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Centenarios: ¿Estamos preparados para la cuarta edad?

Cada vez hay más personas dentro del grupo que se describe como la cuarta edad, etapa que comienza rondando los 80 años de edad

Francisca Cintrón Cintrón, de 102 años, junto con dos de sus seis hijos, Carmen Iris Colón Cintrón y Lillian Colón Cintrón.
Francisca Cintrón Cintrón, de 102 años, junto con dos de sus seis hijos, Carmen Iris Colón Cintrón y Lillian Colón Cintrón. (Dennis Jones)

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Francisca Cintrón Cintrón tiene 102 años y lo dice con una sonrisa que solo dan los años bien vividos. Natural de Naranjito, esta ama de casa y costurera innata, con apenas tercer grado escolar, ha hilvanado su vida entre puntadas de amor, trabajo, crianza y fe. Hoy, en su vejez, está rodeada del cuidado y cariño de hijos y nietos. “Gracias a Dios”, repite una y otra vez.

Pero su historia quizás no es la misma de otros adultos mayores. Hay personas que han llegado a la llamada cuarta edad —esa etapa que comienza rondando los 80 años— y enfrentan la vejez con fragilidad, soledad, abandono y un acceso limitado a los recursos más básicos. Vivir más no siempre significa vivir mejor.

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Según datos del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, para el 2024 se registraron 126,523 personas mayores de 85 años. De estas, 78,123 son mujeres y 48,400 hombres.

Son nuestras abuelas, nuestros tíos, los vecinos de toda la vida. Son los pilares invisibles que criaron, soñaron, construyeron y vieron cambiar al mundo. Pero en esta etapa, en ocasiones enfrentan algo que nadie debería enfrentar solo: la vulnerabilidad.

Centros de salud con barreras arquitectónicas, entornos sin sombra ni rampas, servicios públicos que no consideran sus tiempos ni sus necesidades. Y, quizás lo más doloroso, una sociedad que, a menudo, los considera una carga.

La profesora Marlén Oliver Vázquez, en su ensayo El principio de respeto a la autonomía en la edad extrema (UPR, 2021), propone que miremos esta etapa no desde la lástima ni el asistencialismo, sino desde el respeto profundo por la autonomía.

“La fragilidad no borra la autonomía. La transforma”, escribe Oliver Vázquez.

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Una idea simple, pero poderosa. Porque sobrevivir no es lo mismo que vivir con plenitud.

La brecha invisible entre vivir y vivir bien

El director estatal de la Asociación Americana de Personas Retiradas (AARP, en inglés) en Puerto Rico, José Acarón, ha sido una voz firme en el reclamo por un envejecimiento más digno. Para este, el verdadero problema no es llegar a viejo, sino cómo llegamos.

“La expectativa de vida en Puerto Rico está en 82 años, pero la expectativa de vida saludable se sitúa en 69. Eso representa una brecha de 13 años, y, en esa brecha, es donde surgen los verdaderos problemas: pérdida de funcionalidad, dependencia, deterioro”.

Acarón insiste en que se puede llegar al centenario con buena salud, pero hay que trabajar en ello desde antes. Genética, estilos de vida, acceso a servicios y entornos saludables son los factores que marcan la diferencia.

“Las personas centenarias que he conocido no son millonarias. Al contrario, la mayoría son de escasos recursos, pero han tenido una vida más sencilla, activa y saludable”.

Y aunque se habla mucho de hábitos, el problema va más allá de la voluntad individual. “No importa cuánto dinero tengas, muchas veces no tienes acceso real a vivir de forma saludable. Las aceras están rotas, el entorno no es seguro ni accesible”, denuncia Acarón.

Transformar los espacios, las políticas y las actitudes es urgente.

“Necesitamos construir una sociedad que fomente la participación activa de las personas mayores, para que se mantengan funcionales el mayor tiempo posible. Hay una gran diferencia entre tener condiciones de salud controladas pero funcional, y vivir dependiendo de otros”, subraya.

¿Y qué se está haciendo?

La secretaria del Departamento de la Familia, Suzanne Roig Fuertes, señaló estrategias clave para fomentar un envejecimiento activo y con dignidad.

“Salud integral en comunidad: crear espacios donde se pueda caminar, hacer ejercicio liviano, aprender sobre nutrición o simplemente relajarse. Lugares con alma, no solo con paredes”, menciona.

Además, destacó la importancia de apoyar a los cuidadores, quienes comúnmente trabajan sin descanso ni reconocimiento; diseñar entornos amigables, pensando en quienes caminan lento o necesitan sombra; promover la participación comunitaria, no como un acto de caridad, sino de integración y reconocimiento; proteger derechos y cerrar la brecha digital, para que nadie quede atrás; e impulsar políticas públicas sostenibles, que conviertan el envejecimiento en un tema transversal y prioritario.

“No es solo hacer por ellos, es hacer con ellos”, enfatiza.

¿Estamos preparados para llegar a la cuarta edad?

Hablar de la cuarta edad es hablar de quiénes somos como sociedad. Es preguntarnos si estamos construyendo una vejez que se viva con respeto, alegría y libertad. Si estamos dejando espacios donde los mayores puedan enseñar, decidir, disfrutar. Si dejamos de tratarlos como una “carga” para empezar a verlos como capital humano invaluable.

“El día que entendamos que las personas mayores siguen siendo parte activa y valiosa del país, muchas cosas van a cambiar”, asegura Acarón.

Porque no se trata solo de vivir más años. Se trata de que esos años también cuenten.

Y si alguna vez nos entra la duda, bastará con mirar los ojos de Cintrón Cintrón—o de cualquier persona mayor— y preguntarnos: ¿estamos construyendo un país donde la cuarta edad se viva con acompañamiento, salud integral y el apoyo que toda persona merece?

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