Lo único peor que los gritos de un paciente operado sin suficiente anestesia son las caras de terror de los que esperan su turno, dice un cirujano ortopédico de 51 años.
Cuando los bombardeos israelíes se intensifican y los heridos inundan los hospitales de Ciudad de Gaza en donde trabaja, el doctor Nidal Abed atiende a los pacientes donde puede: en el piso, en los pasillos, en habitaciones abarrotadas con 10 pacientes en lugar de dos. Sin suficientes suministros médicos, Abed se las arregla con lo que encuentra: prendas de vestir como vendas, vinagre como antiséptico, agujas de coser como agujas quirúrgicas.
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Los hospitales de la Franja de Gaza están al borde del colapso debido al asedio de Israel, que ha cortado el suministro de electricidad, agua, alimentos y otros artículos de primera necesidad al territorio. Carecen de agua potable. Se están quedando sin artículos básicos para aliviar el dolor y prevenir infecciones. El combustible para sus generadores escasea.
Israel comenzó su campaña de bombardeos después de que combatientes de Hamás cruzaran la frontera el 7 de octubre y mataran a más de 1.400 personas, en su mayoría civiles, y tomaran a más de 200 como rehenes. La ofensiva israelí ha devastado barrios, cerrado cinco hospitales, matado a miles de personas y herido a más gente de la que pueden atender las instalaciones médicas que quedan en la Franja de Gaza.
“Nos falta todo y tenemos que realizar cirugías muy complejas”, dijo Abed, que trabaja con Médicos Sin Fronteras, a The Associated Press desde el hospital Al Quds. El centro médico está todavía atendiendo a cientos de pacientes a pesar de la orden de desalojo que el ejército israelí dio el viernes. Unos 10.000 palestinos desplazados por los bombardeos también encontraron refugio en el complejo del hospital.
“Esa gente está aterrorizada, y yo también”, dijo el cirujano, “Pero no hay manera de evacuar”.
Las primeras tandas de alimentos, agua y medicamentos entraron a cuentagotas en Gaza desde Egipto el sábado, después de aguardar en la frontera por días. Cuatro de los 20 camiones del convoy de ayuda transportaban medicamentos y suministros médicos, informó la Organización Mundial de la Salud. Los socorristas y los doctores advirtieron que no eran suficientes para hacer frente a la crisis humanitaria que se desarrolla en Gaza.
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“Es una pesadilla. Si no llega más ayuda, me temo que llegaremos al punto en que acudir a un hospital será más dañino que benéfico”, afirmó Mehdat Abbas, funcionario del Ministerio de Salud de Gaza, donde gobierna Hamas.
En todos los hospitales de la Franja de Gaza, el ingenio es puesto a prueba. Abed dijo que utilizó vinagre casero de la tienda de la esquina como desinfectante hasta que se agotó en los almacenes. Muchos doctores tuvieron la misma idea. Ahora, Abed limpia las heridas con una mezcla de solución salina y agua que gotea de los grifos porque Israel cortó el suministro de agua potable.
La escasez de material quirúrgico obligó al personal a usar agujas de coser para suturar las heridas. De acuerdo con Abed, esto puede dañar los tejidos. La falta de vendas obligó a los médicos a envolver grandes quemaduras con tiras de prendas de vestir, lo cual, dijo Abed, puede causar infecciones. La escasez de implantes ortopédicos obligó a Abed a usar tornillos que no se ajustan a los huesos de sus pacientes. No hay suficientes antibióticos, así que suministra una sola pastilla en lugar de dosis múltiples a los pacientes que están sufriendo terribles infecciones bacterianas.
“Estamos haciendo todo lo posible para estabilizar a los pacientes, para controlar la situación”, dijo. “Las personas se están muriendo a causa de esta situación”.
Cuando Israel cortó el suministro de combustible a la única central eléctrica del territorio hace dos semanas, los estruendosos generadores de Gaza entraron en funcionamiento para mantener en marcha los equipos de soporte vital en los hospitales.
Las autoridades buscan desesperadamente combustible para mantenerlos en funcionamiento. Los organismos de las Naciones Unidas están distribuyendo las reservas que les quedan. Los automovilistas vacían sus tanques.
En algunos hospitales las luces ya se han apagado. En el hospital Nasser, en la ciudad sureña de Jan Yunis, esta semana enfermeros y asistentes quirúrgicos alumbraron la mesa de operaciones con sus iPhones para guiar a los cirujanos mientras operaban.
En el hospital Shifa, el más grande de Gaza, donde Abed también trabajó esta semana, la unidad de cuidados intensivos funciona gracias a los generadores, pero la mayoría de las demás salas está sin electricidad. El aire acondicionado es un lujo del pasado. Mientras opera, Abed ve las gotas de sudor que caen de la frente de sus pacientes.
Las personas heridas por los bombardeos de Israel están saturando las instalaciones. Los hospitales no tienen camas suficientes para ellas.
“Ni siquiera un hospital normal con todo el equipamiento podría lidiar con lo que nos enfrentamos”, dijo Abed. “Se colapsaría”.
El hospital Shifa —con una capacidad máxima de 700 pacientes— está atendiendo a 5.000 personas, de acuerdo con el director general Mohammed Abu Selmia. Filas de pacientes, algunos en estado crítico, serpentean afuera de los quirófanos. Los heridos yacen en el piso o en camillas que a veces llevan manchas de sangre de pacientes anteriores. Los doctores operan en pasillos atestados de gente y de gemidos.
Las escenas —bebés que llegan solos a cuidados intensivos porque nadie más de su familia ha sobrevivido, pacientes despiertos y con muecas de dolor durante las operaciones— han traumatizado a Abed hasta insensibilizarlo.
Pero lo que todavía le duele es tener que escoger a cuáles pacientes atender primero.
“Tienes que decidir”, dice. “Porque sabes que muchos no sobrevivirán”.