BARCELONA (AP) — Los tanques y misiles rusos que asedian Ucrania también amenazan el suministro de comida y los medios de vida de personas en Europa, África y Asia que dependen de los fértiles campos en la región del Mar Negro, conocida como el “granero del mundo”.
Los agricultores ucranianos se han visto obligados a dejar de atender sus campos mientras millones de personas huyen, combaten o tratan de mantenerse con vida en el país. Los puertos han cerrado y no envían trigo y otros alimentos básicos a todo el mundo para producir pan, tallarines y pienso para animales. Y se teme que Rusia, otra potencia agrícola, pueda ver trastocadas sus exportaciones de grano por las sanciones occidentales.
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Aunque aún no ha habido interrupciones globales en los suministros de trigo, los precios han subido un 55% desde la semana antes de la invasión, entre temores sobre qué puede ocurrir a continuación. Si la guerra continúa, los países que dependen de las fiables exportaciones de trigo de Ucrania podrían sufrir desabastecimiento a partir de julio, indicó a The Associated Press Arnaud Petit, director del Consejo Internacional de Cereales.
Eso podría crear inseguridad y sumir a más gente en la pobreza en lugares como Egipto y Líbano, donde el pan subvencionado por el gobierno es una pieza central de la dieta. En Europa, las autoridades se preparan para un posible desabastecimiento de productos ucranianos y un aumento de los precios del pienso para ganado, lo que podría impulsar el coste de la carne y los productos lácteos si los productores se ven obligados a trasladar el coste a los consumidores.
Entre las dos, Rusia y Ucrania producen casi un tercio de las exportaciones de trigo y cebada del mundo. Ucrania también es un importante proveedor de maíz y líder global en aceite de girasol, que se utiliza para producir alimentos. La guerra podría reducir los suministros de alimentos justo cuando los precios estaban en sus niveles más altos desde 2011.
Un conflicto prolongado tendría un gran impacto a unos 2.400 kilómetros de distancia (1.500 millas), en Egipto, el mayor importador de trigo del mundo. En torno a un tercio de la población vive en la pobreza y millones de personas dependen para sobrevivir del pan subvencionado hecho a partir de grano ucraniano.
“Las guerras implican escasez, y la escasez implica subidas (de precio)”, dijo en El Cairo Ahmed Salah, de 47 años y padre de siete hijos. “Cualquier subida será catastrófica, no sólo para mí, sino para la mayoría de la gente”.
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“El trigo, el maíz, los aceites, la cebada, la harina, son extremadamente importantes para la seguridad alimentaria (…) especialmente en las zonas más pobres del planeta”, explicó Anna Nagurney, profesora especializada en cadenas de suministro, logística y economía en la Universidad de Massachusetts Amherst.
Ahora que se está llamando a las armas a los hombres en Ucrania, señaló, “¿quién va a ocuparse de la cosecha? ¿quién va a ocuparse del transporte?”.
La agencia estatal egipcia que adquiere el trigo, que normalmente compra mucho a Rusia y Ucrania, tuvo que cancelar dos pedidos en menos de una semana: uno por exceso de precio, el otro por falta de compañías que se ofrecieran a vender sus suministros. Un aumento brusco en el precio del trigo a nivel global podría afectar gravemente a la capacidad de Egipto para mantener los precios del pan a su nivel subvencionado actual.
“El pan está muy subvencionado en Egipto, y gobiernos sucesivos han descubierto que las reducciones en esos subsidios son la gota que debe mantenerse fuera del vaso a toda costa”, dijo Mirette Mabrouk, investigadora veterana del Middle East Institute, en un análisis reciente.
Siria, un país devastado por la guerra, anunció hace poco que reduciría el gasto y racionaría productos básicos. En el cercano Líbano, donde una enorme explosión en el puerto de Beirut destruyó en 2020 los principales almacenes de grano del país, las autoridades tratan de compensar el esperado desabastecimiento de trigo, ya que el 60% de su suministro procede de Ucrania. Están en conversaciones con Estados Unidos, India y Canadá para encontrar otras fuentes para un país que ya está sumido en un colapso financiero.
Antes incluso de que la guerra amenazara con afectar a los suministros de trigo en el África subsahariana, la gente en Kenia ya reclamaba en medios sociales que bajaran los precios de la comida, conforme la inflación erosionaba su capacidad de gasto. Ahora se preparan para lo peor.
Los países africanos importaron productos agrícolas rusos por valor de 4.000 millones de dólares en 2020, de lo que el 90% era trigo, indicó Wandile Sihlobo, economista jefe de la Cámara de Comercio Agrícola de Sudáfrica.
En Nigeria, los molinos de harina creen que la escasez de suministro de trigo ruso afectará al precio de productos como el pan, un alimento común en el país más poblado de África.
“Todos nosotros tenemos que buscar en otro sitio” en el futuro, dijo Tope Ogun, del Honeywell Flour Mills Plc, una de las cuatro mayores empresas de molienda de trigo en Nigeria. “Podríamos no conseguir lo que necesitamos y probablemente va a haber un incremento en el precio”.
Nigeria se ha esforzado por reducir su dependencia del grano ruso. Los agricultores han empezado a sembrar más trigo para tratar de cubrir el 70% de la demanda del país en cinco años, dijo Gambo Sale, secretario nacional de la Asociación Nigeriana de Agricultores de Trigo.
“Tenemos las tierras, tenemos la gente, tenemos el dinero, tenemos todo lo que podamos necesitar en Nigeria” para cultivar trigo, dijo. “Todo lo que necesitamos ahora es tiempo».
Los efectos en el suministro podrían sentirse hasta Indonesia, donde se utiliza trigo para fabricar fideos instantáneos, pan, alimentos fritos y aperitivos.
Ucrania fue el segundo mayor proveedor de trigo de Indonesia el año pasado, con un 26% del trigo consumido. Un aumento en los precios de los fideos golpearía a las personas de bajos ingresos, señaló Kasan Muhri, que dirige la división de investigación del Ministerio de Comercio.
Ucrania y Rusia también venden entre las dos el 75% de las exportaciones mundiales de aceite de girasol, que supone el 10% de los aceites de cocina, según IHS Markit.
Raad Hebsi, mayorista en Bagdad, dijo que al igual que otros iraquíes, se estaba haciendo a la idea de pagar más por el aceite de cocina.
“Una vez se vendan los artículos en almacenes, veremos un aumento en los precios de estos artículos”, dijo. “Probablemente compraremos alternativas de Turquía, y Turquía sin duda se aprovechará de la situación en Ucrania y subirá sus precios”.
Los agricultores en Estados Unidos, el primer exportador mundial de maíz e importante proveedor de trigo, siguen el mercado para ver si suben las exportaciones estadounidenses. En la Unión Europea, los ganaderos temen que suba el precio del pienso.
Ucrania vende a la UE algo menos del 60% de su maíz y casi la mitad de un elemento clave en el grano para alimentar al ganado. Rusia, que proporciona a Rusia el 40% de sus necesidades de gas natural, es también un importante proveedor de fertilizante, trigo y otros productos básicos.
España ha acusado el golpe en el aceite de girasol, que los supermercados están racionando, y en los granos para la importante industria cárnica. Ese gran importado se utiliza para alimentar a unos 55 millones de cerdos.
Jaume Bernis, un ganadero de 58 años que tiene 1.200 cerdos en su granja en el nordeste de España, teme que la guerra aumente los problemas que enfrenta su negocio por el cambio climático y la sequía.
Desde octubre, los productos españoles de carne de cerdo se han vuelto menos rentables por los altos costes de producción, dijo Jaume Bernis. Esos costes se ven impulsados porque China hace acopio de pienso para cerdos mientras trata de superar un devastador brote de gripe porcina africana.
En los dos primeros días de ataque ruso a Ucrania, el precio del grano para pienso animal subió un 10% en el mercado abierto en España.
La incertidumbre y los altos precios, señaló Bernis, son otro coste de “librar una guerra en el siglo XXI”.
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Batrawy informó desde Dubái, Magdy desde El Cairo y Asadu desde Lagos, Nigeria. Los periodistas de AP Paul Wiseman en Washington; Qassim Abdul-Zahra en Bagdad; Cara Anna en Nairobi, Kenia; Niniek Karmini en Yakarta, Indonesia; y Roxana Hegeman en Belle Plaine, Kansas, contribuyeron.