Opinión

1973

Lee aquí la columna del fundador y expresidente del partido Proyecto Dignidad

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Cesar Vazquez + columnistas

El año 1973 es uno importante en la historia de Puerto Rico. Ese año, el gobernador Rafael Hernández Colón cogió cientos de millones de dólares para cuadrar el presupuesto del gobierno. La chequera del gobierno se había descuadrado por varias razones, incluyendo el embargo petrolero que ocurrió por la guerra en el Medio Oriente en octubre del 73. Sin embargo, la realidad social más importante es que 1973 fue el primer año en que hubo, por lo menos, un asesinato por día; sobre 400. De ese año en adelante, ese número ha ido en aumento, teniendo como pico cerca de 1,000 asesinatos en dos años corridos, 1994 y 1995. No ha importado quién sea el gobernador, los presidentes de las cámaras legislativas o la composición de los tribunales. Algo pasó en los años 60 y principios de los 70 que nos transformó en una sociedad llena de violencia.

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En las primeras dos décadas del siglo 21, ocurrieron sobre 14,000 asesinatos. La demografía de los mismos es pavorosa. Cerca del 95 % son hombres, la mayoría entre 18 y 39 años, la mayoría de clase pobre, la mayoría desertores escolares o no pasaron del cuarto año de escuela superior, muchos involucrados en la economía de la adicción y/o desempleados y la mayoría de ellos de hogares rotos o disfuncionales. A esta realidad sociológica sobre los asesinatos hay que añadirle la violencia menos dramática, pero igual de destructiva que es la que ocurre hacia la niñez, hacia los mayores, hacia la mujer, hacia los inmigrantes, por no mencionar hacia todos los grupos vulnerables.

Somos una sociedad violenta, vivimos llenos de luto y por qué no decirlo, tenemos mucho miedo. Este es nuestro principal problema. Lo ocurrido en Aibonito con este crimen desgarrador es tan solo la manifestación de nuestra realidad. Nos hemos acostumbrado a caminar como los soldados en Vietnam, tratando de no pisar los muertos. Como desconocemos a la mayoría de las víctimas, el dolor y la indignación nos dura poco. La tragedia de esta semana nos hace olvidar la de la semana pasada, a menos que maten a alguien que amamos, en cuyo caso caminaremos el resto de la vida con ese dolor en el alma. Recordemos que a esa víctima alguien lo amaba como nosotros amamos a los nuestros.

La respuesta del gobierno es un mantra que repiten con demasiada frecuencia: “Estamos revisando los planes y las estrategias para enfrentar el crimen”. Pero nada cambia. Y ellos saben que nada va a cambiar. El papel de una orden de protección no sirve de chaleco antibalas.

¿Qué podemos hacer? Hay quienes han llegado a la conclusión que “esto no lo cambia nadie”, por lo tanto, lo único que nos queda es protegernos individualmente. La solución es más rejas, sistemas de alarmas, perros guardianes, aprender a disparar o sencillamente coger un avión e irnos.

Pero hay soluciones, lo único que no son inmediatas o mágicas, tampoco son automáticas o fáciles. No lo va a lograr una persona o un grupo pequeño; dependerá de que un número significativo de ciudadanos asuma la responsabilidad y actúe de manera intencional. La solución tiene que ser colectiva. Estamos hablando de un proyecto de país. Un proyecto que pueda ir por encima de nuestras fracturas ideológicas. Algo así como cuando el huracán María que nos golpeó a todos. Porque como en María, cuando las balas llueven, matan a los hijos de todos.

El gobierno es parte del problema... pero tiene que ser parte de la solución. Sucio difícil, considerando sus ejecutorias del pasado.

Todo comienza por valorizar a nuestros niños y adolescentes como nuestro activo más importante como sociedad.

Nos va la vida.

Continuará…

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