El día amaneció mojado, como si el cielo quisiera limpiar la pista del Puente Dos Hermanos antes del gran debut. Por primera vez, un monoplaza de Fórmula 1 rugiría sobre suelo boricua, y ni la lluvia quiso perderse la historia.
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Eran apenas las 4:00 de la madrugada y ya el puente comenzaba a llenarse de expectadores amanecidos con ansias. Unos llegaron desde Barceloneta, otros desde Ponce y Yauco. Entre grupos, algunos no sabían con certeza a qué hora comenzaba, pero sí sabían que no podían perderse el espectáculo.
De hecho, las sombrillas fueron las verdaderas protagonistas de las primeras horas. Ellas abrían y cerraban con el vaivén de la llovizna. Cada 10 a 15 minutos, una alformbra de personas rápido se convertía en una de telas coloridas.
Mientras, personal del municipio limpiaba las calles con escobas y palas, empujando el agua como si despejaran el camino a algo más grande.
Y aún así, nadie se movía. Nadie se iba. Porque más que una exhibición, esto era una afirmación colectiva de que Puerto Rico también es parte del mundo, marcando un hito en la historia vehicular del país.
De hecho, el alcalde Miguel Romero había dicho horas antes que esto proyecta a la capital “como un lugar más que apropiado para que eventos de calibre mundial lleguen aquí, para que estemos ahí en el mapa”.
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Y en el mapa estuvimos, ya que a eso de las 9:10 a.m. fue cuando el Puente Dos Hermanos dejó de ser puente y se convirtió en pista. En ese instante, el rugido del monoplaza de Mercedes-AMG Petronas cortó el sonido de las gotas de lluvia, cuando su piloto Esteban Gutiérrez aceleró, y con él, los corazones de miles.
Algunos ondeaban banderas de Ferrari, otros llevaban gorras de Red Bull, camisas de McLaren. Pero en este día no importaban los equipos, sino estar.
“Mi equipo es Red Bull, pero no me podía perder esto papi”, dijo un joven mientras grababa con su celular, empapado pero sonriente.
Otros destacaron la actividad como un “ privilegio, no nada más por el impacto económico, sino porque expone a Puerto Rico. Aquí hay mucho talento”.
Después de cerca de seis vueltas, la adrenalina dio paso a la celebración. Aunque inicialmente solo estaba garantizada una vuelta según informó el municipio, el piloto Gutiérrez regaló varias adicionales como gesto de cortesía hacia la multitud. El rugido del motor se repitió una y otra vez, como si él también quisiera grabarse en la memoria colectiva del país.
Menos de 30 minutos después, Gutiérrez reapareció. Esta vez a pie, acompañado por su equipo y personal de seguridad. Caminó a lo largo de las vallas de seguridad saludando a los fanáticos del deporte, con una bandera de Puerto Rico en la mano. Entre sonrisas sinceras, dijo que lo que más le había encantado de la isla era su vibra y su gente.
“Para mí ha sido un honor”, expresó.
Pero el verdadero honor fue el de los miles que lo vieron correr por encima de residuos de agua, aunque solo fuera por unos segundos sobre el asfalto de un puente convertido en pista.
Ahora, el vehículo será trasladado al Coliseo de Puerto Rico, donde acompañará la residencia de Bad Bunny: No Me Quiero Ir de Aquí.