“¡Feliz año nuevo! ¡Vamos a ganar!” fue el saludo que recibí el pasado sábado en el supermercado, a solo horas de celebrar la llegada del 2024. No ha sido la única interacción del mismo tipo que he recibido en las últimas semanas.
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Las conversaciones en la calle son termómetro del deseo de cambio. Entre vecinos, familiares, amistades e incluso desconocidos la esperanza es tema recurrente. Tras siete décadas de administraciones públicas plagadas de deficiencias, corrupción y de ausencia de una planificación adecuada, la posibilidad de triunfo de Juan Dalmau y de la alianza de país ha unido a sectores y personas de diversos trasfondos, creando un sentido de unidad que trasciende las diferencias que puedan existir.
Nos une el deseo y el reconocimiento de la necesidad de un gobierno honesto y comprometido con el bienestar de su gente y con la erradicación de desigualdades. Que tenga como prioridad la defensa y reforma de nuestra educación pública, de nuestro sistema de salud hacia un modelo universal, la protección de nuestros recursos naturales y nuestro medio ambiente, acompañada de una estrategia de desarrollo sustentable que oriente la utilización racional y ordenada de nuestros recursos. Que apueste a un cambio de paradigma para atajar la violencia, atendiendo sus raíces, la marginación, la desigualdad, la pobreza, las deficiencias educativas. Que exija e impulse un proceso de descolonización y de libre determinación que nos permita nuestro pleno desarrollo, político, económico y social.
La esperanza que compartimos por construir un mejor país será la fuerza que impulsará nuestra campaña en las próximas elecciones. Mientras, los que le han fallado al país insistirán en apostarle al miedo como su única estrategia. No permitiremos que el miedo disfrazado de desinformación dirija nuestra narrativa política.
Este ciclo electoral se perfila como uno histórico. Tenemos la posibilidad de enviar un mandato contundente. Que sea la esperanza y no el miedo la fuerza que nos guíe en este 2024.