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"Vendemos una ilusión": cómo son y por qué se mantienen vigentes los legendarios café con piernas de Santiago de Chile

En el centro de Santiago hay decenas de establecimientos donde mujeres en minifalda o vestidas de manera sugerente sirven café entre risueños coqueteos. Muchas son colombianas y venezolanas. Y más que sometimiento, hay quienes ven en este llamativo oficio un caso de empoderamiento de la mujer.

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Hay provocadoras marisquerías, excéntricos cantantes y fastuosos pasajes peatonales. Pero una de las cosas que más llama la atención al extranjero del centro de Santiago de Chile se bebe a diario y es servido en minifalda.

Son los café con piernas. A saber, cafés atendidos por mujeres en escotados y ceñidos vestidos que están un escalón por encima del cliente, como en tarima. Toda una institución enraizada en la cultura urbana del Santiago de los últimos 30 años.

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En los café con piernas, que están casi en cada cuadra del centro de la capital chilena, las mujeres atienden detrás de una delgada barra de acero, no hay sillas, abren en horario de oficina, las paredes son de espejo y los pisos y techos, de mármol.

La clientela es variopinta: empieza por oficinistas, pasa por parejas y mujeres solas o en grupo y termina en turistas que pasan a tomarse un café movidos por la curiosidad.

Pero los más asiduos son los funcionarios y burócratas del centro, que pueden llegar a tener una relación de cercanía con las meseras – la mayoría de las veces platónica-, hermosas mujeres con una encantadora capacidad de hacer sentir cómodo a su interlocutor.

Café Haití y Café Caribe son las cadenas más famosas. Sus locales son amplios, con grandes ventanales e incluso mesas en la calle. Entrar es como viajar a 1980.

Segunda categoría

Pero no todos los establecimientos que se hacen llamar café con piernas en el centro de Santiago son así.

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Desde hace un tiempo ha proliferado una segunda categoría que no se ve mucho en las calles principles, sino en las galerías de los edificios del centro, unos legendarios pasillos en los sótanos o plantas bajas donde venden relojes, souvenirs y café. Con más que piernas.

Sus ventanas son polarizadas, sus avisos de neón, no hay mesas, el espacio es oscuro y suena música cual discoteca. Reggaeton a las 10 de la mañana.

Y las meseras están en ropa interior o sugerentes modelos de bikini. La gran mayoría son venezolanas o colombianas, dos nacionalidades cuya inmigración a Chile ha aumentado exponencialmente en los últimos años.

Hasta acá ninguno de los dos tipos de café con piernas ofrece servicios sexuales. En teoría. Aunque hay una tercera categoría -de cafés también- que sí se asemeja a los cabarets, burdeles, striptease que vemos en el resto de América Latina.

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Una ilusión

"Nosotras lo que vendemos es una ilusión", me dice María, una mesera que pidió no revelar su nombre y accedió a hablar con BBC Mundo por fuera del café en el que trabaja, que es de la segunda categoría.

"A muchas mujeres chilenas no les gusta que le tiren piropos, no son atrevidas y no hacen nada para tener contento a su hombre, así que acá les damos ese espacio que no encuentran en otra parte", afirma.

"El chileno", continúa, "es tímido y no sabe aproximarse a una mujer bonita, se acobarda, pero en el café con piernas lo hace porque se siente liberado".

María tiene 23 años. Es venezolana, ingeniera industrial y lleva un mes en Santiago de Chile.

Su celular es su principal herramienta de trabajo, porque a través de él habla con los distintos clientes que la visitan en su horario de trabajo.

"Hoy no estoy de turno y están todos atacados; es que son como adictos", asegura, y muestra la lista de decenas de conversaciones de WhatsApp que mantiene con los clientes, que le llevan regalos y dan generosas propinas.

Según ella, sí hay meseras que arreglancon un cliente para prestar servicios sexuales. "Pero eso, de verdad, es más bien raro", aclara.

En parte porque con el trabajo de meseras pueden llegar a ganar hasta 1.200.000 pesos al mes (casi US$2.000). Y tienen -aunque no todas- contratos formales y seguro social.

"Algunas han conocido maridos millonarios en los cafés y pasaron a tener otra vida; otras han logrado volver a su país con plata, operarse y regresar más bellas", indica.

Hay locales donde las meseras deben vender un número mínimo de cafés al día, alrededor de 30. Después del 30º la ganancia es para ellas.

"Pero más que los sueldos, acá el beneficio viene de las propinas", dice María.

Ella gana más o menos 1.000.000 de pesos al mes (casi US$1.600), y está ahorrando para "empezar una vida de cero dentro de dos años". Mientras, vive en un departamento con seis venezolanas más.

"Estamos como locos"

Dentro del café, hacia las 11 de la mañana, hablé con uno de los clientes de María, mientras él se tomaba un cortado y yo una soda, porque el café no me pareció precisamente bueno.

Empleado de una empresa del Estado, Gerardo, que también pidió reserva de su nombre, viene una vez por semana a este local.

"Si María se cambia de café, yo me voy con ella", declara. "Vengo para relajarme, para liberarme".

Luego, en un café al aire libre, hablé con Pablo y Cristián, dos oficinistas que estaban gozosos tomándose fotos con otra venezolana, vestida con un enterito azul de material brillante.

"Esto ha existido acá siempre", dice Pablo, "pero ahora se puso bueno porque las colombianas y venezolanas nos tienen como locos".

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Cuando les pedí sus apellidos y una foto, los oficinistas rieron: "No es que esto tenga algo de malo, pero para qué vamos a meternos en un problema con las señoras", me dijeron.

Empoderamiento y sometimiento

Los café con piernas aparecieron en Santiago hacia el fin del régimen militar, en los 80, y proliferaron en los 90 a medida que el liberalismo se asentó en la economía y la cultura.

Se estima que solo en el centro hay unos 60, mientras que en la comuna de Santiago hay 120.

Para Marcela Hurtado, una arquitecta y profesora en la Universidad Austral de Chile que ha investigado los café con piernas, el fenómeno es una radiografía de las trasformaciones y contradicciones que ha vivido y vive Chile.

"Muestran una liberalización de las costumbres al tiempo que una moral y una legislación del siglo XIX", explica.

Los café con piernas se rigen bajo la legislación de las cafeterías, pero como pueden ser vistos como vehículos de prostitución, un fenómeno que no está legislado en Chile, el tratamiento que las autoridades les dan depende de quien gobierne o de la policía local.

Aunque no hacen nada ilegal, los dueños de los cafés actúan con cautela y muchos no dejan tomar fotos dentro ni fuera.

"Lo primero que encontramos en nuestras investigaciones es que en estos espacios se da un simulacro de intimidad", le dice Hurtado a BBC Mundo.

"En Chile, a diferencia de otros países como Colombia y Venezuela, el cuerpo está relacionado a la intimidad, pero acá (en los café con piernas) se ve en público, lo que los convierte en espacios de transición".

Así lo ve Gerardo, el cliente de María, como un espacio liberador, en el contexto de una sociedad conservadora.

Según Hurtado, que trabajó este tema desde el punto de vista del género y el cuerpo, acá hay tanto empoderamiento como sometimiento de la mujer.

"Empoderamiento porque la mujer logra tener un beneficio económico de un simulacro y usa su cuerpo y su carisma en el coqueteo y la seducción como quien usa sus manos en la construcción".

El cuerpo, recuerda la académica, "es el primer capital que tiene el ser humano".

Hoy en día una gran cantidad de dueños de café con piernas son mujeres que alguna vez fueron meseras.

Pero Hurtado dice que, al tiempo, trabajar en un café con piernas es cargar con un estigma: "Nadie te va a decir que es fantástico que su hija trabaje ahí".

"Y hay algunos café con piernas que dan pie a la prostitución y a la trata de mujeres, lo que por supuesto es grave desde el punto de vista del género", concluye la analista.

María, por su parte, dice que no se siente sometida.

Y recuerda los piropos muchas veces ofensivos que le decían en Venezuela, donde no tenía mecanismos para responder al toqueteo de un extraño en la calle, que es frecuente.

"Más machista que esto", concluye, "es el centro de Caracas".

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