Opinión

¿Qué nos haríamos sin ellos?

Lea la columna del periodista Rafael Lenín López

Metro Puerto Rico
Rafael Lenín López Metro Puerto Rico

En este momento que se acerca el ocaso de la más reciente puesta en escena de la corrupción pública es importante reflexionar sobre, como dicen los americanos, el big picture que está ante nosotros. Y es que en mi carrera como periodista he cubierto decenas de casos como el de Ángel Pérez. Igualitos.

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El primero que cubrí fue el de Ángel “Buzo” Rodríguez, aquel poderoso alcalde del PNP en Toa Alta que organizaba los fiestones frente al Capitolio cada vez que el gobernador Pedro Rosselló daba sus discursos anuales. Esto fue en el 1998. Es el caso más parecido al que estamos viendo ahora. En aquel momento al alcalde se le grabó en video, en una habitación de un hotel del Condado en San Juan, cogiendo un pago de cinco mil dólares de un contratista del municipio que había laborado en el recogido de escombros tras el paso del huracán Georges. El dinero, según el entonces alcalde, era para irse a Disney con su familia.

Este es el caso más parecido al de Ángel Pérez que recuerdo por el factor de la grabación en video cometiendo el alegado acto corrupto y su poderío en el partido político al que pertenece. Recordemos que Pérez fue presidente de la federación que agrupa a los alcaldes azules.

Después de aquel caso hace 25 años, han sido decenas de alcaldes y funcionarios acusados por corrupción. También hemos visto (aunque no tantos pues son los primeros en levantar las manos y hablar con tal de no pisar la prisión) a contratistas y empresarios caer por estos esquemas. Pero de igual forma hemos sido testigos de políticos, gente poderosa y empresas en el país, que a todas luces andan en esquemas dudosos y nada pasa con ellos. De hecho, el testigo estrella del ex alcalde de Guaynabo, Oscar Santamaria señaló a muchos políticos a los que le dio dinero, ya sea mediante sobornos o donativos políticos “legítimos”, a cambio de contratos y accesos a la elite del poder, y la mayoría de esos no han sido acusados o tan siquiera sometidos a procesos disciplinarios éticos. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué no los acusamos a todos si pareciera bastar con escudriñar un poco más? ¿Por qué estamos ante oleadas cíclicas de saneamiento en el Gobierno? ¿Por qué siempre son los federales lo que “nos salvan” de la podredumbre?

Creo que estas olas cíclicas de los federales combatiendo la corrupción, más allá de hacer el trabajo que no hacen las autoridades locales, llámese Departamento de Justicia, FEI, Oficina de Ética, Contralor y todas las que son creadas para atender el tema y no lo hacen de manera efectiva, tienen un efecto, a propósito o no, de perpetuar una inestabilidad en el establishment político local y así solidificar nuestro problema principal como país, el colonialismo. Creo que nuestra incapacidad de tomar decisiones sin la supervisión o el regaño de una autoridad superior impuesta es el obstáculo principal para nuestro desarrollo, en todas nuestras facetas, individuales y colectivas. Cuan común es escuchar la pregunta en coyunturas como esta, ¿Qué nos haríamos sin los federales?

No planteo necesariamente una agenda federal para desestabilizar nuestro sistema político, pero mirando el big picture, como dije al principio, necesitamos atender nuestro problema de raíz para que otros, en cuyas elecciones, formación de leyes y procesos deliberativos no participamos, dejen de estar decidiendo nuestras políticas fiscales, cómo ordenar las finanzas públicas o dándonos nalgadas cada cierto tiempo por el ratero con poder de turno. Y digo ratero porque no recuerdo la última vez que los estatales o federales arrestaron y acusaron a un miembro de alguna familia de la elite económica del país. Creo que fue Luis Dubón a principios del 2000 en el caso federal del Instituto del Sida.

Mientras seamos adolescentes sabiendo que papá o mamá terminarán arreglándolo todo si cometemos errores, no saldremos del comfort zone. La adultez política (hacia la derecha o la izquierda) nos dará los deberes y responsabilidades para hacer las cosas como deben ser, celebrando los éxitos o sufriendo los fracasos de nuestros propios actos sin necesariamente el socorro automático de otro.

La corrupción es un defecto humano desde su creación. Los federales la atacan aquí como quizás en ninguna otra jurisdicción estadounidense. Así que, en vez de preguntarnos como aquel estribillo de la aseguradora, ¿Qué nos haríamos sin ellos? Mejor, ¿Qué se harían sin nosotros?

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