Opinión

La turistificación de las SanSe

Lea la opinión del sociólogo, Emilio Pantojas García

Metro Puerto Rico
Emilio Pantojas Metro Puerto Rico

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Las fiestas de la calle San Sebastián son a San Juan lo que el Mardi Gras es a Nueva Orleans. Estas fiestas comenzaron en 1954 como una actividad cívico-religiosa para recaudar fondos para la Iglesia San José. En los setenta la Sra. Rafaela Balladares lideró un grupo de vecinos para iniciar nuevamente las fiestas con el fin de recaudar fondos para el Colegio de Párvulos. Progresivamente las fiestas se convirtieron en fiesta de ciudad y, desde los noventa, en fiestas nacionales. La logística de transportación pública para el acceso a la ciudad se extendió a ciudades aledañas como Bayamón y Guaynabo que proveyeron transporte público en masa para las “SanSe”, como le bautizaron los jóvenes. Asimismo, al otro lado de la bahía, en Cataño, se organizaron eventos como “El encuentro de tambores” y este año el evento “del Malecón para la Fiestas 2024″.

Hasta antes de la pandemia y los sismos de 2020, la masificación de las fiestas incluyó un componente importante de la diáspora puertorriqueña—la nueva diáspora post huracán María y la histórica. Los boricuas residentes en Estados Unidos participan plenamente de las tradiciones musicales, culinarias, artísticas y culturales que caracterizan las SanSe. La plena, las salsa, la música criolla o típica, la “fritanga” encabezada por bacalaítos de doce pulgadas de diámetro, las artesanías, además del espectáculo carnavalesco de desfile de la estatua de San Sebastián seguido por comparsas de cabezudos, bailadoras/es en zancos y grupos de plena y batucadas, constituyen el núcleo de cultura popular de las fiestas. Se oye a la gente exclamar: “esto es cultura” o “esta es mi cultura” constantemente.

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Es que las fiestas de la calle San Sebastián, o las SanSe, constituyen una síntesis heterogénea de los elementos “esenciales” de la cultura puertorriqueña. Su evolución y crecimiento representan la captura de la imaginación de los puertorriqueños, de quiénes somos, qué hacemos y qué nos gusta. En las SanSe se concretiza el deseo expresado en la canción popularizada por Danny Rivera, “Yo quiero un pueblo”.

Durante la pandemia de la COVID19 las leyes y reglas federales obligaron a mantener a San Juan como ciudad abierta al tránsito de pasajeros creando así un boom turístico debido a la drástica baja en los precios de pasajes y hoteles. Las leyes 20 y 22 para incentivar la exportación de servicios y el traslado de inversionistas a relocalizarse en Puerto Rico estimularon la inversión en nuevos hoteles y viviendas de alquiler a corto plazo (Airbnb), ampliando y diversificando la oferta turística. Esto ha creado espacios turistificados en el litoral del archipiélago puertorriqueño; no sólo San Juan, sino Dorado, Rincón, Vieques, Culebra y otros.

Según la Fundación del Español Urgente, patrocinada por la agencia de noticias EFE y la Real Academia Española, el sustantivo “turistificación se refiere al impacto que tiene la masificación turística en el tejido comercial y social de determinados barrios o ciudades.” Turistificar, se refiere “al impacto que tiene para el residente de un barrio o ciudad el hecho de que los servicios, instalaciones y comercios pasen a orientarse y concebirse pensando más en el turista que en el ciudadano que vive en ellos permanentemente.” [https://www.fundeu.es/recomendacion/turistificacion-neologismo-valido/]

Esto es lo que pasa y continuará pasando en los espacios turistificados. Se convierten en burbujas o espacios internacionalizados o transnacionalizados en que los precios responden a la demanda turística o de residentes extranjeros. Por eso el precio de la fritanga de las SanSe se disparó por encima de los estándares a los que estábamos acostumbrados. La inflación, los costos de infraestructura (gas, generadores eléctricos, alquiler, ingredientes), ciertamente han aumentado y son factores contribuyentes. Pero la turistificación es un factor crucial para que una alcapurria se venda en cinco o seis dólares, un bacalaíto ocho, y los refrescos, el agua y la cerveza local en tres o cuatro dólares (¡!). El espacio turistificado se rige por una lógica económica distinta a los espacios locales. Es como estar en un parque de diversiones (Disney) o en un aeropuerto.

La literatura sobre turistificación señala que este fenómeno tiene un impacto negativo sobre los habitantes de los espacios turistificados. Para los comerciantes es una bonanza, para los turistas una experiencia única, pero para los residentes de espacios turistificados es una perturbación de su vida cotidiana. No se trata de buenos y malos, se trata de ganadores y perdedores. Las SanSe culminan nuestra navidad y les ofrece a los visitantes una idea condensada de que somos una nación: historia propia, lenguaje propio—español, cultura hispano-afrocaribeña y una gastronomía únicamente nuestra. Pero también, convierte a San Juan en un centro de diversiones donde prima un espectáculo artístico-cultural que acentúa la turistificación del casco colonial sanjuanero. Esto está ocurriendo en el Caribe y en el mundo entero. El “turismo de borrachera” y los bacalaítos de ocho pesos llegaron para quedarse.

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