Los thrillers psicológicos tienen ese encanto inexplicable que nos mantiene al borde del asiento, sin darnos ni tiempo para parpadear. Nos atrapan con promesas de misterio, manipulación y revelaciones inesperadas, hasta que lo que creíamos cierto se desmorona frente a nosotros. No siguen una fórmula rígida: cada vez hay más propuestas que desafían los límites del género, incomodan y nos obligan a cuestionarlo todo. Cacería de brujas, el más reciente trabajo de Luca Guadagnino y distribuida por Sony Pictures Entertainment, pertenece a esa categoría. Es una película que no busca complacer, sino provocar e incomodar.
Julia Roberts encarna a Alma, una profesora de filosofía en Yale cuya vida se tambalea cuando su alumna más prometedora, Maggie (Ayo Edebiri), acusa a un colega y amigo cercano, Hank (Andrew Garfield), de agresión sexual. Lo que comienza como un dilema ético se transforma en un laberinto moral donde la verdad se diluye entre intereses, juegos de poder y secretos del pasado. En medio del escándalo, Alma debe elegir entre la lealtad, la justicia y su propia supervivencia profesional, mientras enfrenta un recuerdo que amenaza con destruirla.
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Un campus convertido en campo de batalla

Luca Guadagnino, conocido por su gusto por la tensión emocional y los vínculos prohibidos (Call Me by Your Name, Challengers), explora los límites entre el deseo y el “deber ser”. Por ello, Cacería de brujas no es una historia de buenos y malos, sino de percepciones. Con su estilo visual tan cuidado, lleno de detalles y una atmósfera llena de tensión, la cinta nos adentra en temas tan complejos como el abuso de poder, el consentimiento, el clasismo y la corrección política. El resultado es una atmósfera densa, cargada de tensión, donde cada diálogo parece una partida de ajedrez en la que un movimiento en falso puede llevarte a perderlo todo.
Julia Roberts, monumental en su ambigüedad

Si Cacería de brujas funciona de entrada, es gracias a la gran actuación de Julia Roberts. Como Alma, deja atrás el encanto de las comedias románticas que la hizo famosa en los noventa para mostrar un lado más frío y reservado. Su personaje está lleno de contrastes: es inteligente pero dura, cercana y al mismo tiempo calculadora. Roberts dice mucho sin necesidad de hablar, solo con una mirada o un gesto, y demuestra por qué sigue siendo una de las grandes estrellas de Hollywood.
Andrew Garfield y Ayo Edebiri completan el triángulo con interpretaciones que potencian el desconcierto moral de la historia. Garfield encarna a un académico atrapado entre su ego y sus errores, mientras Edebiri brilla como una joven brillante, aparentemente frágil pero manipuladora, que encarna tanto como la lucha de un cambio generacional.
Un debate que incomoda

Esta no es una película fácil de digerir, y no pretende serlo. Su ritmo lento y su misterio pueden frustrar a quienes quieren respuestas claras, pero esa es la idea. Hay que prestar atención a cada palabra pues la trama deja preguntas que siguen dando vueltas mucho después de que termina: ¿Hasta dónde llegaríamos para proteger nuestra imagen?
Más que un thriller, la película muestra cómo funciona el ego y la moral hoy en día, un espejo incómodo que refleja nuestro miedo a ser juzgados y las ganas de tener siempre la razón. Cacería de brujas nos muestra que, a veces, lo más aterrador no es lo que pasa afuera, sino lo que decidimos no enfrentar internamente.
Con su mezcla de intriga, tensión moral y actuaciones impecables, este es un filme que no deja indiferente. Inquieta, irrita, seduce y, sobre todo, invita a pensar. Y en un mundo lleno de películas que quieren gustar a todos, eso ya se siente como un golpe innovador. Sin duda, podría dejar su huella en la temporada de premios con posibles nominaciones para Robert, Garfield y Edebiri, así como la posibilidad de pelear por Mejor Película.