".
"Durante muchos años no sentí que me escucharan".
Cuando Whittaker no era vigilada su mamá no tenía idea lo que estaba haciendo.
"En la casa era dulce e inocente, pero en las calles era una niñita horrible", relata.
"Mi mamá pensaba que iba a la escuela a tocar el violín. Yo tenía un disfraz muy bueno".
En esa época Whittaker fue arrestada por golpear a las dos niñas y recibió una referencia juvenil por ofensa.
Después de eso no hubo vuelta atrás.
"Pensé: ’tengo un registro criminal, así que mejor le saco todo el provecho posible’".
Rápidamente se convirtió en lo que en las calles se conoce como "un general de 10 estrellas".
"Golpear a la gente, poseer armas, pistolas, humillar a los otros. Hacer que un niño o niña caminen desnudos en la calle. Seguí empeorando", dice.
Comenzó a vender crack y cocaína cerca de Londres, dirigiendo lo que se llama "las líneas de campo". Las pandillas a menudo usan a las niñas porque la policía las detiene con menos frecuencia.
"Vendía en todo el país", cuenta.
Arresto y cárcel
Finalmente fue arrestada en Escocia y acusada de uso indebido de drogas con la intención de abastecer sustancias de clase A y B.
A los 17 años la sentenciaron a cuatro años en una prisión escocesa, muy lejos de Londres y fuera de su zona de confort.
"Estaba petrificada. Por no estar cerca de mis conocidos y tan lejos de casa. Cuando llegué mi habitación era como una cueva oscura y una niña estaba sentada en la orilla de la litera inferior, meciéndose. Lloré mucho y me dije: ’no puedo hacer esto’".
La oficial de la prisión le permitió hacer una llamada.
"Le llamé a mi mamá y le dije: ’no puedo hacer esto’. Estaba llorando y ella dijo: ’Sí puedes. Te pusiste en esta situación. Sólo tú puedes salir de ella. Adelante. Puedes hacerlo’".
Su mamá estaba en lo correcto.
Whittaker afirma que el tiempo que pasó en prisión fue el mejor período de su vida.
Descubrió que tenía la facilidad de escuchar a los demás y que las otras presas confiaban en ella y le contaban sus problemas.
"Encontré un rol. Di consejos y apoyé a las niñas", afirma.
Pasó de vender drogas a asesorar no oficialmente a las jóvenes con problemas de adicción.
"Me volví a conectar con la niña que fui antes de tomar las decisiones incorrectas".
Su transformación le ganó un nuevo apodo: en lugar de "bocona" ahora era "espabilada".
Dice que estar en la cárcel le dio "tiempo para ver cuál era mi lugar en el mundo real". Y agrega que esto no habría ocurrido si la hubieran enviado a una cárcel en Londres.
"Habría estado en el mismo ambiente, luchando por mi reputación. Ese ego supera cualquier cosa".
Una guía
En 2009, cuando tenía 20 años, salió de prisión.
Nueve años después obtuvo una licenciatura en ciencias sociales. Ahora vive con su mamá y trabaja en un club de jóvenes en el sur de Londres.
Allí siempre está en busca de niñas que, igual que ella en el pasado, están en riesgo de involucrarse con pandillas.
"Todos piensan que sólo los hombres se unen en las pandillas. Pero no es así", afirma. "La comunidad necesita guiar tanto a las mujeres como a los hombres".
Reconoce que las mujeres a menudo son explotadas sexualmente por las pandillas masculinas, pero en algunos casos, afirma, las niñas pueden tener tanto poder como los varones.
En el club juvenil donde trabaja habla con una joven de 15 años que ya ha estado en problemas por pelear.
Ella le recuerda a Whittaker como era a esa edad, con mucha energía pero sin poder canalizarla correctamente.
"Los problemas me persiguen", dice la adolescente que ha estado reuniéndose con Whittaker durante un año para aprender a controlar su ira.
"Ella me entiende", cuenta. "Otras personas creen que me entienden".
Le preguntamos dónde piensa que estaría ahora si no hubiera conocido a Whittaker.
"Probablemente estaría sentada en una estación de policía", responde.
El hecho de que Whittaker haya vivido de esa forma hace una gran diferencia.
"Me ven como una de ellas. No las fastidio. No soy la policía, ni soy los servicios sociales. Ellas confían más en alguien que ha pasado por esto", asegura Whittaker.
"Tengo un conocimiento real del mundo al que pertenecen. Muchos padres no entienden lo que es ser uno de esos jóvenes. No ven lo que está ocurriendo en las calles cuando salen de sus casas".
"Para mi, se trata de demostrarles que estoy interesada en su mundo".
Whittaker hubiera querido conocer a alguien como ella cuando era adolescente para que la hubieran retado en las decisiones que estaba tomando.
"Es bastante importante", dice. "Pasar de ser parte del problema a ser parte de la solución", afirma.
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