Confieso que el asunto me desespera. Me frustra. Y más cuando tras reseñar diariamente noticias que involucran a nuestros niños y adolescentes en medio de asuntos de índole delictiva -como víctimas o perpetradores- luego me toca mirar el rostro de mi hija.
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Ese, que como el de miles de niños en la isla, desborda alegría y delata indefención. Es a esos niños a los que hemos decidido dejarles como legado un país sin oportunidades. Y digo “decidido” porque a pesar de las advertencias y la mirada de los expertos, hemos optado por nadar en el lapachero de la inacción. No hablo solo del actual periodo histórico. Hablo también del “pasado”, porque aquellas lluvias trajeron estos lodos.
Hace décadas se nos advertía de la magnitud de los problemas que nos tocaría enfrentar si no hacíamos algo para frenar las tendencias. Pero ante las advertencias y los llamados a elaborar “un plan”, nuestro plan ha sido siempre no tener uno. O, en su defecto, tener el mismo. El que nos deja atascados en el lodazal de nuestros problemas. La improvisación en oposición a la planificación. La reacción en lugar de la prevención. La locura de hacer siempre lo mismo y esperar otra cosa.
Tome usted el tema criminal. Del mismo que no me canso de escribir porque me niego a conformarme con lo de siempre que nos deja donde siempre. Cada semana, ahora con más frecuencia e independientemente de lo que digan las estadísticas, Puerto Rico no es hoy un lugar donde se viva en paz. Y esa realidad sigue arropando de manera violenta y cada día con mayor fuerza a los más pequeños. Tome usted el caso de la adolescente de 13 años que llegó muerta a un hospital llevada por un hombre que se identificó como su pareja. O el caso de los 4 adolescentes asesinados en Carolina y Loíza. O el del adolescente de 17 años asesinado en Ponce el pasado fin de semana. O, si lo prefiere, el caso de la bebé de un año que fue encontrada flotando en la Laguna San José y cuyos padres tenían referidos previos ante el Departamento de la Familia. O la historia del pequeño Dylan Caleb Vega. ¿Lo recuerda? El infante cuya osamenta fue encontrada cerca de un cuerpo de agua en Humacao en 2020. El mismo cuyo padre se había querellado por maltrato contra la madre ante el Departamento de la Familia pero la agencia nunca investigó la querella a tiempo.
Estos niños -y los que tristemente les seguirán si no se toman medidas correctivas- son víctimas de un escenario deficiente. En primer lugar, en muchos casos, consecuencia de crianzas deficientes de esas que echan al traste aquello de “a mi hijo lo crío yo” y que demuestran la clara la necesidad de que el Estado intervenga para remediar escenarios en los que esa crianza es inadecuada.
Pero en segundo lugar, de un Estado ineficiente y desmantelado. Del recorte consistente de recursos para achicar y reducir la calidad del sistema educativo. Escuelas, regiones educativas y la universidad del Estado han sido víctimas del recorte constante de recursos. Lo mismo que las agencias llamadas a atender la calidad de nuestra fibra social. El Departamento de la Familia, llamado por ley a cuidar por el bienestar de las familias e intervenir cuando sea necesario, a penas tiene recursos. Sus trabajadores sociales deben manejar el doble de los casos que recomiende la norma y, por lo mismo, no dan abastos. No llegan a tiempo. No resuelven los referidos como corresponde, no porque no quieren sino porque no pueden.
Un escenario en el que no llegar a tiempo o no investigar cuando corresponde puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte para un menor en situación de maltrato. A lo anterior sume la crisis económica y la austeridad en la que se ha criado toda una generación de puertorriqueños. Si la ausencia de oportunidades, sistemas educativos deficientes y la falta de herramientas de supervisión del Estado anticipan , según los científicos sociales, un aumento inevitable en la incidencia criminal, entonces ¿por qué no atender esas variables? ¿Por qué no diseñar ya un plan integral con metas y estrategias específicas para atajar el aumento en la violencia que se lleva a nuestros jóvenes? La verdad es que no lo sé.
Al día de hoy la respuesta gubernamental se queda en el lamento; en la letanía del rechazo a la violencia. Ese rechazo que se queda en la palabra y no se traduce a la acción. Y no hablo de operativos policiacos y “taskforces”. Por años nuestra política pública la ha sido la del plan sin un plan. De la discusión de propuestas huecas que nos dejan sin esperanza. De los estribillos y frases de campaña ¿Por cuanto tiempo más nos habitarán la inherencia y el no hacer nada?